PLATÓN
PLATÓN, texto 1 República, Libro IV, 432b-435c
- Bien, hemos observado ya tres
cualidades en el Estado; al menos así creo. En cuanto a la especie que queda
para que el Estado alcance la excelencia, ¿cuál podría ser? La justicia,
evidentemente. (…) Lo que desde un comienzo hemos establecido que debía hacerse
en toda circunstancia, cuando fundamos el Estado, fue la justicia o algo de su
especie. Pues establecimos, si mal no recuerdo, y varias veces lo hemos
repetido, que cada uno debía ocuparse de una sola cosa de cuantas conciernen al
Estado, aquella para la cual la naturaleza lo hubiera dotado mejor.
-Efectivamente, lo dijimos.
-Y que la justicia consistía en hacer lo que
es propio de cada uno, sin dispersarse en muchas tareas, es también algo que hemos
oído a muchos otros, y que nosotros hemos dicho con frecuencia.
- En efecto, lo hemos dicho y
repetido
. -En tal caso, amigo mío, parece
que la justicia ha de consistir en hacer lo que corresponde a cada uno, del
modo adecuado. ¿Sabes de dónde lo deduzco?
-No, dímelo tú.
-Opino que lo que resta en el
Estado, tras haber examinado la moderación, la valentía y la sabiduría, es lo
que, con su presencia, confiere a todas esas cualidades la capacidad de nacer y
—una vez nacidas— les permite su conservación. Y ya dijimos que, después de que
halláramos aquellas tres, la justicia sería lo que restara de esas cuatro
cualidades.
-Es forzoso, en efecto.
-Ahora, si fuera necesario decidir cuál de
esas cuatro cualidades lograría con su presencia hacer al Estado bueno al
máximo, resultaría difícil juzgar si es que consiste en una coincidencia de
opinión entre gobernantes y gobernados, o si es la que trae aparejada entre los
militares la conservación de una opinión pautada acerca de lo que debe temerse
o no, o si la existencia de una inteligencia vigilante en los gobernantes; o si
lo que con su presencia hace al Estado bueno al máximo consiste, tanto en el
niño como en la mujer, en el esclavo como en el libre y en el artesano, en el
gobernante como en el gobernado, en que cada uno haga sólo lo suyo, sin
mezclarse en los asuntos de los demás.
-Ciertamente, resultaría difícil de decidir.
-Pues entonces, y en relación con
la excelencia del Estado, el poder de que en él cada individuo haga lo suyo
puede rivalizar con la sabiduría del Estado, su moderación y su valentía. (…)
-Tampoco un hombre justo diferirá de un Estado justo en cuanto a la noción de
la justicia misma, sino que será similar.
-Similar, en efecto.
-Por otro lado, el Estado nos pareció justo
cuando los géneros de naturalezas en él presentes hacían cada cual lo suyo, y a
su vez nos pareció moderado, valiente y sabio en razón de afecciones y estados
de esos mismos géneros.
-Es verdad.
-Por consiguiente, amigo mío,
estimaremos que el individuo que cuente en su alma con estos mismos tres
géneros, en cuanto tengan las mismas afecciones que aquéllos, con todo derecho
se hace acreedor a los mismos calificativos que se confieren al Estado.
PLATÓN; República, trad. de C. Eggers Lan,
Madrid, Gredos, 1986, Libro IV, 432b-435c (pp. 221-226)
COMENTARIO DE TEXTO
El
fragmento que acabamos de leer ha sido entresacado del libro IV de La
República, principal diálogo de la etapa de madurez de Platón en el que expone
el grueso de sus doctrinas acerca de la realidad, el conocimiento, el ser
humano, la ética y la política. En esta obra, cuyo título original en griego es
Politeia y cuyo subtítulo es “Acerca de la justicia”, tema central
del diálogo, encontramos la exposición más completa y sistemática del
pensamiento político platónico. En él, Platón considera que el régimen político
o politeia más adecuado para la polis
es aquel en el que el cuerpo de la ciudadanía ha sido rígidamente dividido en
tres estamentos sociales conforme al principio de especialización funcional
siendo los filósofos, aquellos que han logrado el conocimiento del Bien, los
llamados a gobernar la Ciudad. Así mismo, entenderá que la “justicia de la
polis” se alcanzará cuando, de un modo similar a como ocurre en el alma del
individuo tal como establece el principio de correlación estructural
entre el alma y la Ciudad, se da el adecuado orden entre dichos estamentos
sociales sometiéndose los inferiores (productores y guerreros) al superior
(gobernantes-filósofos).
Para
poder llegar a entender mejor este fragmento es necesario previamente
contextualizar tanto histórica como filosóficamente el pensamiento del autor.
Platón vivió en la Era Clásica de la historia de la Grecia Antigua. En aquel
periodo, las polis griegas, Ciudades-estado independientes y autónomas que habían
surgido y se habían consolidado a lo largo de la etapa anterior, la Era
Arcaica, lograron alcanzar extraordinarias cotas de desenvolvimiento político
(sustitución de los tiranos por nuevas instituciones democráticas), social
(estatuto de ciudadanía extendido al demos),
económico (fundación de emporios) y cultural (fue unos de los momentos de mayor
esplendor de la literatura, el arte y la filosofía). Sin embargo, debido 1º a
las continuas guerras entre las polis en su lucha por la hegemonía (Guerra del
Peloponeso) y 2º a la conflictividad social e inestabilidad política que la
mayoría de ellas padecían, la polis clásica se sumió en la primera mitad del
siglo IV a.C., periodo en el que Platón desenvolvió la mayor parte de su
actividad filosófica, en un lento declive y decadencia que desembocó pocos años
después de la muerte de Platón en el fin de la Era Clásica (por efecto, tras la
batalla de Queronea, de la desaparición de la independencia de las polis en
manos de Filipo II de Macedonia) abriéndose paso una nueva etapa, la Era Helenística.
Respecto al contexto
filosófico, por un lado el pensamiento platónico recogió el legado
ontológico-metafísico de los pensadores presocráticos:
a)
el pitagorismo le aportará su concepción órfica
del alma como inmortal e independiente del cuerpo así como la relevancia
ontológica de los números y de las matemáticas.
b)
los eleáticos le influirán al concebir 1º las
Ideas bajo los atributos del ser de Parménides (unicidad, inmutabilidad,
eternidad) y 2º al diferenciar dos modos de conocer, el conocimiento sensible y
el inteligible que retoman la distinción parmenídea entre la vía de la verdad y
la de la opinión.
c)
Anaxágoras le inspirará la necesidad de
postular la existencia de un nous, de
un Demiurgo o inteligencia ordenadora que de cuenta del orden del cosmos.
d)
Finalmente, Heráclito y
el atomismo de Demócrito le legarán su concepción de un mundo sensible-material
sujeto al cambio y al devenir.
Sin embargo, el
condicionante ideológico principal del pensamiento platónico y en respuesta al
cual se articuló toda su filosofía fue la Ilustración sofística y Sócrates. La
filosofía dominante en la Atenas de su tiempo se caracterizaba por
el cuestionamiento generalizado a toda verdad y certeza llevado a cabo por la
sofística. Los sofistas proclamaban además que detrás de las leyes y las
instituciones de la polis no había otra cosa que la lucha y pugna entre
intereses particulares que ambicionaban alcanzar para sí las máximas cotas de
poder y de placer. En contraposición a ello, la mayor influencia
filosófica que se ejerció sobre Platón fue la de su maestro Sócrates quien
profesaba un interés honesto por cuestiones de índole ético-política y cuya
doctrina conocida con el nombre de “intelectualismo moral puede ser considerada
como el cimiento sobre el que se asienta no sólo las doctrinas morales sino el
programa filosófico entero platónico.
Pasemos
seguidamente a analizar el texto, texto cuya adecuada comprensión requerirá que
expongamos las principales doctrinas políticas, antropológicas y éticas de
Platón.
PLATÓN, texto 2
República, Libro VI, 509c-511e
-Me temo que voy a dejar mucho de
lado; no obstante, no omitiré lo que en este momento me sea posible.
-No, por favor.
-Piensa entonces, como decíamos,
cuáles son los dos que reinan: uno, el del género y ámbito inteligibles; otro
el del visible, y no digo ‘el del cielo’ para que no creas que hago juego de
palabras. ¿Captas estas dos especies, la visible y la inteligible?
-Las capto.
-Toma ahora una línea dividida en dos partes
desiguales; divide nuevamente cada sección según la misma proporción, la del
género de lo que se ve y otra la del que se intelige, y tendrás distinta
oscuridad y claridad relativas; así tenemos primeramente, en el género de lo
que se ve, una sección de imágenes. Llamo ‘imágenes’ en primer lugar a las
sombras, luego a los reflejos en el agua y en todas las cosas que, por su
constitución, son densas, lisas y brillantes, y a todo lo de esa índole. ¿Te
das cuenta?
-Me doy cuenta.
-Pon ahora la otra sección de la que ésta
ofrece imágenes, a la que corresponden los animales que viven en nuestro
derredor, así como todo lo que crece, y también el género íntegro de cosas
fabricadas por el hombre.
-Pongámoslo.
-¿Estás dispuesto a declarar que la línea ha
quedado dividida, en cuanto a su verdad y no verdad, de modo tal que lo
opinable es a lo cognoscible como la copia es a aquello de lo que es copiado?
-Estoy muy dispuesto.
-Ahora examina si no hay que dividir también
la sección de lo inteligible.
-¿De qué modo?
– De éste. Por un lado, en la
primera parte de ella, el alma, sirviéndose de las cosas antes imitadas como si
fueran imágenes, se ve forzada a indagar a partir de supuestos, marchando no
hasta un principio sino hacia una conclusión. Por otro lado, en la segunda
parte, avanza hasta un principio no supuesto, partiendo de un supuesto y sin
recurrir a imágenes —a diferencia del otro caso—, efectuando el camino con
Ideas mismas y por medio de Ideas.
-No he aprehendido
suficientemente esto que dices.
-Pues veamos nuevamente; será más
fácil que entiendas si te digo esto antes. Creo que sabes que los que se ocupan
de geometría y de cálculo suponen lo impar y lo par, las figuras y tres clases
de ángulos y cosas afines, según lo que investigan en cada caso. Como si las
conocieran, las adoptan como supuestos, y de ahí en adelante no estiman que
deban dar cuenta de ellas ni a sí mismos ni a otros, como si fueran evidentes a
cualquiera; antes bien, partiendo de ellas atraviesan el resto de modo
consecuente, para concluir en aquello que proponían al examen.
-Sí, esto lo sé.
-Sabes, por consiguiente, que se
sirven de figuras visibles y hacen discursos acerca de ellas, aunque no
pensando en éstas sino en aquellas cosas a las cuales éstas se parecen,
discurriendo en vista al Cuadrado en sí y a la Diagonal en sí, y no en vista de
la que dibujan, y así con lo demás. De las cosas mismas que configuran y
dibujan hay sombras e imágenes en el agua, y de estas cosas que dibujan se
sirven como imágenes, buscando divisar aquellas cosas en sí que no podrían
divisar de otro modo que con el pensamiento.
-Dices verdad.
-A esto me refería como la
especie inteligible. Pero en esta su primera sección, el alma se ve forzada a
servirse de supuestos en su búsqueda, sin avanzar hacia un principio, por no
poder remontarse más allá de los supuestos. Y para eso usa como imágenes a los
objetos que abajo eran imitados, y que habían sido conjeturados y estimados
como claros respecto de los que eran sus imitaciones.
-Comprendo que te refieres a la geometría y a
las artes afines.
-Comprende entonces la otra
sección de lo inteligible, cuando afirmo que en ella la razón misma aprehende,
por medio de la facultad dialéctica, y hace de los supuestos no principios sino
realmente supuestos, que son como peldaños y trampolines hasta el principio del
todo, que es no supuesto, y, tras aferrarse a él, ateniéndose a las cosas que
de él dependen, desciende hasta una conclusión, sin servirse para nada de lo
sensible, sino de Ideas, a través de Ideas y en dirección a Ideas, hasta
concluir en Ideas.
-Comprendo, aunque no
suficientemente, ya que creo que tienes en mente una tarea enorme: quieres
distinguir lo que de lo real e inteligible es estudiado por la ciencia
dialéctica, estableciendo que es más claro que lo estudiado por las llamadas
‘artes’, para las cuales los supuestos son principios. Y los que los estudian
se ven forzados a estudiarlos por medio del pensamiento discursivo, aunque no
por los sentidos. Pero a raíz de no hacer el examen avanzando hacia un
principio sino a partir de supuestos, te parece que no poseen inteligencia
acerca de ellos, aunque sean inteligibles junto a un principio. Y creo que
llamas ‘pensamiento discursivo’ al estado mental de los geómetras y similares,
pero no ‘inteligencia’; como si el ‘pensamiento discursivo’ fuera algo
intermedio entre la opinión y la inteligencia.
-Entendiste perfectamente. Y ahora aplica a
las cuatro secciones estas cuatro afecciones que se generan en el alma;
inteligencia, a la suprema; pensamiento discursivo, a la segunda; a la tercera
asigna la creencia y a la cuarta la conjetura; y ordénalas proporcionadamente,
considerando que cuanto más participen de la verdad tanto más participan de la
claridad.
-Entiendo y estoy de acuerdo en ordenarlas
como dices.
PLATÓN; República, trad. de C. Eggers Lan, Madrid,
Gredos, 1986, Libro VI, 509c-511e (pp. 334-337)
El
fragmento que acabamos de leer ha sido entresacado del libro VI de La
República, principal diálogo de la etapa de madurez de Platón en el que expone
el grueso de sus doctrinas acerca de la realidad, el conocimiento, el ser
humano, la ética y la política. En esta obra, encontramos la exposición más
completa y sistemática de la epistemología platónica, esto es su teoría acerca
de la verdad y los tipos de conocimiento, tema central del que trata el texto
que se nos solicita que acotemos y que es conocido con el sobrenombre de “El
símil de la línea”.
Para
poder llegar a entender mejor este fragmento es necesario previamente
contextualizar tanto histórica como filosóficamente el pensamiento del autor.
Platón vivió en la Era Clásica de la historia de la Grecia Antigua. En aquel
periodo, las polis griegas, Ciudades-estado independientes y autónomas que
habían surgido y se habían consolidado a lo largo de la etapa anterior, la Era
Arcaica, lograron alcanzar extraordinarias cotas de desenvolvimiento político
(sustitución de los tiranos por nuevas instituciones democráticas), social
(estatuto de ciudadanía extendido al demos),
económico (fundación de emporios) y cultural (fue unos de los momentos de mayor
esplendor de la literatura, el arte y la filosofía). Sin embargo, debido 1º a
las continuas guerras entre las polis en su lucha por la hegemonía (Guerra del
Peloponeso) y 2º a la conflictividad social e inestabilidad política que la
mayoría de ellas padecían, la polis clásica se sumió en la primera mitad del
siglo IV a.C., periodo en el que Platón desenvolvió la mayor parte de su
actividad filosófica, en un lento declive y decadencia que desembocó pocos años
después de la muerte de Platón en el fin de la Era Clásica (por efecto, tras la
batalla de Queronea, de la desaparición de la independencia de las polis en
manos de Filipo II de Macedonia) abriéndose paso una nueva etapa, la Era Helenística.
Respecto al contexto
filosófico, por un lado el pensamiento platónico recogió el legado
ontológico-metafísico de los pensadores presocráticos:
a) el pitagorismo le aportará su concepción órfica
del alma como inmortal e independiente del cuerpo así como la relevancia
ontológica de los números y de las matemáticas.
b) los eleáticos le influirán al concebir 1º las
Ideas bajo los atributos del ser de Parménides (unicidad, inmutabilidad,
eternidad) y 2º al diferenciar dos modos de conocer, el conocimiento sensible y
el inteligible que retoman la distinción parmenídea entre la vía de la verdad y
la de la opinión.
c) Anaxágoras le inspirará la necesidad de
postular la existencia de un nous, de
un Demiurgo o inteligencia ordenadora que de cuenta del orden del cosmos.
d) Finalmente, Heráclito y
el atomismo de Demócrito le legarán su concepción de un mundo sensible-material
sujeto al cambio y al devenir.
Sin embargo, el
condicionante ideológico principal del pensamiento platónico y en respuesta al
cual se articuló toda su filosofía fue la Ilustración sofística y Sócrates. La
filosofía dominante en la Atenas de su tiempo se caracterizaba por
el cuestionamiento generalizado a toda verdad y certeza llevado a cabo por la
sofística. Los sofistas proclamaban además que detrás de las leyes y las
instituciones de la polis no había otra cosa que la lucha y pugna entre
intereses particulares que ambicionaban alcanzar para sí las máximas cotas de
poder y de placer. En contraposición a ello, la mayor influencia
filosófica que se ejerció sobre Platón fue la de su maestro Sócrates quien
profesaba un interés honesto por cuestiones de índole ético-política y cuya
doctrina conocida con el nombre de “intelectualismo moral puede ser considerada
como el cimiento sobre el que se asienta no sólo las doctrinas morales sino el
programa filosófico entero platónico.
Pasemos seguidamente a analizar el texto.
PLATÓN, texto 3
República, Libro VII, 514a-517c
-Después de eso —proseguí— compara
nuestra naturaleza respecto de su educación y de su falta de educación con una
experiencia como ésta. Represéntate hombres en una morada subterránea en forma
de caverna, que tiene la entrada abierta, en toda su extensión, a la luz. En
ella están desde niños con las piernas y el cuello encadenados, de modo que
deben permanecer allí y mirar sólo delante de ellos, porque las cadenas les
impiden girar en derredor la cabeza. Más arriba y más lejos se halla la luz de
un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el fuego y los prisioneros hay un
camino más alto, junto al cual imagínate un tabique construido de lado a lado,
como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar,
por encima del biombo, los muñecos.
-Me lo imagino.
-Imagínate ahora que, del otro
lado del tabique, pasan hombres que llevan toda clase de utensilios y
figurillas de hombres y otros animales hechos en piedra y madera y de diversas
clases; y entre los que pasan unos hablan y otros callan.
-Extraña comparación haces, y extraños son
esos prisioneros.
-Pero son como nosotros. Pues en primer lugar,
¿crees que han visto de sí mismos, o unos de los otros, otra cosa que las
sombras proyectadas por el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a
sí?
-Claro que no, si toda su vida están forzados
a no mover las cabezas.
- ¿Y no sucede lo mismo con los objetos que
llevan los que pasan del otro lado del tabique?
-Indudablemente.
-Pues, entonces, si dialogaran entre sí, ¿no
te parece que entenderían estar nombrando a los objetos que pasan y que ellos
ven?
-Necesariamente.
-Y si la prisión contara con un
eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de los que pasan del otro
lado del tabique hablara, ¿no piensas que creerían que lo que oyen proviene de
la sombra que pasa delante de ellos?
- ¡Por Zeus que sí!
- ¿Y
que los prisioneros no tendrían por real otra cosa que las sombras de los
objetos artificiales transportados?
-Es de toda necesidad.
-Examina ahora el caso de una
liberación de sus cadenas y de una curación de su ignorancia, qué pasaría si
naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera liberado y forzado a
levantarse de repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz y, al hacer
todo esto, sufriera y a causa del encandilamiento fuera incapaz de percibir
aquellas cosas cuyas sombras había visto antes. ¿Qué piensas que respondería si
se le dijese que lo que había visto antes eran fruslerías y que ahora, en
cambio, está más próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira
correctamente? Y si se le mostrara cada uno de los objetos que pasan del otro
lado del tabique y se le obligara a contestar preguntas sobre lo que son, ¿no
piensas que se sentirá en dificultades y que considerará que las cosas que
antes veían eran más verdaderas que las que se le muestran ahora?
-Mucho más verdaderas.
-Y si se le forzara a mirar hacia
la luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose
hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que éstas son realmente
más claras que las que se le muestran?
-Así es.
-Y si a la fuerza se lo
arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes de llegar
hasta la luz del sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por ser arrastrado y,
tras llegar a la luz, tendría los ojos llenos de fulgores que le impedirían ver
uno solo de los objetos que ahora decimos que son los verdaderos?
-Por cierto, al menos
inmediatamente.
-Necesitaría acostumbrarse, para
poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer lugar miraría con mayor
facilidad las sombras, y después las figuras de los hombres y de los otros
objetos reflejados en el agua, luego los hombres y los objetos mismos. A
continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo y el cielo mismo,
mirando la luz de los astros y la luna más fácilmente que, durante el día, el
sol y la luz del sol.
-Sin duda.
-Finalmente, pienso, podría
percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o en otros lugares que le son
extraños, sino contemplarlo como es en sí y por sí, en su propio ámbito.
-Necesariamente.
-Después de lo cual concluiría,
con respecto al sol, que es lo que produce las estaciones y los años y que
gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es causa de las cosas
que ellos habían visto.
-Es evidente que, después de todo esto,
arribaría a tales conclusiones.
-Y si se acordara de su primera morada, del
tipo de sabiduría existente allí y de sus entonces compañeros de cautiverio,
¿no piensas que se sentiría feliz del cambio y que los compadecería?
-Por cierto.
-Respecto de los honores y
elogios que se tributaban unos a otros, y de las recompensas para aquel que con
mayor agudeza divisara las sombras de los objetos que pasaban detrás del
tabique, y para el que mejor se acordase de cuáles habían desfilado
habitualmente antes y cuáles después, y para aquel de ellos que fuese capaz de
adivinar lo que iba a pasar, ¿te parece que estaría deseoso de todo eso y que
envidiaría a los más honrados y poderosos entre aquéllos? ¿O más bien no le
pasaría como al Aquiles de Homero, y “preferiría ser un labrador que fuera
siervo de un hombre pobre” o soportar cualquier otra cosa, antes que volver a
su anterior modo de opinar y a aquella vida?
-Así creo también yo, que
padecería cualquier cosa antes que soportar aquella vida.
-Piensa ahora esto: si
descendiera nuevamente y ocupara su propio asiento, ¿no tendría ofuscados los
ojos por las tinieblas, al llegar repentinamente del sol?
-Sin duda.
-Y si tuviera que discriminar de
nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con aquellos que han conservado en
todo momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos se
reacomodaran a ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se
expondría al ridículo y a que se dijera de él que, por haber subido hasta lo
alto, se había estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intentar
marchar hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no
lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?
-Seguramente.
-Pues bien, querido Glaucón,
debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que anteriormente ha sido dicho,
comparando la región que se manifiesta por medio de la vista con la
morada-prisión, y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol;
compara, por otro lado, el ascenso y la contemplación de las cosas de arriba
con el camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en
cuanto a lo que estoy esperando, y que es lo que deseas oír. Dios sabe si esto
es realmente cierto; en todo caso, lo que a mí me parece es que lo que dentro
de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea del Bien. Una
vez percibida, ha de concluirse que es la causa de todas las cosas rectas y
bellas, que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor de ésta, y que
en el ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y de la
inteligencia, y que es necesario tenerla en vista para poder obrar con
sabiduría tanto en lo privado como en lo público.
PLATÓN; República, trad. de C.
Eggers Lan, Madrid, Gredos, 1986, Libro VII, 514a-517c (pp. 338-342)
El
fragmento que acabamos de leer ha sido entresacado del libro VII de La
República, principal diálogo de la etapa de madurez de Platón en el que expone
el grueso de sus doctrinas acerca de la realidad, el conocimiento, el ser
humano, la ética y la política. En esta obra, cuyo título original en griego es
Politeia y cuyo subtítulo es “Acerca de la justicia”, tema central
del diálogo, encontramos la exposición más completa y sistemática del
pensamiento político platónico. Platón
fue un hombre de irrenunciable vocación política. Sin embargo, los acontecimientos
políticos de los que fue testigo (desastres y derrota final de la Guerra del
Peloponeso, crímenes del régimen oligárquico, condena de Sócrates llevada a
cabo por la reinstaurada democracia) en los que no vio otra cosa que un
torrente de pasiones desatadas al margen de toda moderación y de toda
racionalidad, sumado a su condición de discípulo de Sócrates, le convencieron
de la verdad de las siguientes afirmaciones:
1º todos los Estados
están sin excepción mal gobernados.
2º todos requieren una reforma radical.
3º esta reforma radical
exige el estudio de la filosofía porque sólo por medio de ella alcanzamos el
conocimiento perfecto y total de lo que es justo.
Platón
renunció a intervenir activamente en los asuntos políticos atenienses pero no
renunció a su pasión política. El intelectualismo socrático le llevó a afianzar
su esperanza en la razón, en el conocimiento como condición inexcusable
(condición necesaria) del acierto político. Desde entonces, la idea de que el
sabio ha de gobernar o de que el que gobierna ha de ser sabio, vino a
constituir el eje central de su pensamiento. Por ello, Platón fundó la Academia
con la esperanza de formar hombres sabios capaces de intervenir en la
legislación y el gobierno de las ciudades. Él mismo trató por dos veces de
educar a Dionisio, tirano de Siracusa. En conclusión, todo su programa
filosófico político tenía como fin llenar de contenido el saber que Sócrates
proponía como fin de la vida humana. Pero si el saber era para Sócrates una
aspiración inalcanzable, para Platón debía convertirse en una posesión efectiva
de los gobernantes de la ciudad.
Expliquemos
seguidamente por qué el gobierno del sabio (o lo que es lo mismo, la
consideración de que la política es un saber) es para Platón la clave de la
regeneración de la polis. Lo primero que haremos para entender mejor este
fragmento es
contextualizar tanto histórica como filosóficamente el pensamiento del autor. Platón
vivió en la Era Clásica de la historia de la Grecia Antigua. En aquel periodo,
las polis griegas, Ciudades-estado independientes y autónomas que habían
surgido y se habían consolidado a lo largo de la etapa anterior, la Era
Arcaica, lograron alcanzar extraordinarias cotas de desenvolvimiento político
(sustitución de los tiranos por nuevas instituciones democráticas), social
(estatuto de ciudadanía extendido al demos),
económico (fundación de emporios) y cultural (fue unos de los momentos de mayor
esplendor de la literatura, el arte y la filosofía). Sin embargo, debido 1º a
las continuas guerras entre las polis en su lucha por la hegemonía (Guerra del
Peloponeso) y 2º a la conflictividad social e inestabilidad política que la
mayoría de ellas padecían, la polis clásica se sumió en la primera mitad del
siglo IV a.C., periodo en el que Platón desenvolvió la mayor parte de su
actividad filosófica, en un lento declive y decadencia que desembocó pocos años
después de la muerte de Platón en el fin de la Era Clásica (por efecto, tras la
batalla de Queronea, de la desaparición de la independencia de las polis en manos
de Filipo II de Macedonia) abriéndose paso
una nueva etapa, la Era Helenística.
Respecto al contexto
filosófico, por un lado el pensamiento platónico recogió el legado
ontológico-metafísico de los pensadores presocráticos:
a)
el pitagorismo le aportará su concepción órfica
del alma como inmortal e independiente del cuerpo así como la relevancia
ontológica de los números y de las matemáticas.
b)
los eleáticos le influirán al concebir 1º las
Ideas bajo los atributos del ser de Parménides (unicidad, inmutabilidad,
eternidad) y 2º al diferenciar dos modos de conocer, el conocimiento sensible y
el inteligible que retoman la distinción parmenídea entre la vía de la verdad y
la de la opinión.
c)
Anaxágoras le inspirará la necesidad de
postular la existencia de un nous, de
un Demiurgo o inteligencia ordenadora que de cuenta del orden del cosmos.
d)
Finalmente, Heráclito y
el atomismo de Demócrito le legarán su concepción de un mundo sensible-material
sujeto al cambio y al devenir.
Sin embargo, el
condicionante ideológico principal del pensamiento platónico y en respuesta al
cual se articuló toda su filosofía fue la Ilustración sofística y Sócrates. La
filosofía dominante en la Atenas de su tiempo se caracterizaba por
el cuestionamiento generalizado a toda verdad y certeza llevado a cabo por la
sofística. Los sofistas proclamaban además que detrás de las leyes y las
instituciones de la polis no había otra cosa que la lucha y pugna entre
intereses particulares que ambicionaban alcanzar para sí las máximas cotas de
poder y de placer. En contraposición a ello, la mayor influencia
filosófica que se ejerció sobre Platón fue la de su maestro Sócrates quien
profesaba un interés honesto por cuestiones de índole ético-política y cuya
doctrina conocida con el nombre de “intelectualismo moral puede ser considerada
como el cimiento sobre el que se asienta no sólo las doctrinas morales sino el
programa filosófico entero platónico.
PLATÓN, texto 4 Fedro,
246a-247c
Sobre la inmortalidad, baste ya
con lo dicho. Pero sobre su idea hay que añadir lo siguiente: Cómo es el alma,
requeriría toda una larga y divina explicación; pero decir a qué se parece, es
ya asunto humano y, por supuesto, más breve. Podríamos entonces decir que se
parece a una fuerza que, como si hubieran nacido juntos, lleva a una yunta
alada y su auriga. Pues bien, los caballos y los aurigas de los dioses son
todos ellos buenos, y buena su casta, la de los otros es mezclada. Por lo que a
nosotros se refiere, hay, en primer lugar, un conductor que guía un tronco de
caballos y, después, estos caballos de los cuales uno es bueno y hermoso, y
está hecho de esos mismos elementos, y el otro de todo lo contrario, como
también su origen. Necesariamente, pues, nos resultará difícil y duro su
manejo.
Y ahora, precisamente, hay que intentar decir de dónde le viene al viviente
la denominación de mortal e inmortal. Todo lo que es alma tiene a su cargo lo
inanimado, y recorre el cielo entero, tomando unas veces una forma y otras
otra. Si es perfecta y alada, surca las alturas, y gobierna todo el Cosmos.
Pero la que ha perdido sus alas va a la deriva, hasta que se agarra a algo
sólido, donde se asienta y se hace con cuerpo terrestre que parece moverse a sí
mismo en virtud de la fuerza de aquélla. Este compuesto, cristalización de alma
y cuerpo, se llama ser vivo, y recibe el sobrenombre de mortal. El nombre de
inmortal no puede razonarse con palabra alguna; pero no habiéndolo visto ni
intuido satisfactoriamente, nos figuramos a la divinidad, como un viviente
inmortal, que tiene alma, que tiene cuerpo, unidos ambos, de forma natural, por
toda la eternidad. Pero, en fin, que sea como plazca a la divinidad, y que sean
estas nuestras palabras.
Consideremos la causa de la pérdida de las alas, y por
la que se le desprenden al alma. Es algo así como lo que sigue.
El poder
natural del ala es levantar lo pesado, llevándolo hacia arriba, hacia donde
mora el linaje de los dioses. En cierta manera, de todo lo que tiene que ver
con el cuerpo, es lo que más unido se encuentra a lo divino. Y lo divino es
bello, sabio, bueno y otras cosas por el estilo. De esto se alimenta y con esto
crece, sobre todo, el plumaje del alma; pero con lo torpe y lo malo y todo lo
que le es contrario, se consume y acaba. Por cierto que Zeus, el poderoso señor
de los cielos, conduciendo su alado carro, marcha en cabeza, ordenándolo todo y
de todo ocupándose. Le sigue un tropel de dioses y démones ordenados en once
filas. Pues Hestia se queda en la morada de los dioses, sola, mientras todos
los otros, que han sido colocados en número de doce, como dioses jefes, van al
frente de los órdenes a cada uno asignados. Son muchas, por cierto, las
miríficas visiones que ofrece la intimidad de las sendas celestes, caminadas
por el linaje de los felices dioses, haciendo cada uno lo que tienen que hacer,
y seguidos por los que, en cualquier caso, quieran y puedan. Está lejos la
envidia de los coros divinos. Y, sin embargo, cuando van a festejarse a sus
banquetes marchan hacia las empinadas cumbres, por lo más alto del arco que
sostiene el cielo, donde precisamente los carros de los dioses, con el suave
balanceo de sus firmes riendas, avanzan fácilmente, pero a los otros les cuesta
trabajo. Porque el caballo entreverado de maldad gravita y tira hacia la
tierra, forzando al auriga que no lo haya domesticado con esmero. Allí se encuentra
el alma con su dura y fatigosa prueba. Pues las que se llaman inmortales,
cuando han alcanzado la cima, saliéndose fuera, se alzan sobre la espalda del
cielo, y al alzarse se las lleva el movimiento circular en su órbita, y
contemplan lo que está al otro lado del cielo.
PLATÓN; Fedro, en Diálogos III.
Fedón, Banquete, Fedro, trad. de C. García Gual, Madrid, Gredos, 1986,
246a-247c (pp. 345-348)
El
fragmento que acabamos de leer ha sido entresacado del Fedro, un diálogo de la etapa doctrinal o de
madurez de Platón en la que éste formuló el grueso de sus principales doctrinas
filosóficas ayudándose en muchos casos de mitos. En esta obra en concreto,
encontramos la exposición más elaborada de su antropología, esto es, de sus
principales doctrinas acerca del alma, su naturaleza, sus tipos, su estructura
y su destino. En el texto, por su parte, nos encontramos con uno de los más
afamados mitos platónicos: el mito que compara el alma con un carro alado
conducido por una auriga y tirado por dos caballos.
Para poder llegar a entender mejor
este fragmento es necesario previamente contextualizar tanto histórica como
filosóficamente el pensamiento del autor. Platón vivió en la Era Clásica de la
historia de la Grecia Antigua. En aquel periodo, las polis griegas,
Ciudades-estado independientes y autónomas que habían surgido y se habían
consolidado a lo largo de la etapa anterior, la Era Arcaica, lograron alcanzar
extraordinarias cotas de desenvolvimiento político (sustitución de los tiranos
por nuevas instituciones democráticas), social (estatuto de ciudadanía
extendido al demos), económico
(fundación de emporios) y cultural (fue unos de los momentos de mayor esplendor
de la literatura, el arte y la filosofía). Sin embargo, debido 1º a las
continuas guerras entre las polis en su lucha por la hegemonía (Guerra del
Peloponeso) y 2º a la conflictividad social e inestabilidad política que la
mayoría de ellas padecían, la polis clásica se sumió en la primera mitad del
siglo IV a.C., periodo en el que Platón desenvolvió la mayor parte de su
actividad filosófica, en un lento declive y decadencia que desembocó pocos años
después de la muerte de Platón en el fin de la Era Clásica (por efecto, tras la
batalla de Queronea, de la desaparición de la independencia de las polis en
manos de Filipo II de Macedonia) abriéndose paso una nueva etapa, la Era Helenística.
Respecto al contexto
filosófico, por un lado el pensamiento platónico recogió el legado
ontológico-metafísico de los pensadores presocráticos:
a)
el pitagorismo le aportará su concepción órfica
del alma como inmortal e independiente del cuerpo así como la relevancia
ontológica de los números y de las matemáticas.
b)
los eleáticos le influirán al concebir 1º las
Ideas bajo los atributos del ser de Parménides (unicidad, inmutabilidad,
eternidad) y 2º al diferenciar dos modos de conocer, el conocimiento sensible y
el inteligible que retoman la distinción parmenídea entre la vía de la verdad y
la de la opinión.
c)
Anaxágoras le inspirará la necesidad de
postular la existencia de un nous, de
un Demiurgo o inteligencia ordenadora que de cuenta del orden del cosmos.
d)
Finalmente, Heráclito y
el atomismo de Demócrito le legarán su concepción de un mundo sensible-material
sujeto al cambio y al devenir.
Sin embargo, el
condicionante ideológico principal del pensamiento platónico y en respuesta al
cual se articuló toda su filosofía fue la Ilustración sofística y Sócrates. La
filosofía dominante en la Atenas de su tiempo se caracterizaba por
el cuestionamiento generalizado a toda verdad y certeza llevado a cabo por la
sofística. Los sofistas proclamaban además que detrás de las leyes y las
instituciones de la polis no había otra cosa que la lucha y pugna entre
intereses particulares que ambicionaban alcanzar para sí las máximas cotas de
poder y de placer. En contraposición a ello, la mayor influencia
filosófica que se ejerció sobre Platón fue la de su maestro Sócrates quien
profesaba un interés honesto por cuestiones de índole ético-política y cuya
doctrina conocida con el nombre de “intelectualismo moral puede ser considerada
como el cimiento sobre el que se asienta no sólo las doctrinas morales sino el
programa filosófico entero platónico.
Pasemos
seguidamente a analizar el texto. Las ideas principales que podemos entresacar
de él son las siguientes:
PLATÓN, texto 5 Menón,
81c-82a
SÓCRATES .– (…) El alma, pues,
siendo inmortal y habiendo nacido muchas veces, y visto efectivamente todas las
cosas, tanto las de aquí como las del Hades, no hay nada que no haya aprendido;
de modo que no hay de qué asombrarse si es posible que recuerde, no sólo la
virtud, sino el resto de las cosas que, por cierto, antes también conocía.
Estando, pues, la naturaleza toda emparentada consigo misma, y habiendo el alma
aprendido todo, nada impide que quien recuerde una sola cosa —eso es lo que los
hombres llaman aprender—, encuentre él mismo todas las demás si es valeroso e
infatigable en la búsqueda. Pues, en efecto, el buscar y el aprender no son
otra cosa, en suma, que una reminiscencia. No debemos, en consecuencia,
dejarnos persuadir por ese argumento erístico. Nos volvería indolentes, y es
propio de los débiles escuchar lo agradable; este otro, por el contrario, nos
hace laboriosos e indagadores. Y porque confío en que es verdadero, quiero
buscar contigo en qué consiste la virtud.
MENÓN .– Sí Sócrates, pero ¿cómo
es que dices eso de que no aprendemos, sino que lo que denominamos aprender es
reminiscencia? ¿Podrías enseñarme que es así?
SÓCRATES .– Ya te dije poco
antes, Menón, que eres taimado; ahora preguntas si puedo enseñarte yo, que
estoy afirmando que no hay enseñanza, sino reminiscencia, evidentemente para
hacerme en seguida caer en contradicción conmigo mismo.
MENÓN .– ¡No, por Zeus, Sócrates!
No lo dije con esa intención, sino por costumbre. Pero, si de algún modo puedes
mostrarme que en efecto es así como dices, muéstramelo.
PLATÓN; Menón, en Diálogos II.
Gorgias, Menéxeno, Eutidemo, Menón, Crátilo, trad. de F. J. Olivieri, Madrid,
Gredos, 1983, 81c-82a (pp. 302-303)
COMENTARIO DE TEXTO
El
fragmento que acabamos de leer ha sido entresacado del Menón, un diálogo de transición entre la
etapa socrática y la etapa doctrinal o de madurez. En este periodo, Platón
comenzó a esbozar algunas de las teorías filosóficas que desarrollaría
completamente en su etapa de madurez. En esta obra en concreto, expone
doctrinas concernientes a la ética (preguntándose si es o no enseñable la
virtud, tema central del diálogo), a la gnoseología (exponiendo por primera vez
su teoría de la anamnesis) y a la antropología (postulando la preexistencia de
las almas).
Para poder llegar a entender mejor
este fragmento es necesario previamente contextualizar tanto histórica como
filosóficamente el pensamiento del autor. Platón vivió en la Era Clásica de la
historia de la Grecia Antigua. En aquel periodo, las polis griegas,
Ciudades-estado independientes y autónomas que habían surgido y se habían
consolidado a lo largo de la etapa anterior, la Era Arcaica, lograron alcanzar
extraordinarias cotas de desenvolvimiento político (sustitución de los tiranos
por nuevas instituciones democráticas), social (estatuto de ciudadanía
extendido al demos), económico
(fundación de emporios) y cultural (fue unos de los momentos de mayor esplendor
de la literatura, el arte y la filosofía). Sin embargo, debido 1º a las
continuas guerras entre las polis en su lucha por la hegemonía (Guerra del
Peloponeso) y 2º a la conflictividad social e inestabilidad política que la
mayoría de ellas padecían, la polis clásica se sumió en la primera mitad del
siglo IV a.C., periodo en el que Platón desenvolvió la mayor parte de su
actividad filosófica, en un lento declive y decadencia que desembocó pocos años
después de la muerte de Platón en el fin de la Era Clásica (por efecto, tras la
batalla de Queronea, de la desaparición de la independencia de las polis en
manos de Filipo II de Macedonia) abriéndose paso una nueva etapa, la Era Helenística.
Respecto al contexto
filosófico, por un lado el pensamiento platónico recogió el legado
ontológico-metafísico de los pensadores presocráticos:
a)
el pitagorismo le aportará su concepción órfica
del alma como inmortal e independiente del cuerpo así como la relevancia ontológica
de los números y de las matemáticas.
b)
los eleáticos le influirán al concebir 1º las
Ideas bajo los atributos del ser de Parménides (unicidad, inmutabilidad,
eternidad) y 2º al diferenciar dos modos de conocer, el conocimiento sensible y
el inteligible que retoman la distinción parmenídea entre la vía de la verdad y
la de la opinión.
c)
Anaxágoras le inspirará la necesidad de postular
la existencia de un nous, de
un Demiurgo o inteligencia ordenadora que de cuenta del orden del cosmos.
d)
Finalmente, Heráclito y el atomismo de Demócrito
le legarán su concepción de un mundo sensible-material sujeto al cambio y al
devenir.
Sin embargo, el condicionante ideológico
principal del pensamiento platónico y en respuesta al cual se articuló toda su
filosofía fue la Ilustración sofística y Sócrates. La filosofía dominante en la
Atenas de su tiempo se caracterizaba por el cuestionamiento generalizado a toda
verdad y certeza llevado a cabo por la sofística. Los sofistas proclamaban
además que detrás de las leyes y las instituciones de la polis no había otra
cosa que la lucha y pugna entre intereses particulares que ambicionaban
alcanzar para sí las máximas cotas de poder y de placer. En contraposición a
ello, la mayor influencia
filosófica que se ejerció sobre Platón fue la de su maestro Sócrates quien
profesaba un interés honesto por cuestiones de índole ético-política y cuya
doctrina conocida con el nombre de “intelectualismo moral puede ser considerada
como el cimiento sobre el que se asienta no sólo las doctrinas morales sino el
programa filosófico entero platónico.
Pasemos seguidamente a analizar el texto.