domingo, 30 de octubre de 2022

1º BACHARELATO - LECTURA PARA DISERTACIÓN


O seguinte texto fala sobre as fontes e os límites do coñecemento humano: a chamada teoría do coñecemento ou epistemoloxía. É preciso lelo e facer un pequeno esquema da opinión persoal que se teña a propósito da pregunta básica que nel se propón. A partir desta base, e tomando como referencia a guía que se dá ó final de "El arte de tener razón" (o texto de Infante empregado para traballar as falacias), demandarase a elaboración dunha disertación individual.


¿Vivimos en un mundo virtual?

Adaptación da “Pregunta 2” (pp. 38 a 64) do libro de Stephen Law Tú, ¿en qué piensas? (Alfaguara, 2001)


El juego de Jim.

Jim está jugando con el ordenador. El juego se llama Mazmorras y monstruos. Consiste en desplazarse por un laberinto de mazmorras, matar a todos los monstruos y conseguir el tesoro. Es evidente que a Jim le encanta el juego, especialmente matar monstruos.

En primer lugar debo advertirte de algo: Jim acabará mal. Pero ya hablaremos de eso más adelante. Antes tengo que explicarte lo que es la realidad virtual.


Realidad virtual.

Ni las mazmorras, ni el arma, ni los monstruos ni el tesoro del juego de Jim son reales. Forman parte de lo que conocemos como realidad virtual: un mundo creado por ordenador. Una realidad virtual se compone de un entorno virtual dentro del cual se pueden encontrar objetos virtuales. En el juego de Jim, las mazmorras y los pasadizos constituyen el entorno virtual; el arma, los monstruos y el tesoro son objetos virtuales.

Seguramente habrás visto alguna vez una realidad virtual en uno de esos juegos de ordenador en los que se conduce un coche por un circuito de carreras o se pilota un avión por el cielo. Los coches, el circuito, los aviones y demás elementos de esos juegos son virtuales. No existen en realidad.


El casco de realidad virtual.

Normalmente, cuando participas en uno de esos juegos, visualizas la acción en una especie de pantalla de televisión. Existen también otras formas de experimentar realidades virtuales.

Los informáticos desarrollaron hace un tiempo los llamados cascos de realidad virtual.

Un casco de realidad virtual funciona así: cuando te lo pones ves una pantalla pequeña en la que aparece un entorno virtual. Lo más importante de esa pantalla es que si mueves la cabeza, el punto de vista cambia como si realmente te encontraras dentro de ese entorno

Por ejemplo, si giras la cabeza hacia la izquierda, verás lo que está a tu izquierda en el entorno virtual. Si bajas la cabeza, verás lo que hay en el suelo del entorno virtual. Si miras hacia atrás, verás lo que hay detrás de ti.

El casco dispone también de dos pequeños altavoces (uno para cada oído), para que puedas escuchar lo que sucede en la realidad virtual. Como ocurre con la vista, el sonido cambia en función de en qué dirección te orientes. Así que con uno de esos cascos, tienes la sensación de que tanto la imagen como el sonido del entorno virtual realmente te rodean.


Extremidades virtuales.

También es posible alcanzar y agarrar objetos virtuales. Existen unos guantes electrónicos que proporcionan unas manos virtuales. Con los guantes puestos puedes mover unas manos que ves cuando llevas el casco de realidad virtual. Con ellas es posible conducir un coche virtual, o disparar un rayo láser a un alienígena virtual.

Imagínate que le damos a Jim uno de esos uniformes de realidad virtual (casco, guantes y sensores para las piernas) y lo conectamos a un potente ordenador en el que se desarrolle una versión de su juego favorito: Mazmorras y monstruos. Jim jugaría a lo mismo, sólo que esta vez le parecería mucho más real. Esta vez le daría la impresión de que se encuentra realmente dentro de la mazmorra virtual, sentiría que puede tocar los muros de la mazmorra con sus propias manos.


Ojos artificiales.

Hablemos ahora de otro tipo de innovación tecnológica: los ojos artificiales. A diferencia de la realidad virtual, este avance científico todavía no se ha producido1. Pero, en principio, no hay ninguna razón que lo impida.

Ponte una mano delante de los ojos y obsérvala con atención.

¿Qué sucede cuando la miras?

En primer lugar, la mano refleja la luz y ésta llega a los ojos. Una lente situada en la parte frontal del ojo dirige esa luz a la parte posterior del ojo y allí se produce la imagen. La superficie de la parte posterior del ojo está compuesta de millones de células fotosensibles y cuando la luz alcanza a una de esas células, se produce un diminuto impulso eléctrico. La figura de impulsos eléctricos producidos por la imagen de tu mano que llega a esas células es transmitida a continuación al cerebro a través de un conjunto de nervios denominados nervio óptico. Así es como llegas a ver tu mano.

¿Es preciso que sea un ojo humano normal el que transmita los impulsos eléctricos al nervio óptico y a través de éste al cerebro? No veo por qué. ¿Podrían ser sustituidos los ojos humanos por minúsculas cámaras de televisión?

Esas cámaras realizarían la función que desempeñan en la actualidad los ojos, enviando al nervio óptico el mismo tipo de estímulos eléctricos. De ese modo, percibirías exactamente lo mismo. El mundo visto a través de unos ojos artificiales parecería idéntico al que vemos con los ojos normales.


El ojo en un palo.

Si lo piensas bien, tener cámaras de televisión en lugar de ojos sería muy ventajoso. Los ojos artificiales podrían conectarse a los nervios ópticos mediante cables de gran longitud. De este modo, podrías sacarte un ojo y llevado en la mano, incluso pasado por detrás de la cabeza, algo muy útil para saber si te persigue alguien.

También podrías colocar el ojo en el extremo de un palo, ideal para encontrar una moneda que se te hubiera caído debajo del sofá.


Un cuerpo robótico.

Tal vez algún día los científicos lleguen a inventar no sólo ojos artificiales, sino también oídos artificiales: pequeños micrófonos electrónicos que sustituyeran los oídos humanos2. Esos micrófonos estimularían los nervios que conectan nuestros oídos con el cerebro del mismo modo que lo hacen los oídos normales.

Así, el sonido de una campana, por ejemplo, sonaría exactamente igual para alguien dotado de oídos artificiales.

Pensándolo bien, en principio no parece existir razón alguna que impida que todo el cuerpo sea reemplazado por uno artificial. Así es mo funcionaría un cuerpo robótico:

El cerebro está conectado al resto del cuerpo mediante un sistema nervioso. Algunas de las ramificaciones de ese sistema envían impulsos eléctricos y otras los reciben.

Los nervios que envían impulsos eléctricos dirigen muchos de ellos a los músculos que nos permiten mover el cuerpo. Por ejemplo, cuando vayas a pasar esta página, tus manos se moverán porque el cerebro envía una serie de impulsos eléctricos a ciertos músculos situados en tu brazo.

Esos impulsos provocan el movimiento de los músculos, y es el movimiento de los músculos el que a su vez mueve tu mano. Las ramificaciones nerviosas que reciben los impulsos eléctricos lo hacen en gran parte a través de los cinco sentidos: oído, vista, olfato, gusto y tacto.

Todo este sistema es el que nos permite experimentar el mundo que nos rodea.

Supón por un momento que tu cerebro es extraído de tu antiguo cuerpo humano y colocado en un nuevo cuerpo robótico.

A continuación tu cuerpo es destruido. Pero eso no tiene importancia, porque el nuevo cuerpo robótico mantendría el cerebro con vida, estimulando los nervios conectados al mismo de igual manera que eran estimulados por el cuerpo humano. De este modo, el nuevo cuerpo te ofrecería experiencias idénticas a las que te proporcionaba el antiguo. Con el nuevo cuerpo robótico podrías saborear helados de chocolate, escuchar música y disfrutar del aroma de las flores.

Todo parecería exactamente igual.

Las series de impulsos eléctricos enviadas desde el cerebro harían que el nuevo cuerpo robótico se moviera del mismo modo en que lo hacía el normal, sólo que ahora, en lugar de mover músculos, moverían pequeños motores. De ese modo podrías hablar y caminar exactamente igual que antes.


Cómo sobrevivir a la muerte del cuerpo.

Es evidente que todavía no somos capaces de construir cuerpos robóticos.

La tecnología no está suficientemente desarrollada todavía. Pero sí parece posible que se pueda llegar a construidos, tal vez dentro de unos pocos cientos de años.

Si se construyeran cuerpos robóticos, seríamos capaces de sobrevivir a la muerte de nuestros cuerpos de carne y hueso. En caso de que tuviéramos un accidente y un camión nos atropellara, podrían extraernos el cerebro y colocarlo en un nuevo cuerpo robótico.

De este modo podrías seguir viviendo incluso después de la muerte de tu cuerpo. Pasarías a ser mitad humano, mitad máquina.

Los cuerpos robóticos podrían ser construidos de tal forma que fueran más resistentes, más duraderos y en gran medida mejores que los cuerpos normales. Podríamos tener una resistencia sobrehumana, desarrollar enormemente el sentido del oído, incluso disponer de visión de rayos X…

Quizá algún día, quizá dentro de mil años, lleguemos todos a ser seres super-robóticos y tal vez el único componente humano que mantengamos sea el cerebro.


Un cuerpo virtual.

No sólo cabe en lo posible tener un cuerpo robótico, sino también tener un cuerpo virtual. Imagínatelo: supón que te colocan un enchufe en la parte posterior del cuello. Este enchufe estaría conectado al lugar exacto en que los nervios que entran y salen del cerebro se unen al resto del cuerpo. El enchufe conectaría el cerebro a un súper-ordenador de potencia extraordinaria. Sólo tendrías que enchufarte el cable del ordenador y pulsar un pequeño interruptor que tendrías situado también detrás del cuello.

Cuando pulsaras el interruptor, todos los impulsos eléctricos que salieran de tu cerebro con la intención de producir movimientos, serían desviados hacia el super-ordenador. Y en lugar de recibir impulsos eléctricos de los ojos, dos, nariz, lengua y piel, tu cerebro los recibiría del super-ordenador.

Ahora imagínate que el ordenador está trabajando con un programa de realidad virtual. Éste sería el proceso: tú te acostarías junto al ordenador y te enchufarías a él; a continuación, pulsarías el interruptor de detrás del cuello. Al pulsar el interruptor, el cuerpo quedaría inerte: lo habrías desconectado del cerebro.

Pero tú no tendrías esa sensación, sino la de estar todavía moviendo el cuerpo. Supón que intentaras mover los dedos ante los ojos. El ordenador recibiría los impulsos eléctricos correspondientes a ese movimiento de tu cerebro. A continuación enviaría a tu cerebro el mismo tipo de impulsos que recibiría de los ojos y los dedos si estuvieras moviéndolos realmente. Eso sería lo que verías. Sentirías exactamente lo mismo que si estuvieras haciéndolo de verdad. Pero, claro, los dedos que verías moverse serían dedos virtuales, no dedos reales. Tus manos auténticas seguirían inmóviles sobre la cama.

De hecho, si el ordenador tuviera potencia suficiente, podría generar un entorno virtual completo para ti. Por ejemplo, podría hacerte creer que estás tumbado en un bosque poblado de pájaros maravillosos y hermosas flores.

Podrías ponerte de pie y pasear por el bosque. Los árboles que vieras, los pájaros que escucharas y las flores que olieras no serían reales, claro está; todo ello sería virtual. Y el cuerpo que creerías tener sería virtual, no real. Tu verdadero cuerpo seguiría tumbado e inmóvil en la cama.

Un cuerpo virtual puede ser un buen modo de pasar un rato agradable. Después de un duro día de trabajo podrías relajarte conectándote a uno y explorando un entorno virtual. Sería posible inventar cualquier tipo de nuevo mundo en el que te apeteciera pasar unas horas.

Cabría incluso la posibilidad de elegir un cuerpo, por ejemplo, el de Elvis Presley y visitar un planeta formado sólo por dulces.

Después de haber visto la posibilidad de llegar a tener un cuerpo virtual en un entorno virtual, vamos a cambiar de tema. Veamos lo que pasa con Jim.


Intermedio: una historia de terror.

Un día, dos marcianos (Blib y Blob) llegan a la Tierra. Blib y Blob han venido a estudiar a los seres humanos. Deciden que Jim sea su primer objeto de estudio y se disponen a observar su comportamiento en secreto.

Blib y Blob están impresionados de ver lo que le gusta a Jim el juego de ordenador Mazmorras y monstruos. Observan que Jim dedica todo su tiempo libre a jugar. El padre de Jim le prepara la merienda.

Ven a merendar, Jim –le grita desde abajo.

Los marcianos se dan cuenta de que hace falta que le llamen seis veces para que Jim haga caso. También observan que, después de engullir la comida, siempre sale corriendo directamente hacia su habitación para volver a jugar.

Blib y Blob observan también que cada vez que aparece una nueva versión de Mazmorras y monstruos Jim se desespera por hacerse con una copia. Dos meses antes de Navidad, la frase preferida de Jim es:

Papá, mamá, por favor, ¿me regalaréis la nueva versión de Mazmorras y monstruos por Navidad?

Después de realizar todas estas observaciones, Blib y Blob llegan a la conclusión de que lo que más feliz haría a Jim sería estar continuamente jugando a la versión más realista posible de Mazmorras y monstruos que pudiera imaginarse. Y deciden hacerlo feliz.

Llega el día de Navidad y Jim se despierta. Lo primero que siente es su cama; está fría y dura como una piedra y desprende un olor extraño, como a humedad y a moho, parecido al de los champiñones. Además se oye un extraño goteo.

Jim abre los ojos lentamente. Se encuentra en un largo pasadizo de piedra, alumbrado por antorchas dispuestas en soportes de hierro oxidado. Hay pasillos a derecha e izquierda. Jim se vuelve, mira hacia atrás y ve que el pasillo se pierde a lo lejos en la oscuridad de las sombras.

El pasadizo le resulta vagamente familiar. De pronto, se acuerda: es exactamente igual al pasadizo de Mazmorras y monstruos, sólo que éste parece real. Puede recorrer las paredes frías y resbaladizas con sus dedos.

De repente, se le hiela la sangre en las venas: ha oído un aullido, un aullido que Jim ha escuchado miles de veces, sólo que esta vez el sonido no sale por los pequeños altavoces de su ordenador. Esta vez el aullido proviene de las sombras que hayal final del pasadizo. Esta vez el aullido es real. Y además, escucha el sonido de unos pies que se arrastran. Jim sabe perfectamente qué es lo que se acerca. Le flaquean las piernas, la sangre le golpea los oídos. Echa a correr.

Los padres de Jim están desconcertados. Le han comprado a Jim un ordenador nuevo, con la última versión de Mazmorras y monstruos. ¿Por qué no habrá bajado todavía para abrir el regalo, como siempre? Suben por las escaleras y abren la puerta de su habitación lentamente. Miran adentro.

Jim, ¿estás levantado?

Silencio absoluto en la habitación; las cortinas todavía están corridas; y la cama de Jim, vacía.

Un misterioso resplandor ilumina la habitación. Los padres de Jim se vuelven y ven que la luz sale de una pantalla de ordenador que hay en el suelo, pero aquel no es el ordenador de Jim. Cuando sus ojos se adaptan a la penumbra, observan que la pantalla parpadeante está enchufada a una gran caja gris.

Esa caja gris es un super-ordenador marciano. Blib y Blob se han esforzado mucho y han construido un ordenador que puede desarrollar la versión más realista de Mazmorras y monstruos que se pueda imaginar. Es un ordenador construido especialmente para Jim.

¡Aaaahhh!gritan horrorizados los padres de Jim.

En un momento en que la luz de la pantalla se ha hecho más brillante, inundando de luz la habitación, han visto entre las sombras, detrás del ordenador, un cerebro humano flotando en un tanque de vidrio.

Es el cerebro de Jim; está vivo y plenamente consciente. Blib y Blob extrajeron el cerebro de Jim por la noche, destruyeron el resto de su cuerpo y colocaron el cerebro en el tanque de líquido para conservarlo con vida. Después, conectaron el cerebro al ordenador. Ahora Jim tiene un cuerpo virtual y está en un entorno virtual: el de Mazmorras y monstruos. Jim está jugando con la versión más realista de su juego favorito que pudiera haber imaginado. El problema es que no puede parar y que le parece totalmente real.

Los padres de Jim fijan la mirada en la pantalla del ordenador. ¡Allí está Jim! Lo ven huyendo por el estrecho pasadizo perseguido por un enorme monstruo.

¡Mi pobre Jim! –solloza la madre. Pero, claro, gritar no sirve de nada en esa situación. Lo único que Jim puede escuchar es el aullido del monstruo pisándole los talones. Jim no volverá a escuchar nunca más la voz de su madre.

Los padres de Jim observan, completamente aterrorizados, cómo intenta deshacerse del monstruo. De repente, da un salto desesperado hacia unas sombras y se queda inmóvil, sin atreverse siquiera a respirar. El monstruo se para. Olisquea el aire húmedo y se va... por el momento.

Los padres de Jim no son capaces de seguir mirando. Se dan la vuelta y se alejan de la pantalla y entonces se dan cuenta de que hay' una nota sujeta al ordenador con un lazo rojo. Se acercan lentamente, temblando, y a la luz parpadeante de la pantalla leen un mensaje escrito en la tarjeta con garabatos inseguros. El mensaje dice: “¡Feliz Navidad, Jim! Blib y Blob”.


¿Somos cerebros flotantes?

Sin duda, una historia espeluznante. Jim acaba atrapado en una terrible realidad virtual tan similar a la vida que no se da cuenta de que no es real. Y los marcianos estaban convencidos de haberle hecho un favor.

Estas historias de cerebros humanos flotando en tanques de líquido han resultado siempre atractivas para los filósofos. Particularmente para los interesados en la siguiente cuestión: ¿es posible conocer realmente el mundo que nos rodea? Analicemos esa cuestión.

Partamos de otra historia de un cerebro flotante ligeramente distinta: la de tu propio cerebro. Suponte que anoche Blib y Blob fueron a tu casa mientras dormías; te drogaron y te llevaron a Marte en su platillo volante. Extrajeron el cerebro de tu cuerpo, lo sumergieron en un tanque de líquido para mantenerlo con vida y lo conectaron a un súper-ordenador. Tu cuerpo fue destruido.

El super-ordenador es quien controla ahora todas tus experiencias. Chasquea los dedos. Cuando vas a hacerlo, el ordenador conduce los impulsos que salen de tu cerebro: los impulsos que te habrían permitido mover los dedos si todavía los tuvieras. El ordenador simula entonces las terminaciones nerviosas que estaban conectadas a tus ojos, tus dedos, tus oídos, etc., de manera que tienes la impresión de que ves, sientes y escuchas cómo tus dedos se mueven y chasquean.

Pero lo cierto es que ya has dejado de tener dedos; lo que tienes en realidad son dedos virtuales generados por ordenador.

Se trata de un ordenador increíblemente avanzado: es capaz de copiar tu entorno habitual hasta el más mínimo detalle. De ese modo, tienes la impresión absoluta de estar experimentando tu realidad: tu habitación virtual es idéntica a la real, tus padres virtuales son exactamente igual a los reales, tu calle virtual es igualita a tu calle de siempre...

La gran duda filosófica que plantea esta situación es la siguiente: ¿cómo podemos tener la certeza de no ser cerebros flotantes?, ¿quién nos asegura que el mundo que nos rodea no es virtual? Si los marcianos hubieran venido anoche, hubieran extraído nuestro cerebro y lo hubieran conectado a un super-ordenador, ¿nos habríamos dado cuenta? Lo más probable es que no, porque todo nos parecería exactamente igual que ayer.


Tal vez SIEMPRE hayamos sido cerebros flotantes.

Se me ocurre una idea aún más inquietante. Quizá siempre, desde el nacimiento, hayamos sido cerebros flotantes. Es posible que el planeta Tierra no exista. Tal vez las cosas que te resultan tan familiares (tu casa, tu barrio, tus amigos, tu familia) no sean más «reales» que los lugares y personajes del juego de ordenador de Jim. Todo podría ser un producto de programadores marcianos que estudian cómo reaccionaría tu cerebro ante un mundo inventado por ellos.

Dicho de otro modo: podría ser que la única realidad que has conocido desde siempre sea virtual. Nadie podría demostrar lo contrario.


¿Cómo demostrar que no somos cerebros flotantes?

Por supuesto, ni tú ni yo creemos ser cerebros flotantes. Ambos creemos que no lo somos. La cuestión es si podemos estar seguros de que no somos cerebros flotantes, si podemos estar seguros de que el mundo que nos rodea es real.

La única respuesta posible es que no podemos saberlo. Puedes creer que el mundo que ves es real. Incluso puede que sea verdad, que el el mundo sea real, pero aun así, no puedes estar seguro de ello. Para estar seguro de algo, es preciso tener alguna razón convincente. Y no hay razón alguna para creer que este mundo es real y no virtual, porque todo sería exactamente igual para nosotros en cualquier caso. Así que, aunque te parezca sorprendente, no puedes tener la certeza de no ser un cerebro flotante.

De hecho, no puedes estar seguro de nada con respecto al mundo. Por lo que a tu conocimiento respecta, las manos que tienes frente a ti, el libro que sostienen, el árbol que crees ver a través de tu ventana, incluso el planeta Tierra podrían ser virtuales.


¿Qué es el escepticismo?

El razonamiento que acabamos de exponer (el que concluye con la idea de que no sabemos nada sobre el mundo) es un razonamiento escéptico. Los escépticos defienden que en realidad no sabemos lo que creemos saber. La aseveración de que no sabemos nada sobre el mundo que nos rodea se define como escepticismo aplicado al mundo exterior.


El escepticismo contra el sentido común.

El sentido común nos indica que sí conocemos el mundo exterior. Si se te ocurriera afirmar «no sé si los árboles existen», sobre todo si lo haces frente a un árbol a plena luz del día, los demás pensarían que no estás en tu sano juicio.

Pero, desde el punto de vista de los escépticos, tendrías bastante razón. No sabes si los árboles existen. El sentido común se equivoca.


Algunos errores del sentido común.

Afirmaciones escépticas de este tipo pueden llegar a provocar reacciones airadas. El conocimiento de la existencia de los árboles es una de nuestras más firmes creencias (como ya queda dicho, lo aceptamos por puro sentido común). Si alguien nos demostrara que algunas de nuestras creencias son falsas, podríamos renunciar a ellas sin problemas, pero cuando se trata de creencias basadas en el sentido común más elemental (como es el caso que nos ocupa), no nos resulta nada fácil renunciar a ellas.

Por el contrario, ver cómo se ponen en cuestión nuestras creencias s elementales puede resultar muy desagradable, especialmente cuando no somos capaces de encontrar la manera de defenderlas. Hay gente que puede llegar a sentirse muy contrariada ya decir que esas ideas filosóficas no son más que tonterías.

¡Eso no es más que una estupidez!gritan. ¡Pues claro que sé que los árboles existen!

Y se alejan enfadadísimos.

Pero un filósofo podría utilizar a su favor el argumento de que hay otros muchos casos en los que se ha acabado demostrando que el sentido común estaba equivocado. Por ejemplo, hubo un tiempo en que el sentido común defendía la idea de que la Tierra era plana3; se consideraba evidente. Después de todo, eso es lo que parece. Los marinos tenían miedo de precipitarse al abismo.

Por tanto, hubo gente que se indignó cuando se puso en tela de juicio esa creencia asumida por sentido común:

¡No seáis ridículos! –gritaban–. Por supuesto que la Tierra es plana.

Y se iban ofendidísimos.

Ahora sabemos que la Tierra no es plana, luego el sentido común estaba equivocado.

Aquí tienes otro ejemplo de cómo el sentido común puede equivocarse. Observa esta hoja de papel; tiene dos caras: anterior y posterior.

Intenta responder a esta pregunta: ¿podría existir un trozo de papel que sólo tuviera una cara? La mayoría de la gente respondería que por supuesto que no. Toda hoja de papel tiene dos caras; es de sentido común. Pero la verdad es que el sentido común no tiene razón en este caso. Si tienes una tira de papel como esta, le das medio giro y después unes los dos extremos formando un bucle observarás que tienes un trozo de papel con una sola cara4:


Aparentemente el bucle tiene dos caras, pero si te fijas en una de las caras y la sigues alrededor del bucle, te darás cuenta de que lo que parecían dos caras son en realidad la misma. Como en estos casos, el sentido común se ha equivocado con muchas cosas. Quizá también se equivoque en lo de nuestro conocimiento sobre la existencia de los árboles.


Lo que no defiende el escepticismo.

Vale la pena aclarar lo que no afirman los escépticos, para evitar confusiones.

En primer lugar, no afirman que seamos cerebros flotantes. Sólo afirman que nadie sabe a ciencia cierta si lo somos o no.

En segundo lugar, no solamente afirman que no puedes estar absolutamente seguro de que el mundo que ves sea real y no virtual. Afirman que no hay razón alguna para creer que el mundo que ves es el real, y no uno virtual.

En tercer lugar, no llegan a afirmar que nadie puede saber absolutamente nada. Después de todo, ellos afirman saber algo: que nadie puede estar seguro sobre el mundo exterior.


Un enigma antiguo.

Nos encontramos ante un enigma de difícil resolución. Por una parte, el sentido común nos dice que sabemos que los árboles existen. No queremos renunciar a esta idea basada en el sentido común (en realidad, no creo que pudiéramos renunciar a ella aunque quisiéramos). Por otra, los escépticos utilizan un argumento que parece demostrar que el sentido común se equivoca: en realidad no sabemos que los árboles existen. ¿Quién tiene razón?

Aunque el enigma ha sido presentado de forma actualizada, es en realidad muy antiguo. De hecho es uno de los más famosos enigmas filosóficos. Incluso en la actualidad, en las universidades de todo el mundo, los filósofos siguen intentando resolverlo y todavía no se han puesto de acuerdo en si los escépticos tienen o no razón. Debo admitir que yo tampoco lo sé.

A lo largo de los siglos, muchos filósofos han intentado lidiar con el escepticismo. Han intentado demostrar que el sentido común tiene razón: sabemos cosas sobre el mundo exterior, después de todo. Algunos de los intentos por derrotar a los escépticos son muy inteligentes, pero, ¿han resultado útiles en realidad? Observemos uno de esos intentos.


La navaja de Ockham.

Los escépticos nos presentan dos teorías o hipótesis. La primera hipótesis (la que se basa en el sentido común) nos dice que no somos cerebros flotantes: el mundo que nos rodea es real. La segunda hipótesis nos dice que somos cerebros flotantes: el mundo que nos rodea es simplemente virtual.

Los escépticos defienden que no tenemos más razones para creer en la primera hipótesis que en la segunda. Ambas hipótesis están igualmente sustentadas por la evidencia de los sentidos.

Todo nos resultaría exactamente igual de una u otra forma. Así que no podemos decir que la primera hipótesis sea verdadera y la segunda falsa.

Por tanto, podemos estar de acuerdo con los escépticos en que nuestra percepción de las cosas hace posibles ambas hipótesis.

Hay un famoso principio filosófico según el cual cuando enfrentas a dos hipótesis sustentadas por pruebas de igual importancia, siempre es razonable creer en la más simple. Este principio se denomina la navaja de Ockham. Aparentemente es un principio muy plausible.


El ejemplo de las dos cajas.

Un ejemplo de cómo se aplicaría la navaja de Ockham: imagina que te enseñan una caja con un botón en un lado y una bombilla en la parte superior. Tú observas que cuando aprietas el botón, la bombilla se enciende y cuando no, permanece apagada.

Ahora planteemos dos hipótesis opuestas que expliquen lo que has observado.

La primera hipótesis sería que el botón y la bombilla están unidos mediante un circuito a una pila que hay dentro de la caja. Cuando se presiona el botón, se completa el circuito y eso hace que la bombilla se encienda.

La segunda hipótesis sería más complicada: el botón está conectado a un circuito eléctrico que une la pila con otra bombilla situada en el interior de la caja. Cuando presionamos el botón, la bombilla interior se enciende. En el interior de la caja hay un sensor de luz que detecta esto y conecta un segundo circuito eléctrico que une una segunda pila con la bombilla que vemos en el exterior de la caja. Eso hace que la bombilla exterior se encienda.



¿Cuál de las dos hipótesis es, en tu opinión, más razonable? La verdad es que las dos hipótesis resultan igual de consistentes con lo que has visto: en ambos casos, la luz se enciende cuando, y sólo cuando, presionas el botón.

Pero no parece muy acertado decir que ambas hipótesis sean igualmente razonables. Seguramente es más razonable creer en la primera que en la segunda, porque la segunda es menos sencilla: implica que haya dos circuitos dentro de la caja y no uno.

¿Resulta útil la navaja de Ockham para contradecir a los escépticos? Tal vez. Podrías afirmar que, de las dos hipótesis (la de que el mundo que vemos es el mundo real y la de que no es más que un mundo virtual), la primera es más sencilla, ya que defiende que existe sólo un mundo y la segunda dice que hay dos: un mundo real (en el que estarían los marcianos, el super-ordenador, un tanque de líquido y tu cerebro), dentro del cual se crea un segundo mundo virtual que contiene árboles, casas, gente, y demás elementos virtuales. Por tanto, dado que la primera hipótesis es más sencilla, resulta también la más razonable.

Así que los escépticos están equivocados: es más razonable creer que el mundo que vemos es real y no virtual, al margen de que la apariencia de las cosas aporte la misma probabilidad a las dos hipótesis.


Una duda.

¿Qué opinas de esta réplica a los argumentos de los escépticos? Yo, personalmente, tengo ciertas dudas al respecto. Una de ellas es ésta: ¿es en realidad más sencilla la hipótesis de que el mundo que vemos es real? Eso depende en gran medida de lo que entendamos por «más sencilla». De hecho, aunque en ciertos aspectos la primera hipótesis sea más sencilla, en otros no lo es.

Por ejemplo, hay quien podría defender que la segunda hipótesis es la más sencilla porque precisa de muchos menos objetos físicos: sólo los marcianos, el cerebro dentro del tanque y un super-ordenador. No hay nada que nos obligue a suponer que el planeta Tierra con todos sus árboles, casas, gatos, perros, montañas, coches y demás también exista en realidad.

Otros podrían defender que la segunda hipótesis es más sencilla porque se precisan muchas menos mentes reales. Si tus amigos, tu familia, tus vecinos fueran simplemente virtuales, también lo serían sus mentes. En esa segunda hipótesis sólo se precisarían la tuya y las de quienes manejan el ordenador.

Así pues, no es tan evidente que la primera hipótesis sea la más sencilla. De hecho, se puede argumentar que lo es la segunda y que ésa es, por tanto, la más razonable. ¡Lo más razonable es creer que eres un cerebro flotante!


¿Soy una isla?

Si los escépticos tienen razón (y conste que no estoy diciendo que la tengan), cada uno de nosotros está muy lejos del mundo que nos rodea. No sabes nada sobre ese mundo. No tienes ningún motivo para creer que vives en un mundo con árboles, casas, gatos, perros, montañas y coches. Y tampoco tienes ninguna razón para creer que estás rodeado de otras personas. No puedes demostrar que todo tu mundo (incluyendo a todos los que en él estamos, incluso yo) no sea simplemente virtual.

Una idea espeluznante. Te lleva a cambiar por completo tu idea de ti mismo. Alguien dijo alguna vez «ningún hombre es una isla». Pero si los escépticos tuvieran razón, en cierto sentido esa afirmación sería falsa. Cada uno de nosotros estaría abandonado a su suerte en su propia isla desierta, incapaz de saber nada sobre el mundo que estaría más allá de sus experiencias sensoriales. Aislados de ese mundo y aislados los unos de los otros. Seríamos prisioneros de nuestras propias mentes.

El panorama que presentan los escépticos es desolador.

Sin embargo, visto de otro modo, el escepticismo no cambia nada. Nuestra vida cotidiana no se altera. Incluso los escépticos llevan a cabo su rutina diaria: dan de comer al gato, ponen lavadoras, van al trabajo, quedan con los amigos para tomar un café... Ni siquiera ellos pueden dejar de creer que el mundo que ven es real, a pesar de que piensen que no hay razón alguna para hacerlo. Somos creyentes por naturaleza: sencillamente, no podemos evitarlo.

¿Tendrán razón los escépticos? No acabo de estar seguro. ¿Tú qué crees?


1 Aínda que aínda non se puido reproducir exactamente o ollo humano, a tecnoloxía actual xa permite a fabricación de instrumentos moi semellantes e, aínda que non é o mesmo, podemos curar enfermidades da vista moi graves que fai non tanto serían incurables.

2 Ocorre con isto algo semellante ó dito na nota anterior.

3 Outro exemplo moi claro e real ocorreu cando se afirmou que a Terra xiraba en torno ó Sol, e non ó revés: o que nos di o sentido común é que, se nós nos mantemos no mesmo lugar, parados, durante 24 horas, veremos ó Sol saír por un lado (este) e irse por outro (oeste), repetíndose ese ciclo infinitamente. Polo tanto, a conclusión lóxica é que o que se move é o Sol ó redor de nós (a Terra), e non ó revés.

4 Isto é o que se coñece como banda de Möbius: un obxecto que ten unha soa cara e non é orientable. Para construíla pártese dunha cinta pechada de dúas caras, faise un corte, vírase un dos extremos e vólvese a pegar (https://gl.wikipedia.org/wiki/Banda_de_M%C3%B6bius). Outro exemplo deste tipo sería o que aporta a superficie de Klein (https://gl.wikipedia.org/wiki/Botella_de_Klein): un obxecto que non ten exterior nin exterior, o que claramente vai contra o que nos di o sentido común (pois parécenos evidente que todo ten un “dentro” e un “fóra”).

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