LECTURA
– FILOSOFÍA POLÍTICA (Stephen Law)
La filosofía política es el estudio de la
organización de las sociedades, tanto de cómo lo hacemos como de la forma de
hacerlo mejor. Los conceptos básicos de la política nos son familiares:
libertad, igualdad, justicia, derechos… El reto de la filosofía política es
averiguar lo que significan realmente estos términos y cómo podemos hacer que
funcionen.
Los
filósofos han reflexionado sobre la política desde la antigua Grecia. “La
República” de Platón que exponía la visión del gran pensador sobre cómo debería
ser una comunidad política ideal, supuso la enorme e influyente apertura de un
debate que continúa en la actualidad.
Desde Platón y Aristóteles hasta John Rawls y
Charles Taylor en el siglo XX, los filósofos han intentado responder a la
pregunta fundamental que subyace a toda idea política. ¿Cómo podemos convivir?
Esta pregunta es ineludible ya que los seres humanos somos criaturas sociales
por naturaleza. Nuestra vida está intrínsecamente relacionada con la de todos
los demás. A algunos los conocemos bien, a otros vagamente, y a la mayoría
nunca los conoceremos. Por eso debemos prestar atención al tema de convivir con
ellos, que es la esencia de la política. Es evidente que debemos implicarnos en
la política. Por ejemplo, nos incumbe a tdos que las leyes sean justas, que una
clase o grupo no nos oprima, que los gobiernos se puedan elegir de una forma
democrática (y por tanto responsable) y que queden claro no sólo nuestros
derechos sino también nuestras responsabilidades hacia los demás. La historia
está repleta de ejemplos de las terribles consecuencias de hacer una mala
política, de no encontrar forma de convivir pacíficamente, desde los regímenes
tiránicos a la persecución y el genocidio.
Comprender la libertad
Abordar
la filosofía política es intentar llevar este tipo de pensamiento un paso más
allá, es preguntar sobre las ideas básicas que componen y enmarcan nuestra vida
política, conceptos como la justicia, la igualdad y la libertad. Entre estos,
la noción de libertad es de suma importancia en la filosofía política
moderna. Es importante comprender el papel de este término, pero además ilumina
muchas partes del escenario político pues nos lleva al centro de uno de los
grandes puntos a debatir de la filosofía política: ¿por qué se debe obedecer al
Estado?
EL IDEAL LIBERAL
La
libertad del individuo es el valor supremo del liberalismo, ideología política
que defiende el derecho de los ciudadanos a vivir y pensar como quieran. El
ideal liberal es el de un ciudadano libre de perseguir su propia concepción de
una vida feliz, implique lo que implique, sin que el Estado interfiera.
1º LIBERTAD NEGATIVA
Casi
todo el mundo a quien se le pregunte, dirá que la libertad es algo bueno, y es
fácil entender por qué. La libertad consiste en poder elegir por uno mismo,
tener una vida propia, ser autónomo. Es característico del mundo moderno que la
libertad se valore tanto.
Consideremos
la libertad más simple que disfrutamos: la der ir a donde nos plazca. La
libertad de movimiento es lo que le quitamos a los delincuentes cuando los
castigamos con la cárcel. Más allá de eso, existe el consenso de que debería
existir libertad para expresar nuestros puntos de vista, practicar una religión
o ninguna, casarse o quedarse soltero. La negación de cualquiera de estas
libertades sería una atrocidad. En otras palabras, la esencia de la libertad es
la ausencia de restricciones. Por tanto, el papel del Estado es asegurar el
funcionamiento tranquilo de una sociedad de individuos libres, y las leyes que
hace cumplir el Estado deberían tener este objetivo.
¿La
libertad tiene límites¿ Una vez más, no hace falta preguntárselo a un filósofo
político para saberlo. La mayoría estaríamos de acuerdo en que el límite de la
libertad aparece cuando se emplea para hacer daño a ños demás. La libertad de
conducir un coche está bien, pero no la de hacerlo sobre una acera llena de
gente. Puedo ser libre para tener un arma para cazar, pero no para disparar al
azar en el centro de una ciudad sólo porque me gusta el ruido que hace. Se
puede expresar esta idea de la libertad que se conoce como el “principio del
daño” así: una persona debería ser libre para hacer lo que quiera, siempre
que no cause daño a nadie.
Esta visión de la libertad se ha llamado “libertad
negativa” porque la libertad de hacer lo que se quiera procede de que el Estado
se aparte para que las personas puedan decidir por sí mismas cómo vivir su
vida. Es como si el Estado dejara un papel en blanco para que en él los
ciudadanos escribieran el guion de su vida. El Estado es neutral, no insiste en
que los ciudadanos tomen unas decisiones concretas. Lo único que necesita el Estado
es que los ciudadanos lleven a cabo sus decisiones sin dañar a otros individuos
durante el proceso.
Quizá
la afirmación más influyente y elocuente del concepto de libertad negativa se
encuentre en “Sobre la libertad” escrita en 1859 por John Stuart Mill. Esta
obra es un clásico del liberalismo, la filosofía política que adopta esta
aproximación a la libertad, al individuo y al Estado.
Liberalismo y desigualdad
Los dos principios básicos del liberalismo son el
principio del daño y el Estado neutral. Para los liberales, la libre elección
de los individuos es más importante que la naturaleza de lo que se elige. Por
tanto, aunque una elección parezca errónea o tonta, los individuos deben ser
los que juzguen qué es mejor, no el Estado.
Una consecuencia obvia de esto es que las
personas toman distintas decisiones, adoptan valores diferentes y persiguen
distintas metas. Al aceptar esto, adoptamos el pluralismo. En una
sociedad pluralista, el Estado actúa como árbitro neutral entre los diferentes
estilos de vida y sistemas de valores, sin favorecer a uno u a otro. En
consecuencia, se establece una clara división entre lo público y lo privado en
el que el primero comprende al Estado, y el segundo a la sociedad (a los
individuos y sus asociaciones). Se deduce que en el Estado liberal y
pluralista, la economía será la del libre mercado, el capitalismo, lo que nos
lleva al tercer aspecto que aceptan los liberales: la desigualdad. Cuando los
individuos compiten en el mercado, siempre hay ganadores y perdedores. Aunque
los individuos son libres para elegir, no todas las elecciones son sensatas o
afortunadas, lo que inevitablemente crea desigualdades en la posesión de
bienes.
Libertarismo
La
actitud hacia la desigualdad es lo que diferencia más claramente a las dos
tendencias principales del liberalismo: el libertarismo y la democracia social.
El libertarismo es la más relajada respecto a la desigualdad, ya que se
esfuerza por conseguir la libertad sin restricciones del individuo que actúa en
el mundo del mercado libre. Los libertarios quieren que el Estado vuelva a su
función primigenia de proporcionar seguridad, proteger a los ciudadanos del
peligro interno (mediante las leyes) y el externo (mediante las fuerzas
armadas). Esto tiene el beneficio añadido de mantener los impuestos lo más
bajos posibles, dejando que las personas tengan el máximo de libertad para
gastarse el dinero como quieran.
El
cometido del Estado es simplemente impedir, detectar y detener a aquellos que
provocan daño. El daño se interpreta aquí como lesiones a personas, robos y
daños a la propiedad, pero poco más. Si el ciudadano cae enfermo, pierde el
trabajo o necesita educación para sus hijos, el Estado no está obligado a
ayudarle. Si no pude pagar los bienes y servicios que necesita, debe confiar en
la caridad de los demás, la de aquellos que pueden elegir libremente ayudarle.
Según
esta visión de la sociedad, el mercado es todopoderoso. Si nadie quiere
comprarte lo que vendes, por ejemplo tu trabajo, te será muy difícil o incluso
imposible conseguir lo que quieres o necesitas. Cuando el mercado es la
herramienta más poderosa para expresar decisiones y destinar recursos, es
probable que las diferencias entre ricos y pobres aumenten, que sea un
liberalismo para los ricos. La idea de individuos libres compitiendo en el
mercado es un mito. En realidad, lo que se obtiene no son individuos que
compiten, sino grandes empresas que ejercen un enorme poder, y los más libres
son los mejores jugadores del mercado.
Antes
de ocuparnos de la otra tendencia principal del liberalismo, la democracia
social, se deben destacar dos aspectos más de la visión liberal: el contrato
social y los derechos. Ambos han sido muy relevantes también para los
pensadores no-liberales, pero es el liberalismo el que más ha destacado su
importancia.
COMENTARIO – EL PRINCIPIO DEL DAÑO EN ACCIÓN
Según el principio del daño, el propósito de la
ley es evitar que alguien le haga daño a una persona. Cuando esto no ocurre, la
ley (el Estado) no debería intervenir. Por lo tanto, si yo, un adulto, quiero
fumar sabiendo que estoy perjudicando mi salud, nadie (tampoco el Estado) tiene
derecho a impedírmelo. Por otro lado, si se demuestra que el humo de mi
cigarrillo afecta a la salud de los que me rodean, existe una base para
restringirme mi derecho a fumar cerca de otras personas. Ésta es la base de la
mayor parte de la legislación que prohíbe fumar en lugares públicos y cerrados.
2º EL CONTRATO SOCIAL
La
ideal del contrato social intenta responder a la pregunta: ¿por qué hay
que obedecer al Estado? Después de todo, sus leyes, impuestos y policía limitan
la libertad individual. Pensemos en esta alternativa: sin leyes ni Estado,
podría hacer lo que quisiera. Claro que los demás también podrían hacerlo. Eso
es el “estado de naturaleza” descrito por Thomas Hobbes que, al haber vivido
las guerras civiles religiosas inglesas del siglo XVII tenía una experiencia de
primera mano sobre lo aterrador que puede ser un panorama así. Sin una
autoridad soberana (la soberanía es un poder supremo al que todos tienen que
someterse, fundamentalmente el Estado) no puede haber seguridad ni paz.
Ahora
se entiende por qué las personas quieren organizar un Estado. Acuerdan vivir
según las reglas de la ley por los beneficios en materia de seguridad que ello
conlleva. Le otorgan poderes al Estado y pierden algunas libertades para poder
caminar por la calle con tranquilidad. Éste es el contrato: el Estado puede
gobernar al ciudadano mientras éste esté protegido por sus leyes.
John Locke (otro filósofo inglés del siglo XVII)
afirmaba que el Estado rompe su contrato social con el pueblo cuando actúa de
forma tiránica. Un Estado que acosa a sus ciudadanos es como una bestia salvaje
y no tiene derecho a gobernar. Los ciudadanos pueden considerar que es su deber
derrocar al Estado.
Según Rousseau (un filósofo francés del siglo
XVIII), si el contrato social es auténtico (verdaderamente democrático), no es
sólo un protector de la libertad negativa, sino la verdadera expresión de la
voluntad racional de toda la comunidad: la “voluntad general”.
Críticas
Los escépticos (políticos) dicen que parece
improbable que el pueblo salga de la selva (del estado de naturaleza) con la
idea del contrato social en la cabeza. Los contratos implican la existencia de
un mercado, no de la selva. La teoría del contrato social la han calificado de
“ficción liberal” que consagra el mito del individuo soberano que consiente libremente
someterse a la autoridad del Estado, pero para ser el tipo de persona que haría
algo así, hay que ser el producto de un Estado ya establecido, no su fundador.
Los contratos y las personas que los diseñan son creaciones sofisticadas. Como
argumentaba Hegel, el Estado forma al individuo, no viceversa.
La
mejor respuesta a esta crítica quizá no sea considerar el contrato social como
un suceso histórico o como algo que se supone que los individuos realmente
hemos firmado. Los filósofos liberales como John Rawls (filósofo norteamericano
del siglo XX) han afirmado que deberíamos verlo como una especie de experimento
mental, una herramienta que nos ayuda a pensar para qué sirve el Estado, qué le
debe a sus ciudadanos y qué le deben estos a él. En otras palabras, es el tipo
de contrato del que haríamos un borrador, para salvaguardar nuestra libertad
(negativa) en una sociedad justa.
3º DERECHOS
Otro
elemento básico de la visión liberal de la política son los derechos. En pocas
palabras, un derecho es una exigencia no negociable. Si tienes derecho a algo,
nadie puede evitar que tengas o hagas esa cosa; además, los demás tienen el
deber de permitirte, incluso de facilitarte, que ejerzas ese derecho. Los
derechos pueden considerarse una forma de defender ciertas libertades contra el
poder del Estado, o contra otros ciudadanos que quieren negarnos esas
libertades.
Se
considera que los derechos son inviolables y prepolíticos. En otras palabras,
aunque el proceso normal de la política implica afirmaciones y contrafirmaciones
entre los ciudadanos o entre éstos y el Estado, un derecho es como un triunfo
(en los juegos de cartas), una exigencia absoluta de que una afirmación se
reconozca como válida, incluso aunque el ejercicio de ese derecho vaya en
contra del bienestar de la mayoría.
Por
supuesto, una cosa es afirmar que algo es un derecho y otra conseguir que los
demás lo reconozcan como tal. En la práctica, la mayoría de los derechos sólo
se establecen tras grandes luchas por parte de quienes los exigen. Por ejemplo,
en los países occidentales, varios grupos excluidos del proceso democrático
(las clases trabajadoras, las mujeres, las minorías raciales) tuvieron que
luchar por el derecho a votar.
La base de los derechos
La
idea de los derechos es muy atractiva, ya que equilibra la del contrato social.
Mientras éste justifica el poder que ejerce el Estado sobre los ciudadanos, los
derechos imponen límites a lo que el Estado puede hacerles a los ciudadanos y
además especifican qué libertades debe defender el Estado. Pero, ¿en qué se
basan los derechos?
Se
ha argumentado que la posesión de derechos se basa en nuestra naturaleza
humana, y que nos los otorgaron Dios o la naturaleza. Esta idea considera que
los derechos son parte de la esencia de nuestra humanidad, y los coloca más
allá del alcance de los políticos y de la mayoría. El inconveniente de esta
teoría de los derechos naturales es que no aclara cómo sabemos que tenemos
derechos (¿lo intuimos?), ni cuántos derechos tenemos exactamente (¿quedan aún
derechos por descubrir?). Asimismo, no explica por qué existe un desacuerdo
sobre lo que constituye un derecho. Una forma alternativa de considerar los
derechos es verlos como cosas que hemos inventado, como el producto de
decisiones políticas, como hábitos y convenciones. Sin embargo, esta
aproximación también es problemática ya que los derechos inventados no tienen
la poderosa fuerza prepolítica de los naturales. Después de todo, si
inventáramos los derechos, sin duda podríamos cambiarlos, incluso abolirlos.
Definición de derecho
Otra cuestión es qué puede llamarse un derecho.
La vida, la libertad de movimiento, la de expresión y la de culto religioso
parecen evidentes. Aunque estos derechos no siempre se respeten en todas
partes, al menos tienen el mérito de parecer libertades importantes que vale la
pena defender contra los poderosos. Naturalmente, una lista así no cubre todos
los derechos que las personas reclaman, puesto que sería una lista enorme e
incluiría el derecho a votar, a la propiedad, al empleo y a la ayuda económica.
Lo
que pasa es que, cuantas más cosas se consideren derechos, menos espacio
quedará para decidir políticamente, ya que se supone que los derechos son
afirmaciones absolutas a las que otras consideraciones, por muy importantes que
sean, deben cederles el paso. Por ejemplo, ¿el derecho a la libertad de
expresión debería anular todas las objeciones que se basan en la decencia, el
respeto a la religión o a la no discriminación racial, sexual, etc., y el
interés público? ¿Y qué ocurre cuando dos derechos parecen chocar? En algunos
países el debate sobre el aborto ha colocado el derecho a la vida y el derecho
de una mujer a elegir en cada extremo de la discusión. A pesar de estas
cuestiones tan difíciles, los derechos no desaparecerán. Los revolucionarios a
menudo han empleado el lenguaje de los derechos para expresar su aspiración de
una sociedad más justa, en parte porque los derechos aportan una dimensión
moral a la política, más allá del gobernar de los poderosos: una exigencia de
reconocimiento y de respeto para todos. Esta exigencia se realiza cada vez más
de forma que trascienden los límites naturales. Es una visión que se ha
consagrado en varios documentos, como las declaraciones de derechos
(fundamentalmente, la Declaración Universal de los Derechos Humanos DUDH de la
ONU).
4º DEMOCRACIA SOCIAL (LA SOCIALDEMOCRACIA)
Los
conceptos de contrato social y derechos ayudan a crear el marco de una
“sociedad justa”, un concepto muy apreciado por los socialdemócratas.
Aunque
la socialdemocracia valora mucho la libertad, difiere del libertarismo en el
papel del Estado al promover esa libertad. Al buscar la libertad del individuo
en el mercado libre hasta el extremo y disminuir el Estado al mínimo, el
libertarismo puede exacerbar las desigualdades, algo que tendría repercusiones
en los pobres, en la libertad de la que pueden llegar a disfrutar. Por ejemplo,
si tienes poco dinero, el paro, la falta de formación (de educación) o la
enfermedad, harán que seas menos libre que tu vecino rico. ¿Por qué? Porque ser
libre consiste no sólo en la libertad negativa (en que no me impidan hacer
algo), sino en poder ejercer la capacidad de elección. Pero como esa capacidad
de elección depende de los recursos (si soy pobre no puedo elegir dónde vivir;
tendré que vivir en los pisos más pequeños e insalubres que son los más baratos
del mercado), se les suele negar a los pobres. Como la pobreza es una desgracia
y no una elección, ¿por qué los pobres deberían ser los únicos responsables de
superarla?
Una sociedad justa e igualitaria
La
socialdemocracia se toma muy en serio este problema. Rechaza el libertarismo
porque no es justo, e insiste en libertades iguales para todos, y por tanto, en
la eliminación de las desigualdades. En consecuencia, el Estado tiene que
intervenir para asegurar la igualdad de oportunidades, así como disminuir
algunas de las mayores desigualdades del mercado libre. Estas intervenciones
suelen crearse para que la educación, la sanidad y la asistencia social sean
gratuitas o asequibles, mejorando así la igualdad de oportunidades (en
la carrera de la vida, los socialdemócratas pretenden: 1º no que no haya ricos,
sino que no haya pobres y 2º proporcionar oportunidades iguales, no resultados
iguales; ¿Por qué? El objetivo es eliminar las injusticias, no las
desigualdades).
Esto
también es una variedad del liberalismo, ya que los socialdemócratas aceptan
que habrá desigualdades. El Estado intenta asegurar la igualdad de
oportunidades, no los resultados. Algo así como al inicio de una carrera de
atletismo, donde a los corredores de las calles externas se les permite que se
adelanten un poco para que todos los participantes tengan las mismas
oportunidades de ganar (ninguna sale retrasado respecto a los demás), aunque al
final sólo gane uno. El Estado socialdemócrata (al que llamamos Estado del
bienestar o Estado providencia) es más caro que el Estado minimalista del
libertarismo. El dinero que se necesita para pagar el Estado del bienestar
proviene de los impuestos de todos los ciudadanos, impuestos que deben ser más
altos para aquellos que están mejor económicamente. Aunque los impuestos a la
gente acomodada sean justos, sigue siendo posible criticar este modelo de
igualdad de oportunidades. Parece que los socialdemócratas intentan respaldar
la libertad negativa (con todas las diferencias sobre los resultados que la
acompañan), y al mismo tiempo intentan intervenir para minimizar sus peores
efectos.
Acción positiva (libertad positiva)
A
diferencia de una carrera de atletismo, los socialdemócratas deben hacer algo
más que asegurarse que todo el mundo tenga un inicio justo: deben intervenir
repetidamente en el mercado y en la sociedad para corregir un sistema que
tiende a la división de clases si no se controla.
Imaginemos,
por ejemplo, dos familias. En una, los asalariados son abogados muy bien
pagados (ganan 10.000 euros al mes), mientras que los de la otra tienen un
empleo mal pagado, como el de un pinche de un restaurante de comida rápida
(ganan menos de 1000 euros al mes). Aunque el Estado pueda proporcionar una
educación a los niños de la familia pobre, los mayores recursos de los abogados
supondrán una enorme diferencia para las oportunidades de sus hijos, unas
oportunidades de las que no podrán disfrutar los hijos de las familia humilde
(por ejemplo, ir todos los veranos un mes a Inglaterra a aprender inglés).
El
Estado debe intervenir para promover la igualdad de oportunidades y, al mismo
tiempo, apartarse por el bien de la libertad individual. Quizá así se promueva
una movilidad social ascendente aunque exista una clase de personas cuyas
ventajas provienen de la riqueza y ventajas de las que disfrutan en su familia.
COMENTARIO – DEFINICIÓN DE JUSTICIA
La justicia es algo que todos apoyamos en
principio, pero pocos están de acuerdo sobre ella en la práctica. La justicia
está relacionada sobre todo con la equidad, con la distribución
moralmente correcta de las cosas buenas y malas entre la gente. Según este
principio,“todo el mundo debería ser tratado con igualdad, a menos que haya una
diferencia relevante entre ellos”. En otras palabras, si hay un pastel y dos
personas idénticas, sería justo darle a cada persona una parte igual del
pastel. Pero en realidad, no hay dos personas iguales, así que, ¿cuál es la
diferencia relevante que podría afectar a la forma de distribuir el pastel?
Puede que decidas darle una mayor parte a un individuo desnutrido (criterio:
necesidad) o a la persona que te ha ayudado a preparar el pastel (criterio:
mérito). Éstas son sólo dos de las muchas diferencias que se pueden emplear como
criterios. El problema es que suele ser difícil que las personas se pongan de
acuerdo en cuáles son las diferencias relevantes a tener en cuenta a la hora de
hacer una distribución justa.
EL BIEN COMÚN
El
liberalismo enfatiza la importancia de las decisiones individuales y ve al
Estado como una agencia que salvaguarda el derecho a decidir y que al mismo
tiempo permanece neutral sobre lo que constituye una buena elección. Los
filósofos llamados comunitaristas desafían esta visión.
1º DE LOS DERECHOS A LAS RESPONSABILIDADES
“Comunidad”
es un término un poco vago de la filosofía política, pero señala un cambio
importante de énfasis, del individuo al ciudadano. Los comunitaristas hacen
hincapié en el bien común en vez de en los derechos y las libertades de
los individuos. Argumentan que promover siempre las decisiones individuales
suele perjudicar al interés público. Por ejemplo, el tema del tráfico: las
personas ejercen su libertad de conducir por el centro de la ciudad para ir a
trabajar, de compras o para divertirse. Como consecuencia de ello, aparecen los
atascos, los accidentes, la contaminación…La respuesta de los comunitaristas
sería limitar o incluso prohibir el uso del coche en las ciudades y promover
medios alternativos de transporte. La aproximación comunitarista cree que es
justificable limitar las libertades individuales en beneficio de la libertad
como un todo. Los comunitaristas acusan a los liberales de promover un concepto
egoísta de los derechos e intereses individuales a expensas del bien común. El
individualismo puede representar la exigencia de hacer las cosas a la manera de
uno y desatender los deberes y compromisos esenciales de la comunidad. Pero si
queremos juicios justos, debemos formar parte de los jurados; si queremos ser
padres, debemos cargar con responsabilidades; si queremos que las calles sean
seguras, debemos conducir atentos a no provocar un accidente.
Animales sociales
Las
ideas comunitaristas se remontan hasta Aristóteles quien afirmaba que “el
hombre es un animal político”, un animal especial que, a diferencia que los
dioses o las bestias, vive en sociedad. La sociedad moldea al animal político
que somos. Si sólo nos fijamos en las libertades individuales, ignoramos todas
las cosas que nos convierten en quienes somos: nacemos en una familia,
aprendemos un idioma y adoptamos hábitos, valores y convenciones. Estamos
inmersos en un todo social y estamos conectados por una gran red de lazos a los
demás, con todos los afectos, dependencias, deberes, etc., relacionados.
Los
liberales suelen hacer hincapié en el individuo y sus derechos o en conceptos
abstractos como la “humanidad universal”. Pero este punto de vista no tiene en
cuenta a las comunidades configuradas por las personas de verdad. “Mujer”, en
general, es una abstracción, pero “esta mujer” española, gallega, de
Vilagarcía, de Cornazo, de esta familia gitana, con esta historia, idioma,
religión, problemas y aspiraciones es alguien que vive y respira.
Los
comunitaristas amplían la idea de lo político más allá de la regulación de los
individuos por parte del Estado a algo que nos debe preocupar a todos para
darnos cuenta de nuestra humanidad. Opinan que el contrato social por el cual
los individuos escogen libremente el estado político es un mito, ya que creen
que las personas sólo pueden actuar políticamente porque están formadas por un
mundo complejo y social. En otras palabras, para tomar decisiones racionales,
necesito haber adquirido las actitudes, capacidades y metas que hacen posible
que esas decisiones sean posibles y tengan sentido. Se desarrollan poco a poco
en mi interior mediante mi formación en una comunidad concreta. Por tanto, no
tiene sentido separar completamente el bien individual del bien común. En
consecuencia, si quiero las cosas que me convierten en un ciudadano libre, para
prosperar debo aceptar responsabilidades como libertades. Debo trabajar por el
bien de algo mayor que yo mismo.
La cuestión de la disensión
Es
posible aceptar las ideas del comunitarismo, pero siguen existiendo severas
reservas. ¿Cuál será el destino de la minoría disidente o menos popular en un
Estado gobernado según directrices comunitaristas? ¿Qué pasará si, por ejemplo,
nuestra mujer gitana de Cornazo quiere rechazar aspectos de la cultura y la
comunidad en la que vive? El comunitarismo puede tener consecuencias prácticas
insospechadamente conservadoras o represoras. Las comunidades a veces tratan
con dureza a los que disienten de la mayoría y les imponen un solo punto de
vista sobre cómo vivir y en qué creer, silenciando las voces de disensión y
oposición.
Los
comunitaristas responden que no están en contra de los derechos o la disensión,
sino que una ciudadanía activa, capaz de debatir pero que comparte la
preocupación de la comunidad, sirve al bien común, en vez de la limitada política
liberal de las decisiones individuales.
COMENTARIO – SOLIDARIDAD
Los
comunitaristas remarcan que una buena sociedad necesita algo más que derechos y
libertades individuales, necesita un lazo que una a los ciudadanos en una
comunidad. La solidaridad refuerza esos lazos. Un sindicato o el Estado del
bienestar es una expresión institucional de solidaridad. Los sindicatos
promueven la solidaridad entre los trabajadores para que juntos mejoren sus
condiciones laborales, mientras que el Estado del bienestar simboliza la idea
de que todos formamos parte de una comunidad, con responsabilidades hacia los
demás.
2º LIBERTAD POSITIVA
Es
posible que la tensión entre el bien común y la libertad individual sea más
aparente que real. Algunos críticos argumentan que los liberales trabajan con
una idea demasiado limitada de la libertad, que es algo más que tener
oportunidades para satisfacer los deseos. Es igualmente importante entender la
naturaleza de esos deseos. Algunos pueden ser inapropiados, como el deseo compulsivo
de comprar o la ludopatía. Según los críticos, entregarse a estos deseos es lo
contario a la libertad. Tenemos que reflexionar sobre nuestros deseos en
perspectiva para poder distinguir con cuáles nos identificamos realmente. Si no
nos identificamos con uno, es que somos esclavos de él y no estamos actuando
con libertad, dando igual que no nos obliguen.
El
yo que tiene cada uno, con todos sus deseos, es en parte producto de las
fuerzas sociales que nos circundan y que condicionan nuestra forma de vivir y
sentir. Por eso, actuar según los deseos que tenemos no es ser libres. Según
este razonamiento, la verdadera libertad debe implicar un segundo nivel de
evaluación: razonar a partir de lo que sería mejor decidir o ser. Ese es el
camino a una libertad más positiva.
Hay
dos cosas importantes sobre esto:
1º la primera, que los deseos están muy influidos
por la sociedad. El contexto de nuestros deseos es político o psicológico. La
cultura consumista de las compras compulsivas, por ejemplo, esta manipulada por
una industria que pretende que compremos cosas que no siempre queremos o
necesitamos, o incluso que no podemos permitirnos.
2º la segunda, que la razón tiene una dimensión
social y no es neutral sobre lo que está
bien. El segundo nivel o nivel superior de evaluación de nuestros deseos está
sujeto a la valoración de los demás. El individuo no siempre sabe lo que le
conviene, por eso solemos discutir los problemas y aceptamos consejos. Lo que
es más, nuestro razonamiento siempre es normativo, pues implica necesariamente
términos de evaluación como “justo”, “injusto”, “valioso”, “sincero” e
“hipócrita”, que también derivan de la sociedad en la que vivimos,
Libertad social
Mientras
que la libertad negativa enfatiza el número de oportunidades de un individuo,
los defensores de la libertad positiva quieren cambiar los fenómenos sociales
que evitan que la gente ejerza su libertad, como la pobreza, la ignorancia, el
consumismo y las desigualdades creadas por el capitalismo (por el mercado
libre).
Los
que critican la libertad positiva argumentan que sólo existe un tipo de
libertad, la individual, y que la idea de qué es lo que debería querer una
persona que razone adecuadamente es perturbadora. ¿Podría llevar esto a la
coerción del individuo en el nombre de una libertad colectiva, pero opresora? A
estos críticos liberales les cuesta entender la opinión de que quizá el
individuo no sea el mejor juez de lo que le conviene y de que otro agente (el
Estado, la comunidad, el partido o el líder) pueda afirmar saberlo y decidir
por él. Si ahí es a donde nos lleva la idea de libertad positiva, parece un
callejón sin salida.
Los
que proponen la libertad positiva como el comunitarista Charles Taylor (un
filósofo canadiense que es una de las voces clave del debate entre liberales y
comunitaristas), creen que estos miedos son infundados. Para ellos, la
verdadera libertad implica cumplir los deberes hacia una comunidad, como el
deber de transformarla si niega cualquier libertad. Una sociedad verdaderamente
libre es una en la que sus ciudadanos tienen la responsabilidad de proteger y
conservar todo lo que promueve la libertad social. Esta visión tiene algunos
defensores importantes como Rousseau, Hegel y Karl Marx.
A
pesar de un respaldo tan grande, los objetores liberales mantienen que la
libertad positiva es un engaño peligroso y que la única libertad que importa
reside en el individuo y sus elecciones, sean las que sean.
3º EL FUTURO DE LA LIBERTAD
Es
posible que la idea de libertad como elección esté incompleta e incluso sea
engañosa. Tanto nuestras elecciones como nuestras reflexiones sobre éstas se
basan en una situación social e histórica, así como las metas y aspiraciones
que nos inspiran a cambiar. Pero cualquier sociedad que quiera que sus
ciudadanos tengan libertad para tomar sus propias decisiones debe adoptar
alguna postura liberal sobre las opiniones, el estilo de vida y las
afiliaciones religiosas. El liberalismo defiende el deseo de las personas de
vivir su vida, aunque los demás los consideren equivocados o extravagante. Una
sociedad libre es una en la que no pasa nada por ser impopular. Sin embargo, es
posible que un liberalismo que permite que el mercado libre tenga el papel
principal en la formación del mundo social no sirve a la causa de la libertad.
Por eso, los socialdemócratas quieren limitar el poder del mercado. Queda por
ver si el difícil equilibrio entre promover una economía eficiente y productiva
(para crear riqueza) y redistribuir una parte de esa riqueza a los menos
acomodados (para limitar las desigualdades) se puede mantener dadas las
poderosas fuerzas transnacionales que produce la globalización. A medida que
crece la competencia, los políticos sufren una mayor presión para que sigan una
dirección más libertarista.
El
liberalismo tiene muchos críticos, pero, ¿hay alguna alternativa que ofrezca
algo mejor? Los liberales remarcan los resultados normalmente trágicos de las
revoluciones y de los Estados dedicados a unas libertades superiores a las de
la democracia liberal. Aunque los defensores de un concepto más positivo de la
libertad como Rousseau y Marx no son personalmente responsables de los excesos
de la URSS o de la Camboya de Pol Pot, la cuestión es si sus concepciones de
una libertad positiva pueden llevar a alguna otra parte que a una sociedad
totalitaria.
¿La política está en peligro?
Algunos
filósofos modernos temen por el futuro de la política y, por tanto, de la
libertad. La filósofa alemana-norteamericana Hanna Arendt (1906-1975) creía que
el mayor peligro proviene de la aparición de una sociedad controlada
(administrada) en la que ya no existe ningún lugar público para discutir y
decidir con los demás ciudadanos en dónde reside el bien público. Arendt
argumentaba que la política necesita un espacio público en el que la gente
pueda actuar con libertad y manifestarse a través de sus actos y sus palabras.
En el periodo de entreguerras vio como ese espacio era amenazado no sólo por
los totalitarismo del nazismo y el estalinismo, sino por los procesos puestos
en marcha en las democracias liberales modernas.
Es
vital que los filósofos políticos encuentren formas de pensar más allá del
Estado-nación actual, ya que los verdaderos retos del siglo XXI serán de
naturaleza global. Hay razones para ser optimistas, razones que se basan en lo
que Arendt reconoció: la libertad del ser humano, animal político o cívico,
para volver a hacer las cosas, para crear un futuro que no repita el pasado. El
futuro de la política es el futuro de la libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario