sábado, 13 de junio de 2020

1º BACH ADULTOS ÚLTIMA SEMANA DE CLASE 15/6/20

Hola a todo el mundo!

Última semana de clase.

LA LIBRETA (LAS UNIDADES QUE AÚN NO OS HAYA CORREGIDO) HAY QUE MANDARLA A LA DIRECCIÓN DE CORREO ANTES DEL VIERNES 19 DE JUNIO A LAS 24 HORAS. NO OS OLVIDÉIS

Esta semana sólo os voy a pedir que leáis unos apuntes que os voy a colgar cada día en el blog.
ACORDAOS! NO HAY QUE PASAR ESTOS APUNTES A LA LIBRETA, SÓLO LEERLOS. !QUÉ OS APROVECHEN!

Os he subido también al canal de youtube 4 últimos vídeos de lógica:
EJERCICIOS DE DEDUCCIÓN NATURAL III
EJERCICIOS DE DEDUCCIÓN NATURAL IV
EJERCICIOS DE DEDUCCIÓN NATURAL V
EJERCICIOS DE DEDUCCIÓN NATURAL VI

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LECTURA


LA LIBERTAD HUMANA

¿Qué es la libertad? Junto con el pensamiento, la principal cualidad del ser humano.

¿Qué relación tiene con nuestra dignidad? 

Que es su causa, es decir, somos dignos porque somos libres. Y es que la libertad (por encima de nuestra inteligencia y nuestra peculiar sociabilidad) es la fuente última y principal de nuestra dignidad, del valor absoluto que tiene toda persona pues es  lo que hace posible que, a diferencia de lo que le ocurre al resto de los animales, seres vivos y demás seres que pueblan el universo, nosotros los hombres podamos llegar a sentirnos dueños de nuestro destino,  creadores de nosotros mismos y amos de nuestra vida. Y ello será la razón por la cual los seres humanos no nos sentimos simples cosas, meros objetos que padecen lo que les sucede y pasa, meras marionetas cuyos hilos son movidos por la naturaleza, el destino o los dioses, sino sujetos, personas activas que son causa sui, causa de sí mismos, causa de lo ellos mismos llegan a ser y de su vida, verdaderos autores y actores de lo que les pasa).

¿De qué predicamos primariamente la libertad? 

De nuestro comportamiento o conducta, es decir, de cómo vivimos, de lo que hacemos, de nuestro obrar, de nuestras acciones.

¿Qué significa que nuestra conducta es libre? 

Quiere decir que nuestro comportamiento no está predeterminado, prefijado, por las leyes de la naturaleza (a diferencia de lo que le ocurre al resto de los seres naturales, desde una roca a un animal). Es por ello por lo que siempre nos encontramos ante la posibilidad de elegir como mínimo entre dos alternativas, entre dos caminos  a seguir: hacer una cosa o no hacerla. El resto de los seres de la naturaleza no pueden elegir su comportamiento porque éste está preestablecido, sólo puede ser el que es, no existiendo alternativa al camino que les ha trazado de antemano la naturaleza y que necesariamente deberán recorrer (y así, una piedra que soltamos necesariamente tiene que caer, no puede quedar suspendida en el aire ni tampoco ascender, y un león hambriento se abalanza necesariamente sobre la gacela que avista para darle muerte).

¿Quién o qué nos ha hecho libres? 

Si nos referimos al hecho indiscutible de que nuestro comportamiento no esta predeterminado, el responsable de esa indeterminación es la evolución natural. Es la misma evolución natural la que ha producido un animal, el hombre, cuyo comportamiento no está previsto de antemano porque carece de instintos (los instintos son los mecanismos o automatismos que rigen la conducta de la totalidad de los animales y que hacen que la vida y el comportamiento de un animal esté sometido a la misma y férrea necesidad que la caída de una piedra como bien nos enseña la fábula del escorpión y la rana).

¿Todo lo que sucede en la naturaleza acontece necesariamente, es decir, no puede dejar de suceder ni puede suceder de otro modo, o es posible algún ámbito de la realidad en el que, como en la conducta humana, exista la indeterminación? 

En principio, la ciencia consideraba que todo lo que sucedía en el universo ocurría necesariamente, es decir, que las cosas no podían ser de otra manera distinta a como son ya que las leyes de la naturaleza establecían siempre y en todos los casos el modo como un ser tenía que conducirse (y así, aunque es lógicamente posible que la Tierra gire de Este a Oeste, de hecho no puede girar sino del modo en que lo hace, es decir, de Oeste a Este, razón por la que, como sabemos, el sol sale todas las mañanas por Oriente. Dichas leyes de la naturaleza eran concebidas como rígidas, inflexibles e inexorables y por ello infalibles las predicciones que realizamos basadas en su conocimiento (y así puedo cada día saber exactamente en que punto del horizonte saldrá o se pondrá el sol). Sin embargo, los científicos fueron descubriendo a lo largo del siglo XX ámbitos de la realidad natural no sometidos a esa rígida determinación. Cabe destacar, el mundo subatómico de las partículas elementales donde no rigen las leyes deterministas del mundo macroscópico donde vivimos. En dicha región microscópica las cosas no tienen que suceder siempre igual y pueden llegar a ser de otra manera. Y así, el spin o giro de un quark puede ser de derecha a izquierda o de izquierda a derecha. ¿De qué depende entonces el spin de un quark? Del azar o lo que es lo mismo, de leyes probabilísticas ya que la naturaleza es indiferente a que el giro sea en una u otra dirección. Hoy en día, la comunidad científica también considera que la evolución física del universo tampoco depende de principios o reglas fijas sino que es el resultado del azar.

¿Es la libertad humana simplemente indeterminación o es algo más?

 La conducta del ser humano no es mera indiferencia (y por lo tanto resultado del azar) porque en el ser humano existen diversos factores (internos y externos al individuo) que terminan decantando la acción en una u otra dirección.

¿Cuáles son esos factores? 

Los factores internos (los denominamos internos porque que el individuo encuentra dentro de él) son dos: el deseo y la voluntad. El factor externo (sito fuera del individuo) es uno: el condicionamiento social de la conducta humana.

Hablemos en primer lugar del deseo. ¿Qué es el deseo?

 Los deseos y emociones son estados anímicos internos del individuo que se constituyen como la causa más primaria del comportamiento humano. Por ello se denominan también impulsos ya que son ellos los que impulsan, los que desencadenan la conducta del individuo (y así, el deseo de vencer y triunfar es lo que explica que me esfuerce y entregue con la máxima intensidad en el partido de fútbol en el que estoy participando; en otros casos es una emoción muy intensa la que desencadena el comportamiento del individuo, por ejemplo, cuando un enfado provoca que reaccionemos violentamente). Los deseos o apetitos (junto con las emociones) no son exclusivos del ser humanos ya que el tener necesidades y vivenciarlas es algo que experimentan todos los animales (las plantas, las algas, los hongos o las bacterias como seres vivos que son tienen también necesidades vitales pero no las vivencian en forma de deseos ya que carecen de vida mental; los animales, por el contrario, no sólo están dotados de sentidos externos, como el sentido de la vista o del olfato, que  les informan de los que sucede a su alrededor sino que también  poseen una sensibilidad interna que les posibilita experimentar, vivenciar, sus estados internos, que tienen sed o hambre por ejemplo). Los deseos son por lo tanto necesidades que experimenta el individuo y que buscan ser satisfechas.

¿Qué las satisface? 

Las sacia aquello que es objeto de deseo (el alimento cuando sentimos hambre), justamente aquel objeto que el individuo busca apropiarse y poseer por medio de la acción que ese deseo desencadena e impulsa (y así, mi deseo de comer me empuja a desperezarme, levantarme del sofá en el que estoy tumbado y encaminarme a la cocina donde encontraré ese objeto apetecido que saciara mi deseo, esto es, el alimento; del mismo modo, hoy pasaré toda la tarde haciendo deberes porque así colmo mi interés y afán por aprobar el curso; en este último caso, el objeto del deseo es acabar las tareas que me mandaron en clase).

¿Qué diferencia al hombre del animal por lo que respecta a sus deseos? 

El hecho de que los deseos del animal son estrictamente biológicos (referidos exclusivamente a cubrir las necesidades primarias de alimento, bebida, seguridad, procreación, etc.) mientras que los deseos humanos son múltiples: 1º el ser humano desea muchas cosas (no sólo las necesidades biológicas),2º  muy variadas y diversas (desde escalar la cima inaccesible de una montaña que pone en riesgo incluso mi vida a gandulear todo un fin de semana), y 3º incluso contradictorias entre sí (por un lado, quiero seguir viviendo en casa de mis padres por la seguridad y el bienestar que con ellos disfruto aparte de los lazos de afecto que a ellos me unen, pero por otro lado quiero empezar a organizar solito mi propia vida para lo cual es condición indispensable que me marche de casa), etc.

La compleja vida apetitiva del ser humano es una de las causas del lío en el que consiste la vida para los individuos (ya que muchas veces no sabemos  qué, entre nuestros múltiples y variados deseos, realmente y prioritariamente queremos). Pero los problemas mayores que provocan los deseos que tengo son otros: en primer lugar, los deseos son espontáneos, nacen en mi interior sin que yo los haya elegido (esta es la razón por la que antiguamente a los deseos y emociones que sentimos se los denominaba pasiones pues el sujeto no las elegía activamente sino que pasivamente las sufría; de ahí que a veces tengamos la sensación de ser siervos de los deseos, marionetas cuyos hilos mueven pasiones que se nos imponen; por ejemplo, puedo llegar a considerar que la ambición que tengo por sobresalir entre los demás, por ser el más guapo, el más listo, el más guay, etc., es una pasión que me domina, que se ha adueñado de mi sin que yo de hecho la haya elegido consciente y voluntariamente pues de hecho hay una parte de mi a la que le repugna ser tan vanidoso); en segundo lugar, los deseos son ciegos, es decir, lo único que buscan es su satisfacción desinteresándose de toda reflexión acerca de su bondad o maldad o acerca de las consecuencias que conlleva su satisfacción algunas de las cuales pueden ser inconvenientes, perniciosas incluso destructivas para el individuo o para aquellos que le rodean (el celoso que se deja llevar por los celos y martiriza a su pareja no es consciente de lo pernicioso que es ese sentimiento que experimenta, no sólo para su pareja sino incluso para sí mismo; el padre que no le importa humillar a su hijo con tal de seguir imponiéndole su autoridad, despreocupándose de los efectos perniciosos que tal conducta puede llegar a tener sobre la autoestima de éste); finalmente, en tercer lugar, en ocasiones los deseos son tan fuertes que se vuelven irresistibles, pareciéndonos que no somos capaces de dominarlos y que incluso llegan a esclavizarnos (por ejemplo, la persona que sufre un enamoramiento parece que pierde la cordura, que sufre una especie de enajenación mental que le lleva a hacer cosas que en condiciones normales jamás haría, etc.).

¿Quién se comporta exclusivamente  por lo que sus deseos le dictan? 

Los niños, principalmente los niños pequeños, es decir, los bebes y los niños que se encuentran en la primera infancia, aquella que se extiende entre los dos y siete años de edad. Expliquémonos. Si nos preguntamos si un hombre, a diferencia de un animal, es libre, responderemos que sí pues la conducta del ser humano no está determinada por el instinto. Pero si nos preguntamos si un niño (es decir, aquel ser humano que aún no es un ser humano adulto) es libre, aunque sabemos que tampoco su conducta está determinada por el instinto, responderemos sin temor a equivocarnos que no lo es, y responderemos negativamente porque sabemos que aunque su conducta no está determinada por el instinto sí lo está por lo que desea, por lo que apetece, y por lo que siente, por sus emociones (emociones y deseos que como explicamos más arriba nadie, y menos que nadie el niño, ha elegido reflexivamente, voluntariamente, libremente, sino que se imponen de un modo inmediato e incondicional). Es por ello, por lo que no podemos considerar a un niño responsable de lo que hace ya que él no elige su conducta dejándose simplemente arrastrar por sus deseos y emociones (y así, un niño que se enfada en la guardería arremete con todo lo que se encuentra delante dando patadas a diestro o siniestro; otro ejemplo, en casa coge unas pinturas y se pone a embadurnar con ellas las paredes simplemente porque momentáneamente siente el capricho de hacer tal cosa sin más). ¿Y los adultos? ¿Acaso también ellos, aunque aparenten no serlo, son siervos de sus deseos actuando siempre al fiel dictado de lo que éstos demandan que no es otra cosa que su satisfacción lo más pronta posible? También los adultos tienen deseos y emociones, mejor dicho, sus deseos y emociones constituyen una de las partes más importantes de su intimidad, de lo que la persona es verdaderamente por dentro ella misma. Si una persona dejase de desear o de emocionarse es que o bien habría muerto o que la vida ha dejado de tener para ella el más mínimo interés cayendo en una profunda apatía y abulia vital. Los deseos y las emociones constituyen la médula de lo que somos, siendo por ello la parte más profunda y propia de nuestro ser. Es decir, los deseos forman también parte de nuestro “yo” más propio e intransferible. Y así, el deseo más profundo que nos constituye es el deseo de aquello en lo que cada uno cifra su felicidad y la alegría la emoción que expresa más intensamente la satisfacción con lo que somos y con nuestra vida. No es, por lo tanto, no tener deseos o sentir emociones lo que diferencia a un adulto de un niño sino la capacidad de distanciarse  y de no dejarse arrastrar por ellas. El adulto puede también sentirse muy enfadado, furioso incluso pero es capaz de contener el  impulso que siente en su interior y no descargar su ira, verbal o físicamente, sobre las personas que le rodean. El adulto puede desear muy intensamente algo, ansiarlo incluso, pero es capaz de resistirse a ese deseo, ese deseo no le empuja o arrastra a actuar en una determinada dirección como por ejemplo le sucede a aquella persona que en su empresa tiene que trabajar educada y lealmente con alguien a quien no soporta o incluso odia. EN CONCLUSIÓN: los deseos y emociones son un elemento, un ingrediente indispensable en la vida de los hombres pero no debe convertirse ni en la única ni en la principal causa del obrar humano por todo lo que acabamos de explicar más arriba: los deseos son 1º ciegos, carecen de conciencia de sí mismos y de lo que desencadenan, 2º nos arrastran a actuar de un modo inmediato sin dejar lugar a la reflexión, 3º en ocasiones, sentimos su fuerza con tanta intensidad que se tornan irresistibles convirtiéndonos en sus siervos, como ocurre por ejemplo en el caso de cualquier tipo de adicción.

Hablemos en segundo lugar del factor exterior que condiciona la conducta humana, esto es, el entorno social que nos rodea. ¿En qué medida podemos afirmar que somos libres si aceptamos que nuestra conducta inevitablemente está condicionada socialmente? Empecemos explicando el porqué de ese condicionamiento social de la conducta del individuo. Los hombres vivimos en sociedad y lo hacemos porque no nos queda más remedio: 1º porque es la única manera como podemos sobrevivir como especie y 2º porque los seres humanos para vivir de un modo civilizado, es decir, de un modo humano, como hombres y no como animales, necesitamos vivir con otros hombres de los que aprendemos todo lo que nos caracteriza (el habla, las creencias, las costumbres, etc.) y con los que estamos continuamente interactuando (para un ser humano, la vida sólo tiene sentido si la compartes con otros seres humanos con los que poder interactuar, pues las cosas que hacen los hombres las hacen siempre con otros hombres, desde jugar un partido de futbol a pelearse, ayudarse, etc.). Por lo tanto, en conclusión, la vida humana no se puede entender si no se desenvuelve entre humanos, es decir, vivir para el hombre es siembre con-vivir con otros hombres. Esa ineludible convivencia, como es natural, condiciona inevitablemente la conducta humana. ¿De qué forma se produce de hecho el condicionamiento social de la conducta humana? De dos formas. En primer lugar, a través de la educación: la conducta y la personalidad entera del individuo es modelada para que este actúe, piense, sienta y desee incluso, del modo como la sociedad quiere que lo haga (la educación del individuo, llamada también socialización, es necesaria si queremos que el individuo se integre y asimile en la sociedad en la que vive como un elemento activo más dentro de ella, alguien en el que los demás pueden confiar y con el que los demás pueden cooperar pues todos pueden prever cómo va a comportarse ya que su conducta se amolda a las pautas y patrones de comportamiento en los que fue educado por dicha sociedad). Como es natural, me puedo preguntar en qué medida puedo considerar libre a un ser humano que ha sido fabricado (modelado) por su entorno social (a través de la educación) para que se ajuste perfectamente a él como un engranaje a la maquinaria de la que forma parte. En segundo lugar, la vida del individuo transcurre en distintos contextos sociales, en diversos grupos sociales: la familia, la pandilla, el vecindario, el colegio, la empresa de trabajo. Dichos grupos están estructurados, ordenados y organizados, encontrándose en ellos una distribución de papeles que facilitan el desenvolvimiento dentro de ellos de las formas de interacción cooperativa que les son propias. Esta organización de los grupos justifica que el individuo que se integra en ellos reciba continuamente órdenes que tiene que acatar y cumplir. Y así por ejemplo, el hecho de tener familia implica que tenga que aceptar que mis padres tienen derecho a darme órdenes, el hecho de ir al instituto que los profesores me pueden sermonear, y el hecho de formar parte de una pandilla que no puedo ir nunca a la contra de las expectativas de la mayoría. Indudablemente me puedo preguntar en qué medida soy libre si mi vida va a desenvolverse en todo tipo de contextos sociales en los que se me exige continuamente alguna forma de obediencia.

Hablemos seguidamente de otro condicionamiento y limitación externa de la libertad que tiene la peculiaridad de, en ocasiones, ser de difícil constatación por el individuo que la sufre. Nos estamos refiriendo a la existencia de instancias y estructuras opresivas en la sociedad (como por ejemplo la esclavitud, la discriminación racial, cultural, religiosa o de género, la pobreza, la tiranía o el miedo ante la inexistencia de seguridad jurídica) que ejercen una continua coacción, coerción y constreñimiento sobre el individuo, impidiéndole ejercer su libertad, su capacidad de elegir y decidir por sí mismo. ¿Cuáles son las principales estructuras opresivas que puede padecer el ser humano? En primer lugar, debemos saber que esas estructuras son un producto social, es decir, el resultado de un determinado modo de organizar la sociedad, y no un hecho natural (la discriminación femenina es el resultado de que las sociedades humanas hayan optado por excluir a la mujer de todas las tareas sociales no vinculadas con la reproducción y el cuidado de los miembros más menesterosos de los grupos familiares, esto es, niños, enfermos y ancianos, y no de la supuesta, aunque falaz, inferioridad natural de la hembra respecto al varón). En segundo lugar, esas estructuras opresivas están institucionalizadas, es decir, son:

 a) permanentes (la discriminación femenina, por ejemplo, es en las sociedades patriarcales no un hecho que se dé ocasionalmente sino una práctica continua, que pasa de generación en generación),

 b) su presencia está generalizada en todos los ámbitos de la vida social (ya que su práctica está extendida en todos los grupos y estratos de la sociedad y así la sufre tanto una mujer campesina como una noble, una mujer de clase humilde como de clase alta), a la par que

c) la sociedad las reconoce como legítimas (pues nadie cuestiona la superioridad del varón y que la mujer debe estar sometida a su tutela y autoridad).

En tercer lugar, las principales formas de opresión que el individuo puede llegar a padecer son las siguientes:

Opresión económica: se da cuando las personas padecen la pobreza y la miseria (una pobreza resultado del injusto reparto de los bienes, no de la carestía o escasez de los bienes necesarios para la vida que puede existir en una sociedad) o son en su trabajo explotados (ya sea porque no se les pague una retribución justa por su trabajo o porque las condiciones laborales en el que este se desenvuelve, horarios, condiciones higiénicas, etc., son inhumanas). Este tipo de opresión lo han padecido (lo padecen) fundamentalmente las clases más humildes y menesterosas de la sociedad, mas todos aquellos que han sufrido esclavitud o alguna de las múltiples formas de trabajo esclavo (explotación colonial, explotación de los países del tercer mundo, siervos del Antiguo Régimen, clase obrera en el periodo del capitalismo salvaje, etc.).

Opresión política: la padecen todos aquellos que tienen que soportar cualquier forma de tiranía o despotismo político. El tirano no utiliza el poder y la autoridad con la que le inviste la sociedad para gobernar (dirigir y ordenar) ésta sino para ejercer la dominación, esto es, para someter la voluntad de sus súbditos a la suya propia, privándoles de su libertad, y estando dispuesto a castigar y dañar a todo aquel que se oponga a su omnímoda y arbitraria voluntad. La opresión política se puede ejercer de múltiples modos. Uno de los más ominosos es la inseguridad jurídica, situación de miedo que termina coartando la libertad de aquel que lo experimenta, producida por la incertidumbre ante cómo pueden actuar los poderes públicos (lo padece por ejemplo aquel que puede ser detenido injustificadamente por la policía, retenido indefinidamente y que no tiene derecho a un juicio con garantías; esta situación es la que han sufrido todos estos últimos años los presos islamistas retenidos por los EEUU en su base extraterritorial de Guantánamo).

Opresión social: en ocasiones no es el Estado, el aparato político que nos gobierna quien nos coarta, constriñe nuestra libertad coaccionándonos sino la misma entera sociedad de la que formo parte. En ocasiones, las distintas formas de opresión social están jurídicamente reconocidas e institucionalizadas (es decir, existen leyes positivas que dan carta de naturaleza a esas distintas formas de opresión social, como ocurre por ejemplo cuando en una sociedad existen leyes que permiten u obligan al ejercicio de la discriminación racial, como las leyes del apartheid de Sudáfrica, de minorías religiosas, como las leyes que segregaban a los judíos en los reinos cristianos hasta bien entrado el siglo XIX, o de género, como las leyes que niegan el derecho de una mujer a heredar o le prohíbe viajar sola sin el consentimiento de su marido) pero en otras ocasiones se manifiestan de un modo difuso a través de práctica de distintas formas  de ostracismo y exclusión social (la invisibilización, el rechazo y desprecio, la reclusión en ghettos, la criminalización) que a lo largo de la historia han padecido por ejemplo miembros de minorías lingüísticas, étnicas, religiosas, descendientes de esclavos, mujeres, homosexuales, madres solteras, hijos naturales, divorciadas, enfermos de cualquier enfermedad que estigmatiza al que la padece como ocurre con el sida,   castas o segmentos enteros de la sociedad considerados impuros, delincuentes, herejes, outsiders, excéntricos y snobs varios que se atreven a cuestionar los convencionalismos sociales, enfermos mentales, librepensadores, etc.

Pues bien, todo aquel que padece alguna forma de opresión (ya sea económica, política o social) no puede sentirse libre pues se siente constreñido, coaccionado y atemorizado por ese entorno opresivo que no le permite vivir como le gustaría hacerlo y que le impide el libre desenvolvimiento de  sus virtudes y capacidades.

Hablemos finalmente de la voluntad. Para empezar, ¿qué es la voluntad?. Los seres humanos hemos desarrollado a lo largo de la historia de nuestra evolución (la evolución de los homínidos, más en concreto la evolución de los homo) una serie de capacidades o facultades psicológicas extraordinarias: la conciencia, el lenguaje, la inteligencia y la voluntad. La conciencia es la capacidad que nos permite vivenciar lo que sentimos y pensamos, enterarnos de lo que ocurre en nuestras mentes (es ese “yo” que está presente en todos mis actos mentales y que, como si de un espectador se tratase ante una pantalla de cinematógrafo, los contempla). La capacidad lingüística es lo que me posibilita comunicarme con mis semejantes y cooperar con ellos. La inteligencia es la facultad que me permite entender el mundo que encuentro a mi alrededor (tanto el mundo natural como el mundo social  en el que me integro) y lo que me ocurre. ¿Y la voluntad? La voluntad es el gran centro de control, de mando, de la conducta humana. Es decir, es la facultad psicológica poseída por  todo individuo humano adulto en sus cabales (los niños y los locos carecen de ella) que decide el comportamiento humano, cómo el individuo va a actuar. Ante cualquier situación, es ella la que toma la decisión última y la ejecuta. ¿Cómo opera la voluntad?  La primera fase está protagonizada no por la voluntad sino por la inteligencia. Lo primero que la inteligencia hace es reflexionar, analizar la situación, ser consciente no sólo de lo que nos pasa sino de las posibilidades de acción que se abren ante nosotros (por ejemplo, tengo 16 años, acabo de terminar la ESO y ante mí se abren cuatro posibilidades de actuación: 1º hacer el bachillerato, 2º hacer un ciclo medio de formación profesional, 3º ponerme a buscar trabajo y 4º seguir viviendo en casa de mis padres y vaguear todo lo posible mientras ellos me lo permitan y sigan soltando como aún hacen un buen dinerillo para mis gastos). Posteriormente, la inteligencia delibera, lleva a cabo una valoración de cada una de dichas posibilidades determinando su grado de conveniencia o inconveniencia (no sólo en virtud de su valor intrínseco sino también de sus consecuencias, y así aunque a corto plazo lo que más me conviene es vaguear todo lo posible porque disfruto de un modo inmediato de la gratificación que me proporciona el continuo tiempo de ocio y diversión del que pienso disfrutar, lo cierto es que quizá la posibilidad que más me convenga sea o ponerme ya a trabajar porque podría empezar a disfrutar de independencia económica respecto de mis padres, o incluso seguir estudiando por las múltiples y mejores oportunidades profesionales y laborales que tal cosa me puede proporcionar en el futuro). Estas dos operaciones de análisis y valoración las lleva a cabo la inteligencia humana (la inteligencia práctica o conciencia moral), no la voluntad. La función de la inteligencia es pensar mientras que la de la voluntad es decidir y ejecutar lo decidido. Veamos cómo actúa la voluntad. Una vez terminada la deliberación, la voluntad toma una decisión, realiza una elección que la decanta por una de entre las distintas posibilidades, opciones, alternativas o cursos de acción que ante ella se abren. Lo que la voluntad elige es lo que la voluntad quiere. El querer o volición es el resultado de la operación llevada a cabo por la voluntad al tomar una decisión, al decantarse por una de las opciones de acción (no debemos confundir el querer con el desear: el querer es siempre el resultado de una decisión activa de la voluntad del individuo mientras que el desear es algo que pasivamente le sucede a éste). La  voluntad, como si de un juez  se tratase, dicta una resolución que se resume en dos palabras, “quiero” y “hágase”, y que hace recaer sobre una de las opciones poniendo fin (cortando) la deliberación (el término “decisión” procede de la palabra latina “scindere” que significa cortar). Inmediatamente, se ejecuta lo decidido.

Con respecto al proceso que sigue la voluntad cuando ésta opera debemos tener presente en primer lugar que la voluntad debe tomar finalmente una decisión (el indeciso que se debate entre una posibilidad y otra sin terminar de tomar una decisión a la postre termina decidiendo que los demás decidan por él), en segundo lugar que la decisión sólo lo es si inmediatamente se ejecuta sin dilaciones (no puedo considerar que he tomado verdaderamente la decisión de marcharme de casa o de cortar con fulanito si estoy posponiendo siempre mi marcha o el momento en que me decido a hablar con mi novio y dejarlo).

Con respecto a la voluntad debemos saber varias cosas. En primer lugar, la voluntad humana es libre (la libertad se predica no sólo del comportamiento exterior del individuo sino principalmente de aquello que es su causa, la voluntad; por lo tanto, el comportamiento del individuo es libre porque su causa, la voluntad, lo es y en un sentido más primario y fundamental ya que la libertad tiene su origen en la voluntad y desde ella se irradia al comportamiento de éste). En segundo lugar, que la voluntad es libre significa que a la hora de elegir no está determinada inexorablemente por ninguna de las tres instancias que pueden llegar a condicionarla. Estas tres instancias son: los deseos, los condicionamientos sociales y la reflexión llevada a cabo por la inteligencia. ¿Cómo podemos demostrar que es cierto que la voluntad humana no está necesariamente determinada por ninguno de esos tres factores? Por nuestra propia experiencia vital y por lo que sabemos de otras personas, estamos seguros de que aunque esas tres instancias condicionan la voluntad jamás la determinan totalmente: y así, aunque mi inteligencia me muestra hasta qué punto el tabaco es nocivo para la salud, mi voluntad decide no seguir su consejo y da su placet  (o permiso) para que  encienda otro pitillo; en otras ocasiones, la voluntad no se deja arrastrar por el deseo por apremiante que este sea, y así el individuo que se ha declarado en huelga de hambre, y está dispuesto a llegar hasta el final, se deja morir sin probar un bocado; finalmente, por muy grande que sea la presión social que me constriñe a actuar de una determinada dirección, siempre puedo actuar en la dirección contraria, como por ejemplo el soldado que se niega, por motivos de conciencia, a obedecer a un superior que le manda cometer un crimen sobre civiles bajo su custodia aún a sabiendas que se arriesga a ser fusilado o ejecutado en el acto. En conclusión, la voluntad es la que tiene la última palabra a la hora de decidir cuál de las tres instancias es la que finalmente la determinará, si el deseo, si la conformidad social o si lo que le dicta la conciencia (la inteligencia). La voluntad tiene libre albedrío o arbitrio, libertad de elegir, esto es, de convertirse en el árbitro último (y de ahí lo de “arbitrio”), en la instancia suprema de decisión. ¿Qué es lo que la hace decantarse por una instancia o por otras? No lo sabemos y en ello reside el magnum mysterium de nuestra libertad, la indeterminación última y la imprevisibilidad de la vida humana (y de ahí el que cuando menos nos lo esperemos pueda suceder el milagro de lo inesperado que tantas veces vimos en películas o leímos en novelas: el villano que termina actuando como un héroe y la honesta y honrada persona que elige mal y termina arruinando su vida o la de los que le rodean). En tercer lugar, la voluntad humana, a diferencia de los simples deseos, jamás es ciega, es decir, es consciente de qué elige y de por qué lo elige (solemos decir que el amor es ciego, de hecho todos los deseos lo son, al contrario del acto voluntario que jamás es ciego sino el resultado de una operación consciente de la voluntad). EN CONCLUSIÓN: gracias a estar dotado de voluntad el ser humano se eleva y accede a una nueva y superior forma de motivación de su comportamiento: el querer. El querer o volición no es sino una motivación (un desear al fin y al cabo si utilizo el término “desear” en el sentido laxo de sentir una inclinación, una tendencia hacia un objeto) libre. Una nueva forma de desear, un desear no inmediato sino resultado de una reflexión y una deliberación, un desear por lo tanto elegido y no impuesto, un desear activo y no pasivo.

¿Qué instancia es más recomendable que la voluntad elija para que la determine: el deseo, la conformidad social o la voz de la conciencia? La mayoría de los pensadores que han reflexionado sobre esta cuestión están convencidos de que lo más prudente es que la voluntad se decante por seguir siempre el dictado de la conciencia, esto es, elija aquella opción que la inteligencia muestra como la más buena (o a lo sumo, la menos mala). ¿Cuál es la razón última por la que debo seguir siempre el dictado de mi conciencia? Porque gracias a ella, mi voluntad se convierte en una voluntad no sólo pensante, una voluntad que ejerce la reflexión, sino una buena voluntad, una voluntad benevolente, una voluntad que opta por lo que la inteligencia le muestra como mejor, y que hace posible que yo de nuevo me vuelva a elevar y acceda a un grado y forma superior  de motivación de mi comportamiento: no sólo el mero querer (que como vimos más arriba, es siempre un desear reflexivo y libre) sino un querer benevolente (un desear que además de libre es, ya sí, verdaderamente inteligente pues nos inclina hacia aquello que es objetivamente mejor pues perfecciona nuestra humanidad y la de los que nos rodean).

 El que la voluntad opte por seguir el dictado de la inteligencia o conciencia ¿significa acaso que la voluntad tiene que negarse siempre a que los deseos o las órdenes sociales la determinen? Categóricamente, no. La voluntad prudente, guiada e informada por la reflexión inteligente, 1º sabe hasta que punto  los deseos forman parte de nuestra vida y de nuestro ser y 2º es plenamente consciente de lo necesario que es para el individuo el asumir activamente sus deberes y obligaciones sociales (esto es, obedecer). Es por ello, por lo que ser libre no consiste ni en resistirse continuamente a lo que los deseos nos solicitan ni en negarse a acatar órdenes de ningún tipo. Soy libre cuando mi inteligencia examina los deseos que tengo, se pregunta por su bondad, conveniencia y legitimidad, y permite la satisfacción sólo de aquellos que se le muestran como tales, impidiendo a aquellos que no lo son su realización (y así, mi voluntad da curso libre al deseo que tengo de marcharme de casa y empezar a vivir mi propia vida mientras que por el contrario tendría que  reprimir la inclinación que también podría sentir de quedarme en casa de mis padres viviendo de la sopa boba). Lo mismo ocurre con las órdenes y deberes sociales. Es mi voluntad, siempre aconsejada por la inteligencia (por la conciencia) la que debe analizar qué órdenes deben ser obedecidas y cuales desobedecidas, qué deberes deben ser aceptados y cuáles no, atendiendo siempre al sentido, conveniencia, utilidad o justicia de dicha orden o deber (y así, comprendo el sentido de obedecer la indicación de un profesor  o de asumir las obligaciones que tengo como estudiante, lo cual no implica que tenga que acatar órdenes vejatorias o humillantes aunque procedan del mismo director del instituto, o aceptar obligaciones que considero un disparate o que en determinados contextos no son procedentes,  como por ejemplo, exigirme que delate a un compañero que sé que ha copiado).


  














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