miércoles, 5 de octubre de 2022

1º BACHARELATO - 2º TRABALLO: "EL ARTE DE TENER RAZÓN" (2ª PARTE)

 



El arte de tener razón [2ª parte]

Infante, Eduardo: Filosofía en la calle (Ariel, 2020), #FiloReto_29 (pp. 353 a 384).


[…]


Círculo vicioso.

Te resultará fácil identificar esta falacia porque es muy parecida a la petición de princi-pio. El truco está en incluir en un mismo argumento dos premisas y en demostrar la primera con la segunda y la segunda con la primera. Imagina que, después de confesarle a tu pareja una infidelidad y pedirle que te perdone porque valoras la relación que tenéis, él o ella te responde: «Si me amases de verdad no me habrías puesto los cuernos, porque amar a alguien es ser fiel». Parece un argumen-to convincente, pero en realidad es una pescadilla que se muerde la cola:

Premisa 1: el que es fiel ama.

Premisa 2: amar es ser fiel.

Con este círculo vicioso, tu pareja acaba de eludir la responsabilidad de demostrar por qué toda forma de amor implica fidelidad, idea con la que, por ejemplo, no estaría de acuerdo Diego el Cigala, que cantaba en ese bolero clásico que es posible querer a dos personas a la vez y no estar loco.

También es una falacia explicar una causa por su efecto y ese mismo efecto por la cau-sa, de tal manera que ambos se provocan mutuamente, pero no se aporta ninguna prueba de ello. Esta manera de argumentar posee el mismo esquema que el clásico problema del huevo y la gallina. Imagina que nuestro presidente pide a los diputados que aprueben los presupuestos de su gobierno porque son los que sacarán a nuestro país de la crisis económica; entonces, un parlamentario de la oposición le pregunta cómo sacará a España de la crisis y la respuesta del presidente es «con el pre-supuesto que hemos diseñado». Pues no imagines mucho, porque este círculo vicioso también es otra de las falacias que se han usado en los debates parlamentarios de nuestro país.

Un truco para combatir un círculo vicioso es éste: toma un papel y escribe en él la con-clusión del argumento de tu adversario. Muéstraselo y pregúntale «¿por qué crees que esto es ver-dad?». Seguidamente, anota su respuesta en otro papel y vuelve a preguntarle: «¿y por qué crees que esto otro es verdad?». Si contesta con la conclusión, vuelve a enseñarle el primer papel y dile: «Esto era precisamente lo que debías demostrar. Acabas de entrar en un círculo vicioso».


Argumento ad baculum.

Este tipo de argumentación se caracteriza por recurrir a la fuerza, el miedo o a la ame-naza para obligarnos a aceptar una idea. Si alguna vez has escuchado un «porque lo digo yo, que soy tu padre y calla la boca si no quieres irte calentito a la cama», debes saber que eso no era un argumento, sino una falacia como la copa de un pino. Este tipo de falacias se denominan ad baculum, que significa «al bastón» y se refiere al que se utilizaba en la Antigüedad para marcar el poder que un amo tenía sobre su esclavo y que, además, se usaba para golpear al siervo cuando se creía necesario darle un escarmiento. Veamos un ejemplo: el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, intentó convencer al Congreso para que aprobase los fondos necesarios con objeto de cons-truir un muro en la frontera con México argumentando que existe un gravísimo problema de seguri-dad nacional. Su estrategia fue la de infundir miedo a la población, repasando una serie de crímenes supuestamente cometidos en suelo estadounidense por inmigrantes ilegales, para terminar pregun-tando: «¿Cuánta más sangre de estadounidenses hay que derramar para que los congresistas hagan su trabajo?». Si te fijas bien, esta falacia es, en el fondo, una variación de la que apela a las emocio-nes, en este caso al miedo. La única manera de desmontar este tipo de falacias es recordar a tu adversario que del miedo o de la amenaza no se deduce lógicamente la verdad de una afirmación. Veamos otro ejemplo de este tipo de error argumentativo: algunos intentaron justificar la venta de armas españolas a Arabia Saudí (país en guerra con Yemen que no respeta los derechos humanos) usando el argumento de que la ruptura del contrato podría suponer la destrucción de seis mil puestos de trabajos en Cádiz. En este caso estamos ante una nueva falacia, porque el temor a la pérdida de trabajos no convierte en justa la decisión de vender armas a una tiranía.


La falsa causa.

Muchas argumentaciones se basan en relaciones de causalidad entre dos fenómenos, pero se convierten en falaces cuando equivocan la causa. La gran mayoría de las campañas publici-tarias hacen uso de este tipo de argumentaciones para engañarte y hacerte creer que el producto que venden tiene unas propiedades que lo convierten en deseable. Por ejemplo, en la mayoría de los anuncios de Coca-Cola se afirma que este refresco causa felicidad; presentan a gente feliz tomando Coca-Cola y la conclusión que te invitan a sacar es que provoca la felicidad en quien la bebe. No te dejes engañar, tú eres mucho más listo que cualquier empresa de refrescos: que haya una correla-ción de dos fenómenos no significa que uno sea la causa de otro. Si el día 22 de diciembre ves a tu vecino en estado de euforia mientras bebe Coca-Cola, la causa de su felicidad no la ha provocado el refresco burbujeante, sino el décimo premiado de la lotería que tiene en la mano.

Las campañas agresivas de marketing abusan de este tipo de falacias. Una de las varia-ciones más usadas tiende a confundirnos y hacernos pensar que existe una única causa para que se produzca un determinado efecto, cuando en realidad éste es la combinación de varias causas; inclu-so puede no ser necesaria la causa propuesta para desencadenar dicho efecto. Un buen amigo mío fue asaltado en la calle por un agente de una empresa de captación de socios para una ONGD. Mi amigo, muy amablemente, declinó la invitación de recibir información sobre el proceso para hacer-se socio de la ONGD, a lo que el agente le respondió con: «¿Es que no te importa la desnutrición in-fantil?». Si mi amigo no hubiese identificado la falacia que se escondía detrás de esta insinuación se habría ido a casa con un tremendo cargo de conciencia; pero él sabía que hacerse socio de esa ONGD no es la única manera de combatir la desnutrición infantil, y la única causa de que no quisie-ra pararse a charlar con el agente de ventas tampoco es la falta de empatía con los grandes proble-mas de la humanidad.


Falacia del hombre de paja.

Un «hombre de paja» era una especie de muñeco que utilizaban los caballeros medie-vales para entrenarse con las armas, es decir, algo fácil de derribar que servía para practicar antes de la batalla. Esta imagen se utiliza para nombrar un tipo de falacia que consiste en tergiversar los argumentos de alguien, exagerando o cambiando el significado de sus palabras para facilitar el pos-terior ataque. Debes estar muy atento en el debate, porque tu oponente puede llegar a usar alguna de estas tres estrategias para deformar tu posición original:

Donde tú afirmas algo como «probable», tu oponente lo entiende como «seguro».

Donde tú dices «algunos», tu oponente lo tergiversa por «todos», y si hablas de «a veces», él dice «siempre».

Tu adversario también puede sacar una de tus afirmaciones fuera de contexto para manipular su significado. Que te sirva de ejemplo esta historia: el arzobispo de Canterbury viajó a Nueva York en 1905 y sus secretarios le avisaron de que tuviese cuidado con la prensa norteameri-cana. Al llegar a Estados Unidos se celebró una conferencia de prensa en el mismo puerto. Uno de los periodistas le preguntó: «¿Qué piensa vuestra eminencia de los prostíbulos de los barrios del este de Manhattan?». El arzobispo quedó perplejo un momento y preguntó: «¿Hay prostíbulos en los barrios del este de Manhattan?». Al día siguiente, la prensa de Nueva York titulaba en primera página: «Primera pregunta del arzobispo de Canterbury al llegar a Nueva York: “¿Hay prostíbulos en los barrios del este de Manhattan?”».

Para salir ileso de esta trampa debes esforzarte en no perder la calma e ir comparando tus palabras con la manera en que él las cita. Una vez hecho esto, pregúntale por qué está tergiver-sando lo que dices y si desea continuar la discusión sin hacer trampas.


Generalizaciones excesivas.

Existe una manera correcta de argumentar que consiste en extraer consecuencias gene-rales a partir del análisis de casos concretos, pero para que estas generalizaciones sean válidas tienen que cumplir los siguientes requisitos:

La muestra debe ser representativa. En una de las campañas publicitarias de la marca de dentífrico Oral-B Sensodyne se utilizaba como eslogan «9 de cada 10 odontólogos usan y reco-miendan Sensodyne». Esta generalización es problemática porque desconocemos el número total de odontólogos sobre el que se ha hecho la muestra. Si el estudio se hubiese hecho sobre 100 dentistas de los casi 35.000 colegiados en España, no deberíamos aceptar esa generalización como un argu-mento válido.

No debe contener términos imprecisos como la mayoría, muchos, una gran parte, etcétera. Pídele siempre a tu interlocutor que te dé los números y los porcentajes exactos sobre los que realiza dicha generalización. Si alguien, por ejemplo, afirmase que la mayoría de los casos de violencia de género se producen entre población inmigrante, debemos exigirle que sea preciso y que nos indique el número de casos sobre el total. Cuando alguien te haga una generalización de este tipo, lo mejor que puedes hacer es sacar la calculadora.

No deben existir contraejemplos que refuten la generalización. El filósofo Karl Popper descubrió que no se puede afirmar algo de manera universal a partir de los casos particulares que conocemos, por muchos que sean. Aunque hubiésemos visto millones de cuervos negros, no pode-mos afirmar que «todos los cuervos son negros», ya que no hemos agotado todos los casos con nuestra observación. En cambio, basta con encontrar un solo cuervo que no sea negro para afirmar con rotundidad que «no todos los cuervos son negros». Este análisis de Popper nos obliga a suavizar la manera en que formulamos las afirmaciones; por ejemplo, no sería conveniente que dijeses que «todos los profesores son unos ca*****s»; deberías modificar tu tesis y decir «hasta ahora, los profesores que he tenido han sido unos ca*****s» (eso está mucho mejor, dónde vamos a parar).


Así sí: argumentos válidos.

1) Argumento deductivo.

En este tipo de argumentos, la conclusión se sigue necesariamente de las premisas. La matemática es un saber que se basa en este tipo de razonamientos. Pongamos el siguiente ejemplo de argumento deductivo:

Premisa 1: si la suma de los ángulos interiores de un triángulo siempre es 180°.

Premisa 2: y en un determinado triángulo, el ángulo A mide 90° y el B 30°.

Conclusión: el ángulo C mide 60°.

Observa que, al estar el argumento bien construido, sería absurdo suponer simultánea-mente la verdad de las premisas y la falsedad de la conclusión. Por eso, cuando intentes refutar un argumento de este tipo deberás demostrar que está mal construido1 (que la conclusión no se sigue necesariamente de las premisas) o que alguna de las premisas es falsa.

Una mente especialmente dotada para hacer deducciones es la de Sherlock Holmes. La película El secreto de la pirámide (Barry Levinson, 1985) nos narra el primer encuentro entre Holmes y Watson: Sherlock se encuentra en los dormitorios de una escuela tocando el violín sobre su cama cuando aparece el novato John. La escena sigue así:

Tú eres el nuevo.

Sí, me han trasladado de otra escuela. Me llamo…

¡Espera! Déjame… [atento porque ahora viene la conclusión del razonamiento de Sherlock]. Tu nombre es James Watson, eres del norte de Inglaterra, tu padre es médico, pasas buena parte del tiempo libre escribiendo y tienes una afición particular por las natillas. ¿Me equivoco?

Has acertado… en todas las cosas [menos en el nombre]. ¿Cómo lo has hecho? ¿Es algún truco de magia o qué? [Watson le está exigiendo al que será su fiel amigo que muestre las premisas de su deducción].

No, no hay magia, Watson, es pura y simple deducción: en la etiqueta de tu cama se lee J. WATSON. Elegí el nombre más común de los nombres que empiezan por J: James o John, ésa habría sido mi otra opción. Esa clase de zapatos no se hacen en la ciudad, sólo los había visto una vez durante una breve visita al norte de Inglaterra. […]

¿Y lo de las natillas?

Sencillo, hay una clara mancha amarilla en tu solapa. Ese color es el de las natillas y tu aspecto me convenció de que has comido muchas.

No hace falta que me ofendas.


2) Argumento inductivo.

El razonamiento inductivo es el proceso de observar datos, reconocer patrones y hacer generalizaciones basándonos en estos últimos. Pongamos un ejemplo de este tipo de razonamientos: imagina que dos amigos salen de fiesta y a la mañana siguiente uno de ellos se levanta con malestar de cuerpo generalizado, toma su teléfono y le escribe a su colega: «Tío, estoy fatal. Para mí que fue el kebab que nos tomamos al final de la noche». El otro le responde: «Imposible. Yo también me zampé un kebab y estoy fresco como una rosa. Debe de haber sido la cerveza, porque mientras que yo me tomé dos en toda la noche, tu debiste de beber unas quince».

También son inducciones las generalizaciones que hacemos a partir del análisis de casos concretos. Aunque esta forma de argumentar es válida, debes tener en cuenta que las conclusiones a las que llegamos nunca son ciertas, tan sólo probables: las predicciones meteorológicas se basan en inducciones y ya sabes que nunca estamos completamente seguros de que lo que ha dicho el hombre del tiempo vaya a cumplirse. Bertrand Russell nos advierte del peligro de las inducciones por sim-ple enumeración mediante una parábola: había una vez un empleado del censo que tenía que regis-trar los nombres de todos los cabezas de familia de cierta aldea de Gales. El primero al que pregun-tó se llamaba William Williams; lo mismo el segundo, el tercero, el cuarto… Por último, se dijo pa-ra sí: «Esto es una pesadez; evidentemente todos se llaman William Williams. Los apuntaré todos así y me tomaré un día de vacaciones». Pero estaba equivocado; había uno cuyo nombre era John Jones. Bertrand Russell no quiere decirnos con esta parábola que la inducción no sea válida, sino que un exceso de confianza en el método puede conducirnos a un error.

Una manera habitual de defender una idea es apoyarla con una serie de ejemplos, pero para que tu inducción llegue a ser un argumento fuerte se deben cumplir los siguientes requisitos:

Cantidad: si hablamos sobre un pequeño número de casos, el mejor argumento es exa-minarlos todos. Si lo hacemos sobre un conjunto grande, necesitaremos seleccionar una muestra que sea representativa.

Representatividad: debemos evitar muestras sesgadas o poco representativas.

Fuentes fiables: debemos comprobar la fiabilidad de los datos que manejamos; para ello puedes usar la norma que siguen muchos periodistas de consultar al menos tres fuentes diferen-tes.

Que no existan contraejemplos. Una buena manera de refutar este tipo de argumenta-ciones es aportar un contraejemplo.


3) Argumento por analogía.

Este tipo de argumentos tiene la siguiente estructura: si dos cosas son semejantes en va-rios aspectos, entonces deben serlo también en otros. Ahora bien, para que una analogía funcione, las similitudes deben ser importantes. Cuanto más aspectos tengan en común y más relevantes sean, más fuerte será nuestra analogía. Puedes refutarla si encuentras una diferencia significativa entre las cosas que se comparan. Un ejemplo de este tipo de razonamientos es el argumento del violinista creado por Judith Jarvis Thomson y que te presenté en el capítulo sobre el abortoi.


4) Argumento sobre las causas.

Las argumentaciones causales establecen que una determinada cosa es causa de otra. La soprano mexicana Susana Zabaleta argumentaba de esta manera sobre el reguetón: «Nuestros valo-res se están destruyendo gracias a estas canciones misóginas. Ayer se me acercó una niña con el teléfono de su papá escuchando una canción donde decía que se la iba a llevar a un motel y bajarle los pantalones, y la niña estaba bien feliz escuchando eso. ¿Qué va a hacer esa niña a los trece años? La van a llevar a un motel y le van a bajar los pantalones. ¿Tú qué crees que va a hacer esa niña? Pues lo que le están enseñando sus papás. Y a ustedes esto les parece gracioso. ¿Cómo permitimos que una niña escuche algo tan denigrante y luego todavía nos reímos? Ja, ja, ja, que se vuelva bien puta mi hija. ¿Eso es lo que queremos?».

Para que un argumento de este tipo sea válido no basta con identificar un suceso como causa de otro, sino que es necesario que demuestres y expliques cómo uno desencadena el otro.


5) Reducción al absurdo.

La reducción al absurdo es una muy buena manera de refutar el argumento de tu opo-nente. Lo que debes hacer es tomar la idea que defiende, o alguna de las premisas en las que se apoya, y demostrar que conducen hacia un absurdo, una contradicción, una ilegalidad, una inmora-lidad o algo que choca con lo que la ciencia ha establecido como verdadero.

El asno de Buridán es un famoso argumento por reducción al absurdo. Se usa para de-mostrar que es falsa la idea de que elegimos siempre la mejor opción. En la versión del asno ten-dríamos a un animal equidistante entre dos montones de heno exactamente iguales. En la versión de Aristóteles nos encontraríamos con un hombre con tanta sed como hambre, situado entre dos mesas, una con comida y otra con agua. Si la idea de que elegimos siempre la mejor opción fuese cierta, tanto el asno como el hombre morirían de sed y de inanición porque no tendrían ninguna razón para decidir.


Cómo exponer tu pensamiento: la disertación.

En filosofía existe un procedimiento para exponer de manera ordenada y razonada nues-tro pensamiento sobre un determinado problema: la disertación. En Francia, ésta es una de las prue-bas más importantes para acceder a la universidad, pero en realidad es mucho más que eso; se puede decir que es una cuestión de interés nacional. Es una tradición que los medios de nuestro país veci-no lleven a sus titulares el problema filosófico al que se tuvieron que enfrentar los estudiantes de bachillerato: ¿La cultura nos hace más humanos?; ¿Toda verdad es definitiva? o ¿Todo lo que tengo derecho a hacer es justo?

Éstos son los pasos que debes seguir si quieres realizar una buena disertación:


1) Delimitar el problema.

Lo primero que debes hacer es restringir y explicar el problema del que vas a hablar; para ello puedes elaborar una serie de preguntas que te permitan organizarlo y detallarlo. Por ejem-plo, imagina que abordas el clásico problema de la libertad; las preguntas que podrías formular podrían ser éstas: ¿es libre el ser humano? Es decir, ¿posee realmente esa «capacidad de actuar según su propia voluntad a lo largo de su vida»? ¿Son nuestras elecciones un ejercicio libre o nuestra voluntad ha sido previamente «programada» para escoger de una determinada manera? Si fuese así, ¿qué o quién programa nuestras elecciones? También te ayudará definir los conceptos que se encuentran en la pregunta (recuerda que la mayoría de las palabras tienen varios significados, por tanto, debes delimitar su sentido). Siguiendo con el ejemplo anterior, deberías definir libertad, voluntad, elección, etcétera.


2) Tesis.

En esta parte debes ir exponiendo y explicando los argumentos a favor de una de las posturas. Para pasar de un argumento a otro puedes formular una pregunta, de manera que la argu-mentación sea su respuesta.

Puedes acompañar tus argumentos con ejemplos y pruebas. Estas últimas respaldan tus argumentos: un dato estadístico, una noticia, la opinión de alguna autoridad en la materia, un hecho histórico, una investigación científica, etcétera. Usamos las pruebas para que nuestro interlocutor tenga que aceptar nuestro argumento, es decir, para que termine diciendo «pues es verdad». Un ejemplo es una ilustración, una comparación o una referencia a un caso similar que le sea más fami-liar a la persona con la que estás debatiendo. Los ejemplos hacen que tu argumento quede más claro en la mente de los demás. Aunque éstos suelen ayudar, recuerda que puedes hacer una perfecta ar-gumentación sin recurrir a ellos y que exponer simplemente un catálogo de ejemplos no es argu-mentar.


3) Antítesis.

Ahora toca exponer y explicar los argumentos de la opción contraria.


4) Síntesis.

Éste es el momento en el que debes tomar partido por una de las dos opciones para, pos-teriormente, dar las razones de tu elección. No olvides refutar los argumentos de la otra parte; para ello puedes usar pruebas y contraejemplos. Puede darse el caso de que tu conclusión opte por una postura conciliadora entre la tesis y la antítesis, haciendo ver que ambas no son contradictorias, sino que en realidad se complementan.


5) Conclusión.

En este último paso debes exponer los resultados obtenidos en el curso de tu ejercicio: haz un breve y claro resumen del recorrido general del trabajo y de las certezas a las que has llegado. Recuerda solucionar el problema y responder claramente a la pregunta planteada.


6) Escribir la entrada o introducción.

Sólo cuando hayas escrito todos los pasos anteriores podrás preparar una buena intro-ducción. No puedes hacerlo antes porque sería cómo hacer un tráiler de una película sin haber escri-to ni tan siquiera el guion. En la introducción debes: explicar el problema del que vas a hablar, enunciar brevemente las posturas y captar la atención con algún recurso retórico. Para que tu ejerci-cio quede redondo, intenta conectar el principio con el final; por ejemplo, si comenzaste contando una historia, vuelve a hacer referencia a ella o termínala en la conclusión.







Tarefa a entregar na clase do 10 ó 14 de Outubro do 2022:

- dar unha explicación breve (menos de cinco liñas) do que é un argumento válido e un resumo moi breve (tres liñas) acompañado dun exemplo de colleita propia (calquera exemplo demandado que sexa igual ou extremadamente semellante aos presentados por Infante no seu texto invalidará por completo o exercicio) de cada unha das seguintes cinco falacias (as cinco últimas que se presentan no capítulo) e dos seguintes cinco argumentos: círculo vicioso, ad baculum, falsa causa, home de palla e xeneralización excesiva; argumento dedutivo, argumento indutivo, argumento por analoxía, argumento sobre as causas e redución ó absurdo.






1La lógica formal es una disciplina que describe la estructura de los argumentos deductivos correctos, es decir, estudia el método para derivar una verdad a partir de otra. Una de las estructuras más conocidas es el modus ponens, que viene a decir que siendo p y q dos enunciados cualesquiera, si p implica q, y p es verdadero, entonces q también debe ser verdadero. Lo cual es intuitivamente razonable por todo aquel que esté bien de la cabeza. Ahora bien, no es correcto razonar que si p implica q, y q es verdadero, entonces p también lo es.





iEl experimento del cantante de OT.

Fragmento adaptado do libro de Eduardo Infante Filosofía en la calle (Ariel, 2020), pp. 304 a 307.


Escucha ahora lo que tiene que decirte Judith Jarvis Thomson. Esta profesora de filosofía moral del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) tomó partido en los debates sobre las leyes del aborto en Estados Unidos con un famoso artículo titulado «Una defensa del aborto», que dio mucho que hablar y que pensar. Si la profesora Thomson tomase la palabra, te diría que incluso aceptando que el feto que llevas en tu vientre es una persona, y que tiene derecho a la vida, no por ello estás obligada a tenerlo. Puedes abortar si ése es tu deseo, siempre que cumplas una serie de condiciones.

La profesora Thomson comenzaría analizando las premisas que componen el argumento que usa Julián Marías para disuadirte de abortar. Podemos resumirlo de la siguiente manera:

• El feto es una persona desde el momento de la concepción.

• Toda persona tiene derecho a la vida. De modo que todo feto tiene derecho a la vida.

• Tienes derecho a decidir sobre lo que ocurre en tu cuerpo.

• El derecho a la vida es más importante que el derecho a decidir sobre lo que ocurre en tu cuerpo.

• Por tanto, no se pueden matar fetos.


La profesora Thomson te diría que, aunque este argumento parece convincente, si lo analizamos con dete-nimiento descubriremos que realmente no es válido. Para desmontarlo, diseñó un famoso experimento mental. Estos últimos son recursos que usan algunos filósofos y científicos para comprender y explicar un fenómeno. Se diseña una situación hipotética en la que probar las consecuencias lógicas de nuestras afirmaciones. Afortunada-mente, como entenderás enseguida, no hay necesidad de ejecutarlos, sólo son un mero instrumento para justificar o rechazar una determinada teoría. Dicho lo cual, te presento el «experimento del cantante de Operación Triunfo» [en el ensayo original, J. J. Thomson utiliza un «violinista famoso», pero eso se debe a que el experimento mental fue diseñado en 1971 y, por entonces, la filósofa no conocía la maravillosa música de David Bustamante]:

Despiertas una agradable mañana y te encuentras compartiendo habitación de hospital con el ganador de la última edición de Operación Triunfo. A esta estrella de la voz se le ha descubierto una grave enfermedad renal que lo matará en unos meses. El club de fans del cantante ha consultado los archivos médicos y ha descubierto que tú eres la única persona compatible para ayudarlo. Por esa razón te han secuestrado y han conectado el sistema circu-latorio del cantante al tuyo, de modo que tus riñones puedan limpiar la sangre del cantante, además de la tuya pro-pia. Una vez que descubres el pastel, el director del hospital te dice: «Sentimos mucho que el club de fans le haya hecho esto. Si lo hubiésemos sabido antes, no lo hubiésemos permitido. Pero ya está hecho y el cantante está co-nectado ahora a usted. Si lo desenchufamos ahora, él morirá. Pero no se preocupe, esta incómoda situación sólo durará nueve meses. Después de ese período de tiempo ya será seguro hacer la desconexión sin ningún peligro para él».

La pregunta que quiero que respondas es: ¿estás obligada moralmente a aceptar esa situación? No hay duda de que serías una persona generosa si lo hicieras. Pero ¿estás obligada a hacerlo? ¿Qué sucedería si el director del hospital te dijera: «Has tenido mala suerte, todo esto es muy lamentable y te compadezco de verdad, pero ahora tienes que quedarte en la cama, conectada al cantante, durante nueve meses, porque recuerda que:

• El cantante es una persona.

• Toda persona tiene derecho a la vida. De modo que el cantante tiene derecho a la vida.

• Tienes derecho a decidir sobre lo que ocurre en tu cuerpo.

• El derecho a la vida es más importante que el derecho a decidir sobre lo que ocurre en tu cuerpo.

• Por tanto, no se te puede desconectar del cantante».


Obligarte a ello es una monstruosidad y esto prueba que existe algún fallo en el razonamiento que esgrimen los que quieren convencerte de que no tienes derecho a abortar. Si hay algo en el mundo que creo que es cierto es que si extendieses la mano y te desconectases del cantante no cometerías ningún asesinato. Del hecho de que el cantante necesite para seguir viviendo el uso continuo de tus riñones durante nueve meses no se sigue que tenga derecho a hacerlo. Nadie tiene derecho a usar tu cuerpo a no ser que tú se lo concedas. Si cedieses el uso de tus riñones para salvar la vida del cantante, llevarías a cabo un gesto de una gran generosidad, pero no es algo que nadie pueda reclamar como un derecho.

Tener derecho a la vida no garantiza que alguien pueda usar tu cuerpo aunque lo necesite para seguir viviendo. El feto y tú no sois como dos inquilinos compartiendo una casa diminuta que por un error lamentable os han alquilado a ambos: tú eres la dueña de la vivienda. Por tanto, el derecho a la vida no sirve para argumentar que no tienes derecho a abortar.


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