jueves, 3 de marzo de 2022

1º BACH - LECTURA FILOSOFÍA POLÍTICA S. LAW

 




LECTURA – FILOSOFÍA POLÍTICA (Stephen Law)

La filosofía política es el estudio de la organización de las sociedades, tanto de cómo lo hacemos como de la forma de hacerlo mejor. Los conceptos básicos de la política nos son familiares: libertad, igualdad, justicia, derechos… El reto de la filosofía política es averiguar lo que significan realmente estos términos y cómo podemos hacer que funcionen.

            Los filósofos han reflexionado sobre la política desde la antigua Grecia. “La República” de Platón que exponía la visión del gran pensador sobre cómo debería ser una comunidad política ideal, supuso la enorme e influyente apertura de un debate que continúa en la actualidad.

Desde Platón y Aristóteles hasta John Rawls y Charles Taylor en el siglo XX, los filósofos han intentado responder a la pregunta fundamental que subyace a toda idea política. ¿Cómo podemos convivir? Esta pregunta es ineludible ya que los seres humanos somos criaturas sociales por naturaleza. Nuestra vida está intrínsecamente relacionada con la de todos los demás. A algunos los conocemos bien, a otros vagamente, y a la mayoría nunca los conoceremos. Por eso debemos prestar atención al tema de convivir con ellos, que es la esencia de la política. Es evidente que debemos implicarnos en la política. Por ejemplo, nos incumbe a tdos que las leyes sean justas, que una clase o grupo no nos oprima, que los gobiernos se puedan elegir de una forma democrática (y por tanto responsable) y que queden claro no sólo nuestros derechos sino también nuestras responsabilidades hacia los demás. La historia está repleta de ejemplos de las terribles consecuencias de hacer una mala política, de no encontrar forma de convivir pacíficamente, desde los regímenes tiránicos a la persecución y el genocidio.

 

Comprender la libertad

            Abordar la filosofía política es intentar llevar este tipo de pensamiento un paso más allá, es preguntar sobre las ideas básicas que componen y enmarcan nuestra vida política, conceptos como la justicia, la igualdad y la libertad. Entre estos, la noción de libertad es de suma importancia en la filosofía política moderna. Es importante comprender el papel de este término, pero además ilumina muchas partes del escenario político pues nos lleva al centro de uno de los grandes puntos a debatir de la filosofía política: ¿por qué se debe obedecer al Estado?

 

EL IDEAL LIBERAL

            La libertad del individuo es el valor supremo del liberalismo, ideología política que defiende el derecho de los ciudadanos a vivir y pensar como quieran. El ideal liberal es el de un ciudadano libre de perseguir su propia concepción de una vida feliz, implique lo que implique, sin que el Estado interfiera.

 

1º LIBERTAD NEGATIVA

            Casi todo el mundo a quien se le pregunte, dirá que la libertad es algo bueno, y es fácil entender por qué. La libertad consiste en poder elegir por uno mismo, tener una vida propia, ser autónomo. Es característico del mundo moderno que la libertad se valore tanto.

            Consideremos la libertad más simple que disfrutamos: la der ir a donde nos plazca. La libertad de movimiento es lo que le quitamos a los delincuentes cuando los castigamos con la cárcel. Más allá de eso, existe el consenso de que debería existir libertad para expresar nuestros puntos de vista, practicar una religión o ninguna, casarse o quedarse soltero. La negación de cualquiera de estas libertades sería una atrocidad. En otras palabras, la esencia de la libertad es la ausencia de restricciones. Por tanto, el papel del Estado es asegurar el funcionamiento tranquilo de una sociedad de individuos libres, y las leyes que hace cumplir el Estado deberían tener este objetivo.

            ¿La libertad tiene límites¿ Una vez más, no hace falta preguntárselo a un filósofo político para saberlo. La mayoría estaríamos de acuerdo en que el límite de la libertad aparece cuando se emplea para hacer daño a ños demás. La libertad de conducir un coche está bien, pero no la de hacerlo sobre una acera llena de gente. Puedo ser libre para tener un arma para cazar, pero no para disparar al azar en el centro de una ciudad sólo porque me gusta el ruido que hace. Se puede expresar esta idea de la libertad que se conoce como el “principio del daño” así: una persona debería ser libre para hacer lo que quiera, siempre que no cause daño a nadie.    

Esta visión de la libertad se ha llamado “libertad negativa” porque la libertad de hacer lo que se quiera procede de que el Estado se aparte para que las personas puedan decidir por sí mismas cómo vivir su vida. Es como si el Estado dejara un papel en blanco para que en él los ciudadanos escribieran el guion de su vida. El Estado es neutral, no insiste en que los ciudadanos tomen unas decisiones concretas. Lo único que necesita el Estado es que los ciudadanos lleven a cabo sus decisiones sin dañar a otros individuos durante el proceso.

            Quizá la afirmación más influyente y elocuente del concepto de libertad negativa se encuentre en “Sobre la libertad” escrita en 1859 por John Stuart Mill. Esta obra es un clásico del liberalismo, la filosofía política que adopta esta aproximación a la libertad, al individuo y al Estado.

Liberalismo y desigualdad

Los dos principios básicos del liberalismo son el principio del daño y el Estado neutral. Para los liberales, la libre elección de los individuos es más importante que la naturaleza de lo que se elige. Por tanto, aunque una elección parezca errónea o tonta, los individuos deben ser los que juzguen qué es mejor, no el Estado.

Una consecuencia obvia de esto es que las personas toman distintas decisiones, adoptan valores diferentes y persiguen distintas metas. Al aceptar esto, adoptamos el pluralismo. En una sociedad pluralista, el Estado actúa como árbitro neutral entre los diferentes estilos de vida y sistemas de valores, sin favorecer a uno u a otro. En consecuencia, se establece una clara división entre lo público y lo privado en el que el primero comprende al Estado, y el segundo a la sociedad (a los individuos y sus asociaciones). Se deduce que en el Estado liberal y pluralista, la economía será la del libre mercado, el capitalismo, lo que nos lleva al tercer aspecto que aceptan los liberales: la desigualdad. Cuando los individuos compiten en el mercado, siempre hay ganadores y perdedores. Aunque los individuos son libres para elegir, no todas las elecciones son sensatas o afortunadas, lo que inevitablemente crea desigualdades en la posesión de bienes.

Libertarismo

            La actitud hacia la desigualdad es lo que diferencia más claramente a las dos tendencias principales del liberalismo: el libertarismo y la democracia social. El libertarismo es la más relajada respecto a la desigualdad, ya que se esfuerza por conseguir la libertad sin restricciones del individuo que actúa en el mundo del mercado libre. Los libertarios quieren que el Estado vuelva a su función primigenia de proporcionar seguridad, proteger a los ciudadanos del peligro interno (mediante las leyes) y el externo (mediante las fuerzas armadas). Esto tiene el beneficio añadido de mantener los impuestos lo más bajos posibles, dejando que las personas tengan el máximo de libertad para gastarse el dinero como quieran.

            El cometido del Estado es simplemente impedir, detectar y detener a aquellos que provocan daño. El daño se interpreta aquí como lesiones a personas, robos y daños a la propiedad, pero poco más. Si el ciudadano cae enfermo, pierde el trabajo o necesita educación para sus hijos, el Estado no está obligado a ayudarle. Si no pude pagar los bienes y servicios que necesita, debe confiar en la caridad de los demás, la de aquellos que pueden elegir libremente ayudarle.

            Según esta visión de la sociedad, el mercado es todopoderoso. Si nadie quiere comprarte lo que vendes, por ejemplo tu trabajo, te será muy difícil o incluso imposible conseguir lo que quieres o necesitas. Cuando el mercado es la herramienta más poderosa para expresar decisiones y destinar recursos, es probable que las diferencias entre ricos y pobres aumenten, que sea un liberalismo para los ricos. La idea de individuos libres compitiendo en el mercado es un mito. En realidad, lo que se obtiene no son individuos que compiten, sino grandes empresas que ejercen un enorme poder, y los más libres son los mejores jugadores del mercado.

            Antes de ocuparnos de la otra tendencia principal del liberalismo, la democracia social, se deben destacar dos aspectos más de la visión liberal: el contrato social y los derechos. Ambos han sido muy relevantes también para los pensadores no-liberales, pero es el liberalismo el que más ha destacado su importancia.

 

 

COMENTARIO – EL PRINCIPIO DEL DAÑO EN ACCIÓN

Según el principio del daño, el propósito de la ley es evitar que alguien le haga daño a una persona. Cuando esto no ocurre, la ley (el Estado) no debería intervenir. Por lo tanto, si yo, un adulto, quiero fumar sabiendo que estoy perjudicando mi salud, nadie (tampoco el Estado) tiene derecho a impedírmelo. Por otro lado, si se demuestra que el humo de mi cigarrillo afecta a la salud de los que me rodean, existe una base para restringirme mi derecho a fumar cerca de otras personas. Ésta es la base de la mayor parte de la legislación que prohíbe fumar en lugares públicos y cerrados.

 

2º EL CONTRATO SOCIAL

            La ideal del contrato social intenta responder a la pregunta: ¿por qué hay que obedecer al Estado? Después de todo, sus leyes, impuestos y policía limitan la libertad individual. Pensemos en esta alternativa: sin leyes ni Estado, podría hacer lo que quisiera. Claro que los demás también podrían hacerlo. Eso es el “estado de naturaleza” descrito por Thomas Hobbes que, al haber vivido las guerras civiles religiosas inglesas del siglo XVII tenía una experiencia de primera mano sobre lo aterrador que puede ser un panorama así. Sin una autoridad soberana (la soberanía es un poder supremo al que todos tienen que someterse, fundamentalmente el Estado) no puede haber seguridad ni paz.

            Ahora se entiende por qué las personas quieren organizar un Estado. Acuerdan vivir según las reglas de la ley por los beneficios en materia de seguridad que ello conlleva. Le otorgan poderes al Estado y pierden algunas libertades para poder caminar por la calle con tranquilidad. Éste es el contrato: el Estado puede gobernar al ciudadano mientras éste esté protegido por sus leyes.

John Locke (otro filósofo inglés del siglo XVII) afirmaba que el Estado rompe su contrato social con el pueblo cuando actúa de forma tiránica. Un Estado que acosa a sus ciudadanos es como una bestia salvaje y no tiene derecho a gobernar. Los ciudadanos pueden considerar que es su deber derrocar al Estado.

Según Rousseau (un filósofo francés del siglo XVIII), si el contrato social es auténtico (verdaderamente democrático), no es sólo un protector de la libertad negativa, sino la verdadera expresión de la voluntad racional de toda la comunidad: la “voluntad general”.

Críticas

         Los escépticos (políticos) dicen que parece improbable que el pueblo salga de la selva (del estado de naturaleza) con la idea del contrato social en la cabeza. Los contratos implican la existencia de un mercado, no de la selva. La teoría del contrato social la han calificado de “ficción liberal” que consagra el mito del individuo soberano que consiente libremente someterse a la autoridad del Estado, pero para ser el tipo de persona que haría algo así, hay que ser el producto de un Estado ya establecido, no su fundador. Los contratos y las personas que los diseñan son creaciones sofisticadas. Como argumentaba Hegel, el Estado forma al individuo, no viceversa.

            La mejor respuesta a esta crítica quizá no sea considerar el contrato social como un suceso histórico o como algo que se supone que los individuos realmente hemos firmado. Los filósofos liberales como John Rawls (filósofo norteamericano del siglo XX) han afirmado que deberíamos verlo como una especie de experimento mental, una herramienta que nos ayuda a pensar para qué sirve el Estado, qué le debe a sus ciudadanos y qué le deben estos a él. En otras palabras, es el tipo de contrato del que haríamos un borrador, para salvaguardar nuestra libertad (negativa) en una sociedad justa.

 

3º DERECHOS

            Otro elemento básico de la visión liberal de la política son los derechos. En pocas palabras, un derecho es una exigencia no negociable. Si tienes derecho a algo, nadie puede evitar que tengas o hagas esa cosa; además, los demás tienen el deber de permitirte, incluso de facilitarte, que ejerzas ese derecho. Los derechos pueden considerarse una forma de defender ciertas libertades contra el poder del Estado, o contra otros ciudadanos que quieren negarnos esas libertades.

            Se considera que los derechos son inviolables y prepolíticos. En otras palabras, aunque el proceso normal de la política implica afirmaciones y contrafirmaciones entre los ciudadanos o entre éstos y el Estado, un derecho es como un triunfo (en los juegos de cartas), una exigencia absoluta de que una afirmación se reconozca como válida, incluso aunque el ejercicio de ese derecho vaya en contra del bienestar de la mayoría.

            Por supuesto, una cosa es afirmar que algo es un derecho y otra conseguir que los demás lo reconozcan como tal. En la práctica, la mayoría de los derechos sólo se establecen tras grandes luchas por parte de quienes los exigen. Por ejemplo, en los países occidentales, varios grupos excluidos del proceso democrático (las clases trabajadoras, las mujeres, las minorías raciales) tuvieron que luchar por el derecho a votar.

La base de los derechos

            La idea de los derechos es muy atractiva, ya que equilibra la del contrato social. Mientras éste justifica el poder que ejerce el Estado sobre los ciudadanos, los derechos imponen límites a lo que el Estado puede hacerles a los ciudadanos y además especifican qué libertades debe defender el Estado. Pero, ¿en qué se basan los derechos?

            Se ha argumentado que la posesión de derechos se basa en nuestra naturaleza humana, y que nos los otorgaron Dios o la naturaleza. Esta idea considera que los derechos son parte de la esencia de nuestra humanidad, y los coloca más allá del alcance de los políticos y de la mayoría. El inconveniente de esta teoría de los derechos naturales es que no aclara cómo sabemos que tenemos derechos (¿lo intuimos?), ni cuántos derechos tenemos exactamente (¿quedan aún derechos por descubrir?). Asimismo, no explica por qué existe un desacuerdo sobre lo que constituye un derecho. Una forma alternativa de considerar los derechos es verlos como cosas que hemos inventado, como el producto de decisiones políticas, como hábitos y convenciones. Sin embargo, esta aproximación también es problemática ya que los derechos inventados no tienen la poderosa fuerza prepolítica de los naturales. Después de todo, si inventáramos los derechos, sin duda podríamos cambiarlos, incluso abolirlos.

Definición de derecho

         Otra cuestión es qué puede llamarse un derecho. La vida, la libertad de movimiento, la de expresión y la de culto religioso parecen evidentes. Aunque estos derechos no siempre se respeten en todas partes, al menos tienen el mérito de parecer libertades importantes que vale la pena defender contra los poderosos. Naturalmente, una lista así no cubre todos los derechos que las personas reclaman, puesto que sería una lista enorme e incluiría el derecho a votar, a la propiedad, al empleo y a la ayuda económica.

            Lo que pasa es que, cuantas más cosas se consideren derechos, menos espacio quedará para decidir políticamente, ya que se supone que los derechos son afirmaciones absolutas a las que otras consideraciones, por muy importantes que sean, deben cederles el paso. Por ejemplo, ¿el derecho a la libertad de expresión debería anular todas las objeciones que se basan en la decencia, el respeto a la religión o a la no discriminación racial, sexual, etc., y el interés público? ¿Y qué ocurre cuando dos derechos parecen chocar? En algunos países el debate sobre el aborto ha colocado el derecho a la vida y el derecho de una mujer a elegir en cada extremo de la discusión. A pesar de estas cuestiones tan difíciles, los derechos no desaparecerán. Los revolucionarios a menudo han empleado el lenguaje de los derechos para expresar su aspiración de una sociedad más justa, en parte porque los derechos aportan una dimensión moral a la política, más allá del gobernar de los poderosos: una exigencia de reconocimiento y de respeto para todos. Esta exigencia se realiza cada vez más de forma que trascienden los límites naturales. Es una visión que se ha consagrado en varios documentos, como las declaraciones de derechos (fundamentalmente, la Declaración Universal de los Derechos Humanos DUDH de la ONU).

 

4º DEMOCRACIA SOCIAL (LA SOCIALDEMOCRACIA)

            Los conceptos de contrato social y derechos ayudan a crear el marco de una “sociedad justa”, un concepto muy apreciado por los socialdemócratas.

            Aunque la socialdemocracia valora mucho la libertad, difiere del libertarismo en el papel del Estado al promover esa libertad. Al buscar la libertad del individuo en el mercado libre hasta el extremo y disminuir el Estado al mínimo, el libertarismo puede exacerbar las desigualdades, algo que tendría repercusiones en los pobres, en la libertad de la que pueden llegar a disfrutar. Por ejemplo, si tienes poco dinero, el paro, la falta de formación (de educación) o la enfermedad, harán que seas menos libre que tu vecino rico. ¿Por qué? Porque ser libre consiste no sólo en la libertad negativa (en que no me impidan hacer algo), sino en poder ejercer la capacidad de elección. Pero como esa capacidad de elección depende de los recursos (si soy pobre no puedo elegir dónde vivir; tendré que vivir en los pisos más pequeños e insalubres que son los más baratos del mercado), se les suele negar a los pobres. Como la pobreza es una desgracia y no una elección, ¿por qué los pobres deberían ser los únicos responsables de superarla?

Una sociedad justa e igualitaria

            La socialdemocracia se toma muy en serio este problema. Rechaza el libertarismo porque no es justo, e insiste en libertades iguales para todos, y por tanto, en la eliminación de las desigualdades. En consecuencia, el Estado tiene que intervenir para asegurar la igualdad de oportunidades, así como disminuir algunas de las mayores desigualdades del mercado libre. Estas intervenciones suelen crearse para que la educación, la sanidad y la asistencia social sean gratuitas o asequibles, mejorando así la igualdad de oportunidades (en la carrera de la vida, los socialdemócratas pretenden: 1º no que no haya ricos, sino que no haya pobres y 2º proporcionar oportunidades iguales, no resultados iguales; ¿Por qué? El objetivo es eliminar las injusticias, no las desigualdades).

            Esto también es una variedad del liberalismo, ya que los socialdemócratas aceptan que habrá desigualdades. El Estado intenta asegurar la igualdad de oportunidades, no los resultados. Algo así como al inicio de una carrera de atletismo, donde a los corredores de las calles externas se les permite que se adelanten un poco para que todos los participantes tengan las mismas oportunidades de ganar (ninguna sale retrasado respecto a los demás), aunque al final sólo gane uno. El Estado socialdemócrata (al que llamamos Estado del bienestar o Estado providencia) es más caro que el Estado minimalista del libertarismo. El dinero que se necesita para pagar el Estado del bienestar proviene de los impuestos de todos los ciudadanos, impuestos que deben ser más altos para aquellos que están mejor económicamente. Aunque los impuestos a la gente acomodada sean justos, sigue siendo posible criticar este modelo de igualdad de oportunidades. Parece que los socialdemócratas intentan respaldar la libertad negativa (con todas las diferencias sobre los resultados que la acompañan), y al mismo tiempo intentan intervenir para minimizar sus peores efectos.

Acción positiva (libertad positiva)

            A diferencia de una carrera de atletismo, los socialdemócratas deben hacer algo más que asegurarse que todo el mundo tenga un inicio justo: deben intervenir repetidamente en el mercado y en la sociedad para corregir un sistema que tiende a la división de clases si no se controla.

            Imaginemos, por ejemplo, dos familias. En una, los asalariados son abogados muy bien pagados (ganan 10.000 euros al mes), mientras que los de la otra tienen un empleo mal pagado, como el de un pinche de un restaurante de comida rápida (ganan menos de 1000 euros al mes). Aunque el Estado pueda proporcionar una educación a los niños de la familia pobre, los mayores recursos de los abogados supondrán una enorme diferencia para las oportunidades de sus hijos, unas oportunidades de las que no podrán disfrutar los hijos de las familia humilde (por ejemplo, ir todos los veranos un mes a Inglaterra a aprender inglés).

            El Estado debe intervenir para promover la igualdad de oportunidades y, al mismo tiempo, apartarse por el bien de la libertad individual. Quizá así se promueva una movilidad social ascendente aunque exista una clase de personas cuyas ventajas provienen de la riqueza y ventajas de las que disfrutan en su familia.

COMENTARIO – DEFINICIÓN DE JUSTICIA

         La justicia es algo que todos apoyamos en principio, pero pocos están de acuerdo sobre ella en la práctica. La justicia está relacionada sobre todo con la equidad, con la distribución moralmente correcta de las cosas buenas y malas entre la gente. Según este principio,“todo el mundo debería ser tratado con igualdad, a menos que haya una diferencia relevante entre ellos”. En otras palabras, si hay un pastel y dos personas idénticas, sería justo darle a cada persona una parte igual del pastel. Pero en realidad, no hay dos personas iguales, así que, ¿cuál es la diferencia relevante que podría afectar a la forma de distribuir el pastel? Puede que decidas darle una mayor parte a un individuo desnutrido (criterio: necesidad) o a la persona que te ha ayudado a preparar el pastel (criterio: mérito). Éstas son sólo dos de las muchas diferencias que se pueden emplear como criterios. El problema es que suele ser difícil que las personas se pongan de acuerdo en cuáles son las diferencias relevantes a tener en cuenta a la hora de hacer una distribución justa.

 

EL BIEN COMÚN

            El liberalismo enfatiza la importancia de las decisiones individuales y ve al Estado como una agencia que salvaguarda el derecho a decidir y que al mismo tiempo permanece neutral sobre lo que constituye una buena elección. Los filósofos llamados comunitaristas desafían esta visión.

 

1º DE LOS DERECHOS A LAS RESPONSABILIDADES

            “Comunidad” es un término un poco vago de la filosofía política, pero señala un cambio importante de énfasis, del individuo al ciudadano. Los comunitaristas hacen hincapié en el bien común en vez de en los derechos y las libertades de los individuos. Argumentan que promover siempre las decisiones individuales suele perjudicar al interés público. Por ejemplo, el tema del tráfico: las personas ejercen su libertad de conducir por el centro de la ciudad para ir a trabajar, de compras o para divertirse. Como consecuencia de ello, aparecen los atascos, los accidentes, la contaminación…La respuesta de los comunitaristas sería limitar o incluso prohibir el uso del coche en las ciudades y promover medios alternativos de transporte. La aproximación comunitarista cree que es justificable limitar las libertades individuales en beneficio de la libertad como un todo. Los comunitaristas acusan a los liberales de promover un concepto egoísta de los derechos e intereses individuales a expensas del bien común. El individualismo puede representar la exigencia de hacer las cosas a la manera de uno y desatender los deberes y compromisos esenciales de la comunidad. Pero si queremos juicios justos, debemos formar parte de los jurados; si queremos ser padres, debemos cargar con responsabilidades; si queremos que las calles sean seguras, debemos conducir atentos a no provocar un accidente.

Animales sociales

            Las ideas comunitaristas se remontan hasta Aristóteles quien afirmaba que “el hombre es un animal político”, un animal especial que, a diferencia que los dioses o las bestias, vive en sociedad. La sociedad moldea al animal político que somos. Si sólo nos fijamos en las libertades individuales, ignoramos todas las cosas que nos convierten en quienes somos: nacemos en una familia, aprendemos un idioma y adoptamos hábitos, valores y convenciones. Estamos inmersos en un todo social y estamos conectados por una gran red de lazos a los demás, con todos los afectos, dependencias, deberes, etc., relacionados.

            Los liberales suelen hacer hincapié en el individuo y sus derechos o en conceptos abstractos como la “humanidad universal”. Pero este punto de vista no tiene en cuenta a las comunidades configuradas por las personas de verdad. “Mujer”, en general, es una abstracción, pero “esta mujer” española, gallega, de Vilagarcía, de Cornazo, de esta familia gitana, con esta historia, idioma, religión, problemas y aspiraciones es alguien que vive y respira.

            Los comunitaristas amplían la idea de lo político más allá de la regulación de los individuos por parte del Estado a algo que nos debe preocupar a todos para darnos cuenta de nuestra humanidad. Opinan que el contrato social por el cual los individuos escogen libremente el estado político es un mito, ya que creen que las personas sólo pueden actuar políticamente porque están formadas por un mundo complejo y social. En otras palabras, para tomar decisiones racionales, necesito haber adquirido las actitudes, capacidades y metas que hacen posible que esas decisiones sean posibles y tengan sentido. Se desarrollan poco a poco en mi interior mediante mi formación en una comunidad concreta. Por tanto, no tiene sentido separar completamente el bien individual del bien común. En consecuencia, si quiero las cosas que me convierten en un ciudadano libre, para prosperar debo aceptar responsabilidades como libertades. Debo trabajar por el bien de algo mayor que yo mismo.

La cuestión de la disensión

            Es posible aceptar las ideas del comunitarismo, pero siguen existiendo severas reservas. ¿Cuál será el destino de la minoría disidente o menos popular en un Estado gobernado según directrices comunitaristas? ¿Qué pasará si, por ejemplo, nuestra mujer gitana de Cornazo quiere rechazar aspectos de la cultura y la comunidad en la que vive? El comunitarismo puede tener consecuencias prácticas insospechadamente conservadoras o represoras. Las comunidades a veces tratan con dureza a los que disienten de la mayoría y les imponen un solo punto de vista sobre cómo vivir y en qué creer, silenciando las voces de disensión y oposición.

            Los comunitaristas responden que no están en contra de los derechos o la disensión, sino que una ciudadanía activa, capaz de debatir pero que comparte la preocupación de la comunidad, sirve al bien común, en vez de la limitada política liberal de las decisiones individuales.

COMENTARIO – SOLIDARIDAD

            Los comunitaristas remarcan que una buena sociedad necesita algo más que derechos y libertades individuales, necesita un lazo que una a los ciudadanos en una comunidad. La solidaridad refuerza esos lazos. Un sindicato o el Estado del bienestar es una expresión institucional de solidaridad. Los sindicatos promueven la solidaridad entre los trabajadores para que juntos mejoren sus condiciones laborales, mientras que el Estado del bienestar simboliza la idea de que todos formamos parte de una comunidad, con responsabilidades hacia los demás.

 

2º LIBERTAD POSITIVA

            Es posible que la tensión entre el bien común y la libertad individual sea más aparente que real. Algunos críticos argumentan que los liberales trabajan con una idea demasiado limitada de la libertad, que es algo más que tener oportunidades para satisfacer los deseos. Es igualmente importante entender la naturaleza de esos deseos. Algunos pueden ser inapropiados, como el deseo compulsivo de comprar o la ludopatía. Según los críticos, entregarse a estos deseos es lo contario a la libertad. Tenemos que reflexionar sobre nuestros deseos en perspectiva para poder distinguir con cuáles nos identificamos realmente. Si no nos identificamos con uno, es que somos esclavos de él y no estamos actuando con libertad, dando igual que no nos obliguen.

            El yo que tiene cada uno, con todos sus deseos, es en parte producto de las fuerzas sociales que nos circundan y que condicionan nuestra forma de vivir y sentir. Por eso, actuar según los deseos que tenemos no es ser libres. Según este razonamiento, la verdadera libertad debe implicar un segundo nivel de evaluación: razonar a partir de lo que sería mejor decidir o ser. Ese es el camino a una libertad más positiva.

            Hay dos cosas importantes sobre esto:

1º la primera, que los deseos están muy influidos por la sociedad. El contexto de nuestros deseos es político o psicológico. La cultura consumista de las compras compulsivas, por ejemplo, esta manipulada por una industria que pretende que compremos cosas que no siempre queremos o necesitamos, o incluso que no podemos permitirnos.

2º la segunda, que la razón tiene una dimensión social y no es neutral  sobre lo que está bien. El segundo nivel o nivel superior de evaluación de nuestros deseos está sujeto a la valoración de los demás. El individuo no siempre sabe lo que le conviene, por eso solemos discutir los problemas y aceptamos consejos. Lo que es más, nuestro razonamiento siempre es normativo, pues implica necesariamente términos de evaluación como “justo”, “injusto”, “valioso”, “sincero” e “hipócrita”, que también derivan de la sociedad en la que vivimos,

Libertad social

            Mientras que la libertad negativa enfatiza el número de oportunidades de un individuo, los defensores de la libertad positiva quieren cambiar los fenómenos sociales que evitan que la gente ejerza su libertad, como la pobreza, la ignorancia, el consumismo y las desigualdades creadas por el capitalismo (por el mercado libre).

            Los que critican la libertad positiva argumentan que sólo existe un tipo de libertad, la individual, y que la idea de qué es lo que debería querer una persona que razone adecuadamente es perturbadora. ¿Podría llevar esto a la coerción del individuo en el nombre de una libertad colectiva, pero opresora? A estos críticos liberales les cuesta entender la opinión de que quizá el individuo no sea el mejor juez de lo que le conviene y de que otro agente (el Estado, la comunidad, el partido o el líder) pueda afirmar saberlo y decidir por él. Si ahí es a donde nos lleva la idea de libertad positiva, parece un callejón sin salida.

            Los que proponen la libertad positiva como el comunitarista Charles Taylor (un filósofo canadiense que es una de las voces clave del debate entre liberales y comunitaristas), creen que estos miedos son infundados. Para ellos, la verdadera libertad implica cumplir los deberes hacia una comunidad, como el deber de transformarla si niega cualquier libertad. Una sociedad verdaderamente libre es una en la que sus ciudadanos tienen la responsabilidad de proteger y conservar todo lo que promueve la libertad social. Esta visión tiene algunos defensores importantes como Rousseau, Hegel y Karl Marx.

            A pesar de un respaldo tan grande, los objetores liberales mantienen que la libertad positiva es un engaño peligroso y que la única libertad que importa reside en el individuo y sus elecciones, sean las que sean.

 

3º EL FUTURO DE LA LIBERTAD

            Es posible que la idea de libertad como elección esté incompleta e incluso sea engañosa. Tanto nuestras elecciones como nuestras reflexiones sobre éstas se basan en una situación social e histórica, así como las metas y aspiraciones que nos inspiran a cambiar. Pero cualquier sociedad que quiera que sus ciudadanos tengan libertad para tomar sus propias decisiones debe adoptar alguna postura liberal sobre las opiniones, el estilo de vida y las afiliaciones religiosas. El liberalismo defiende el deseo de las personas de vivir su vida, aunque los demás los consideren equivocados o extravagante. Una sociedad libre es una en la que no pasa nada por ser impopular. Sin embargo, es posible que un liberalismo que permite que el mercado libre tenga el papel principal en la formación del mundo social no sirve a la causa de la libertad. Por eso, los socialdemócratas quieren limitar el poder del mercado. Queda por ver si el difícil equilibrio entre promover una economía eficiente y productiva (para crear riqueza) y redistribuir una parte de esa riqueza a los menos acomodados (para limitar las desigualdades) se puede mantener dadas las poderosas fuerzas transnacionales que produce la globalización. A medida que crece la competencia, los políticos sufren una mayor presión para que sigan una dirección más libertarista.

            El liberalismo tiene muchos críticos, pero, ¿hay alguna alternativa que ofrezca algo mejor? Los liberales remarcan los resultados normalmente trágicos de las revoluciones y de los Estados dedicados a unas libertades superiores a las de la democracia liberal. Aunque los defensores de un concepto más positivo de la libertad como Rousseau y Marx no son personalmente responsables de los excesos de la URSS o de la Camboya de Pol Pot, la cuestión es si sus concepciones de una libertad positiva pueden llevar a alguna otra parte que a una sociedad totalitaria.

¿La política está en peligro?

            Algunos filósofos modernos temen por el futuro de la política y, por tanto, de la libertad. La filósofa alemana-norteamericana Hanna Arendt (1906-1975) creía que el mayor peligro proviene de la aparición de una sociedad controlada (administrada) en la que ya no existe ningún lugar público para discutir y decidir con los demás ciudadanos en dónde reside el bien público. Arendt argumentaba que la política necesita un espacio público en el que la gente pueda actuar con libertad y manifestarse a través de sus actos y sus palabras. En el periodo de entreguerras vio como ese espacio era amenazado no sólo por los totalitarismo del nazismo y el estalinismo, sino por los procesos puestos en marcha en las democracias liberales modernas.

            Es vital que los filósofos políticos encuentren formas de pensar más allá del Estado-nación actual, ya que los verdaderos retos del siglo XXI serán de naturaleza global. Hay razones para ser optimistas, razones que se basan en lo que Arendt reconoció: la libertad del ser humano, animal político o cívico, para volver a hacer las cosas, para crear un futuro que no repita el pasado. El futuro de la política es el futuro de la libertad.

 

 

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