EL ORIGEN DEL MUNDO OCCIDENTAL
El retorno de los griegos
El romanticismo alemán lo llamó el milagro griego para definir aquella
cultura de la luz, de la iluminación, que fundó la civilización occidental. Un milagro
que puso las bases de la filosofía, la ciencia y de una manera de ver el mundo
de la que somos herederos. Un mundo en el que sus habitantes no eran en
cualquier caso despreocupados hijos del sol sino que conocían bien las sombras
de la existencia, su incertidumbre e inseguridad, en un periodo de guerras
sucesivas.
Su filosofía intentó explicar el mundo más allá del mito, razonar los
cambios que veían operarse cada día, nacer, crecer, envejecer, el paso de las
estaciones, y buscar un principio único, fuera el agua, el aire o el fuego. Su
ideal fue la moderación, pero se apartaron continuamente de él por su voluntad
de dominación y de poder. Guerras entre las polis, revueltas en las ciudades,
venalidad de muchos hombres públicos... Un mundo convulso que explicaron y para
el que también desarrollaron filosofías para vivir en él.
LAS CLAVES DE UN PUEBLO
Individualistas,
competitivos, abiertos y curiosos, tenían además mucho humor
La helenista británica Edith Hall en Los griegos antiguos,
en el que sin dejar de reconocer que vehicularon logros de otros pueblos de
la Antigüedad –los egipcios contaban historias similares a la Odisea ;
el diseño arquitectónico y la técnica procedían de Persia, donde
trabajadores jonios ayudaron a construir Persépolis o Susa; y
los babilonios ya conocían el teorema de Pitágoras siglos antes–, considera que
los griegos fueron el pueblo adecuado en el momento adecuado para recoger
durante siglos el testigo humano del progreso intelectual.
Hall, que recorre en su ensayo dos mil años de mundo griego hasta el 400
d.C., recuerda que vivieron en miles de asentamientos y ciudades
desde España hasta la India, desde el gélido
río Don en Rusia hasta remotos afluentes cercanos a las
fuentes del Nilo. Culturalmente, señala, eran flexibles y a menudo
contraían matrimonio con otros pueblos e incluso acogían con satisfacción a
dioses extranjeros importados.
LA CURIOSIDAD JÓNICA
Homero impulsó con
sus poemas épicos a los primeros filósofos en Mileto y Éfeso
Y más allá de su capacidad de absorción cultural, su lengua polisílaba y
flexible y sus mitos, los griegos antiguos, señala
Hall, compartieron diez características: afición por los viajes al mar,
desconfianza de la autoridad, individualismo y curiosidad son las más importantes
y están interconectadas. Y además fueron un pueblo abierto a nuevas ideas, muy
competitivo, admiraba el talento, sabía expresarse con detalle y era adicto al
placer.
EL COSMOPOLITISMO
Diógenes se definió
como ciudadano del mundo frente a un “¿de dónde vienes?”
La décima característica clave, remarca, era su humor. Inventaron las
colecciones de chistes, fueran sobre dioses o gentiles, como el de un maestro
incompetente al que preguntaron cómo se llamaba la madre de Príamo, rey
de Troya, y contestó: “Sugiero que la llaméis Señora”. Los austeros
cínicos, que despreciaban los símbolos de riqueza y poder, tienen anécdotas
imbatibles: cuando Platón dijo que Sócrates definió a los hombres como bípedos
sin plumas. el cínico Diógenes llevó a la Academia un gallo
desplumado anunciando: “¡Mirad! ¡Os traigo un hombre!”. Un Diógenes que,
recuerda Martha Nussbaum en su libro La tradición cosmopolita,
fue el fundador de esa línea de pensamiento: una vez le preguntaron de dónde
venía y respondió con una sola palabra: kosmopolités ,
ciudadano del mundo. No se definió ni por su estirpe ni por su ciudad ni por su
clase, género o condición de hombre libre, las cosas que le diferenciaban, sino
por la que compartía con todos.
No es que no hubiera ciencia antes de los griegos, subrayó Benjamin
Farrington en Ciencia y filosofía en la antigüedad, pero con
los griegos se introdujo en ella un elemento nuevo: la filosofía especulativa.
Para el autor, se debe a la Ilíada , que convierte al hombre
en autor de su propio destino y no en juguete de los dioses, que ya apenas son
un mecanismo poético. “Homero creó el humanismo y el humanismo creó la ciencia.
La ciencia es en esencia un esfuerzo del hombre para ayudarse a sí mismo”,
apuntó Farrington, que señalaba que Homero era jonio, y que siglos más tarde
sería en la ciudad jonia de Mileto donde surgirían la filosofía y las
ciencias naturales. También ayudó, añade Hall, que el puerto de Mileto fuera
desapareciendo por la acumulación de residuos del río Meandro. Allí
nacieron Tales, que predijo el eclipse del 585 a.C. y que imaginó el mundo
como una capa de tierra flotando en la primigenia agua, y Anaxímenes. En
la vecina Éfeso nació Heráclito, que creía que el universo cambiaba de
manera incesante por el fuego cósmico y dijo: “Panta rei”, todo fluye.
EL EPICUREÍSMO
El censurado
Epicuro acogió en su jardín a mujeres y esclavos para hablar de felicidad
De la costa jonia el conocimiento emigraría al sur de Italia y
la Atenas clásica, donde,
tras Sócrates, Platón y Aristóteles, estuvo Epicuro,
al que Emilio Lledó califica en su Fidelidad a Grecia
como “una de las primeras víctimas de la censura ideológica”. Cuando llegó a
Atenas fundó el Jardín, una academia revolucionaria: poco preocupado por crear
filósofos-reyes acogió a mujeres, esclavos y prostitutas a dialogar sobre en
qué consistía la felicidad. Epicuro es el pensador del cuerpo, punto de partida
para la convivencia con otros cuerpos. No tener hambre, sed, frío, evitar el
dolor y dar la bienvenida al placer, la sensualidad, sin culpa, pero de modo
prudente. Rechaza la opulencia y el consumismo, porque, en su inmoderación,
solían traer miseria y dolor, pero le intentaron desacreditar como defensor de
los excesos.
EL ESTOICISMO
Para los estoicos,
lo único que dependía de nosotros era moldear el carácter
Hubo otras grandes escuelas helenísticas. Por ejemplo, el estoicismo,
basada en la filosofía iniciada por Zenón de Citio y continuada
por Séneca o Marco Aurelio. Moldear nuestro carácter es lo único
que depende de nosotros, afirman. Debemos concentrar la energía en lo que
podemos controlar y alejarnos de lo que no. Ejercitarnos para saber qué es
mejor desear.
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