martes, 22 de noviembre de 2022

1º BACH ADULTOS - DISERTACIÓN SOBRE LAS CREENCIAS RELIGIOSAS

 





Lee el siguiente capítulo (FILORETO 7) del libro "Filosofía en la calle" de Eduardo Infante y redacta luego una disertación sobre el problema planteado en dicho capítulo.


FILORETO 7 - ¿SIRVE DE ALGO REZAR?

¿Alguna vez has rezado para encontrar la fuerza y la luz con las que superar una dificultad que la vida te plantea? Quizá alguna vez le hayas pedido a Dios que te ayudase con algún problema, incluso puede que reces de manera habitual. Pero también es posible que, para ti, sea una pérdida de tiempo, y que consideres la fe como una especie de superstición propia de sociedades primitivas.

Lo cierto es que mucha gente reza y, si vas a ser uno de ellos, primero tienes que asegurarte de que Dios existe. Si resulta que la divinidad a la que vas a invocar es tan sólo una invención humana, tu oración tendría el mismo efecto que solicitarle ayuda a Harry Potter para afrontar tus problemas. Tomás de Aquino (1225-1274), uno de los teólogos cristianos más brillantes, se percató de que la fe cristiana tiene unos presupuestos, de los cuales el más importante es la existencia de Dios. Antes de ponernos a rezar, es conveniente que nos aseguremos de que existe algún Dios, no vaya a ser que estemos perdiendo el tiempo y desperdiciando la esperanza.

Pero ¿es posible demostrar la existencia de Dios? ¿Nos ayuda la fe a tener una vida más plena? ¿La religión nos hace mejores o peores personas? ¿Es Dios un espejismo? ¿Son compatibles la fe y la razón?

Mi Dios es tan perfecto que existe

 Ha habido filósofos que han intentado demostrar la existencia de Dios y sus razonamientos han pasado a la historia por la polémica que han suscitado. El argumento que más controversia ha causado lo construyó un monje benedictino del siglo XI que llegó a ser arzobispo de Canterbury. Anselmo (1033-1109) fue un amante de la libertad, como todo buen filósofo ha de serlo, y hay varias anécdotas de su vida que así lo atestiguan. La primera de ellas nos cuenta que, en cierta ocasión, un maestro se le quejó de lo poco que aprendían sus alumnos y de lo vagos que eran. (¿Te resulta familiar esta queja?) Anselmo respondió: «Si plantas un árbol en tu huerto y lo cercas por todos los lados, de suerte que no pueda extender las ramas, tendrás al cabo de un tiempo un árbol inútil de ramas torcidas […] Pues así es como tratas a tus alumnos […] con amenazas y golpes, y privándolos del privilegio de la libertad».

Anselmo fue uno de los primeros en oponerse a la esclavitud. Otra anécdota nos cuenta que un día se encontró con que un niño había atado a un pájaro de un pata y lo fastidiaba dejándolo volar para luego tirar del hilo y hacerlo volver atrás. Anselmo cortó el hilo y sentenció lo siguiente: «El pájaro escapa, el niño llora y el padre se alegra».

Pero veamos cómo este monje benedictino intentó probar la existencia de Dios. El argumento se conoce con el nombre que siglos después utilizó Kant para referirse a él: el argumento ontológico. Siempre que lo explico en clase, mis alumnos se quedan con la sensación de que les saco un conejo de una chistera, porque intuyen que hay un truco pero no saben cuál es. ¿Estás preparado para ver salir el conejo de la chistera? Expongo la versión de Descartes de este argumento porque es la más sencilla y simple: la idea de Dios es la de un ser perfecto. Si Dios no existiese le faltaría algo tan importante que dejaría de ser perfecto. Por tanto, Dios necesita existir para ser perfecto. De la misma manera que al examinar la idea del triángulo deducimos que la suma de sus ángulos ha de ser necesariamente 180°, al analizar la idea de Dios deducimos que necesariamente tiene existencia… ¡Tachán! Imagino que ahora entenderás lo polémico que ha sido este argumento. Hay filósofos que lo consideran válido y otros que ven en él una falacia como la copa de un pino. De todas formas, aun aceptando el argumento, no probaría que el Dios que existe es el mismo en el que cree Anselmo. Para comprobarlo, suelo pedir a mis alumnos que realicen el siguiente ejercicio:

• Invéntate un Dios.

• Incluye entre sus atributos la perfección.

• Usa el argumento ontológico para demostrar que tu Dios existe.

Cuando termines el ejercicio puede que llegues a la misma conclusión que Jenófanes de Colofón (570-475 a. C.) Este filósofo griego, después de viajar de acá para allá y de conocer muchas y muy diferentes culturas, escribió:

“Chatos, negros: así ven los etíopes a sus dioses. De ojos azules y rubios: así ven a sus dioses los tracios. Pero si los bueyes y los caballos y leones tuvieran manos, manos como las personas, para dibujar, para pintar, para crear una obra de arte, entonces los caballos pintarían a los dioses semejantes a los caballos; los bueyes, semejantes a bueyes; y a partir de sus figuras crearían las formas de los cuerpos divinos según su propia imagen: cada uno según la suya.”

 Mi Dios existe porque tú existes

 Tomás de Aquino (1225-1274) no aceptó el argumento de Anselmo y desarrolló cinco pruebas que se basan en la idea de que sólo Dios puede ser la causa de ciertos efectos que percibimos en el Universo. Uno de ellos, por ejemplo, nos invita a reflexionar sobre el hecho de que nada en el Universo es causa de sí mismo. Todo ser recibe su existencia de otro distinto a él, que a su vez la recibe de otro y así se crea una cadena de seres que se causan los unos a los otros. Tú, por ejemplo, no decidiste un buen día empezar a existir, sino que fueron tus padres los que te dieron la existencia y a ellos, a su vez, tus abuelos y, así sucesivamente, hasta que, si nos remontamos al principio, nos encontraremos con un ser que es la causa de todos los seres, pero que a su vez no tiene ninguna. Si existe el Universo, también ha de hacerlo su creador… Si existe un cuadro que no se ha podido pintar a sí mismo, también ha de hacerlo un pintor… ¡Tachán! El conejo ha vuelto a salir de la chistera. El problema de estos argumentos diseñados por Tomás de Aquino y conocidos como las «cinco vías» es que se basan en una imagen del Universo y en una física que están ya superadas.

Un diseñador inteligente, un Boeing 747 y un ojo humano

Muchos creyentes argumentan la existencia de Dios de una manera muy parecida a como lo hacía Tomás de Aquino: defienden que ciertas características del Universo y de los seres vivos se explican mejor por la existencia de una causa inteligente que por un proceso ciego como la selección natural. El Universo tiene que haber sido diseñado por alguien. El astrofísico británico Fred Hoyle (1915-2001) hizo el cálculo de la probabilidad de que hubiese vida en la Tierra y el resultado es de alrededor de 1 entre 1040000. Es decir, la probabilidad de que la vida en la Tierra surja por azar es comparable a la misma que existe de que un tornado pase sobre un montón de chatarra y monte un Boeing 747. La vida tal como la conocemos depende, entre otras cosas, de al menos dos mil enzimas diferentes. ¿Cómo pudieron unas fuerzas ciegas combinar los elementos químicos correctos para construir esas enzimas?

Otra prueba de la existencia de Dios sería tu ojo, porque una cámara tan compleja y maravillosa no puede ser fruto del azar. Tu ojo se parece a un telescopio de la más alta calidad, con una lente, un foco ajustable y un diafragma variable para controlar la cantidad de luz. No hay duda de que el ojo parece haber sido diseñado; ni los mejores ingenieros de Tesla podrían hacer un trabajo tan sofisticado. Pero, entonces, ¿cómo pudo este instrumento maravilloso haber evolucionado por casualidad a través de una sucesión de eventos azarosos? Sin duda, hay un Dios responsable de éste y otros espectaculares diseños.

 Al filósofo escocés David Hume (1711-1776) nunca le convencieron este tipo de argumentos. En el Diálogo sobre la religión natural, una obra que le causó muchos problemas, defiende la idea de que del hecho de que este Universo «parezca» estar diseñado por Dios no podemos deducir que en efecto sea fruto de su intervención y, por tanto, que Dios exista. Este tipo de argumentos se basan en una analogía: se comparan dos cosas diferentes, se señalan algunas semejanzas entre ellas y se concluye que cierta característica de una debe estar presente también en la otra; porque si dos realidades son parecidas en uno o más aspectos, entonces lo más probable es que también existan entre ellas otras similitudes. Un ejemplo de razonamiento por analogía es éste:

• Cuando administramos adrenalina a un gorila se incrementa su ritmo cardíaco.

• El sistema circulatorio de los gorilas es similar al de los seres humanos.

• Por lo tanto, la adrenalina debe incrementar el ritmo cardíaco de los humanos.

Como puedes observar en este ejemplo, tenemos datos empíricos de los dos casos que se comparan: los gorilas y los humanos. El problema identificado por Hume es que el número de casos observados del supuesto diseñador inteligente es cero (hemos avistado muchos gorilas, especialmente en las reuniones de vecinos, pero de momento, que se sepa, nadie ha visto a Dios); por tanto, este argumento es una analogía que no debemos aceptar.

Jugar al póker con Dios

 El filósofo y matemático francés Blaise Pascal (1623-1662) era una auténtica máquina en los juegos de azar; los ganaba todos. Su gran contribución a la matemática fue el cálculo de probabilidades, que desarrolló para ganar siempre en cualquier juego y no para que los estudiantes de bachillerato resolviesen problemas absurdos y desconectados de la vida en sus exámenes. La afición de Pascal al juego era tan grande que se enfrentó al problema de la existencia de Dios como si fuese una apuesta. Imagina que estás en un casino, en plan James Bond, con una copa de dry martini en una mano y una ficha de juego en la otra. Frente a ti hay una especie de ruleta francesa, pero sobre la mesa, en vez de apuestas al rojo y al negro, tienes otras a «Dios existe» y «Dios no existe». La idea de la que parte Pascal es que no tienes forma de saber a priori si Dios existe o no, de la misma manera que es imposible saber antes de un partido Madrid-Barcelona quién es el que va a ganar: hasta que estires la pata, no conocerás si ganó el equipo de los ateos o el de los creyentes. Tienes un 50 % de probabilidades de acertar, pero eso no significa que tengas que apostar a lo loco, porque si analizas cuidadosamente las posibilidades caerás en la cuenta de que una de las dos es más ventajosa que la otra:

 • Si apuestas a «Dios existe» y no aciertas, tras tu muerte realmente no pierdes ni ganas nada. De hecho, ni te enterarías de que has perdido.

• Si apuestas a «Dios existe» y ganas, te toca la lotería porque vas al cielo de por vida a disfrutar, a olvidarte de trabajar y a no pagar más impuestos.*

• Si apuestas a «Dios no existe» y ganas, tampoco obtienes realmente nada porque no te vas a enterar de que acertaste. Recuerda que si hay algo seguro es que no existe un cielo para ateos

. • Si apuestas a «Dios no existe» y pierdes, ganas una tortura en el infierno, un sitio que el filósofo inglés Bertrand Russell definió como «un lugar donde la policía es alemana; los conductores de automóviles, franceses, y los cocineros, ingleses».

La conclusión a la que deberías llegar si tienes dos dedos de frente es que ser ateo no merece la pena. Pascal está de acuerdo con muchos en que ir a misa, dar limosna y seguir el resto de las normas que nos impone la Iglesia es un rollo, pero es la mejor inversión que podemos hacer porque hay poco que perder y mucho que ganar. La cuestión es que parece ser que Pascal no tuvo que esperar a su muerte para comprobar que había ganado. Cuando ya estaba fiambre le encontraron una hoja de pergamino cosida a la ropa con un texto que se conoce como el Memorial, en el que cuenta que una noche de 1654 tuvo una experiencia religiosa en la que se encontró con Dios y descubrió que nada tenía que ver el Dios de los filósofos con el de la fe, porque a Dios no se llega por la razón, sino por el corazón. No se puede demostrar a Dios como si se tratase de un teorema matemático, porque a Dios se lo siente. El Dios del Antiguo Testamento es el Dios del poder; el del Nuevo Testamento es el Dios del amor, y el Dios de los filósofos es una idea que se descubre a través del ejercicio de la razón. Este Dios aparece al final de un razonamiento como la conclusión final de un problema de matemáticas.

Tomar una taza de té con Dios

 En el otro lado del ring nos encontramos con un grupo de filósofos que creen que es imposible demostrar que Dios exista. Entre todos ellos destaca, con el calzón azul de la Universidad de Cambridge, el capitán de los ateos, el filósofo, escritor y matemático, el premio Nobel de Literatura: Bertrand Russell (1872-1970). En 1952, una revista le encargó un artículo en el que expusiese su opinión y sus argumentos con respecto al problema de la existencia de Dios. Allí Russell expuso el que sería conocido como «el argumento de la tetera». Por supuesto, el artículo no fue publicado y cuando lo leas entenderás por qué:

“Si tuviera que sugerir que entre la Tierra y Marte existe una tetera china girando alrededor del sol en una órbita elíptica, nadie sería capaz de rechazar mi afirmación si hubiera tenido la precaución de añadir que la tetera es demasiado pequeña incluso para que la capten nuestros telescopios más potentes. Pero si yo dijera que, dado que mi afirmación no puede ser rechazada, es intolerable la presunción por parte de la razón humana de dudar de ella, se pensaría que estoy diciendo tonterías. Si, sin embargo, la existencia de dicha tetera estuviera afirmada en libros antiguos, se enseñara como sagrada verdad cada domingo y se inculcara en las mentes de los niños en la escuela, la vacilación para creer en su existencia sería signo de excentricidad y quien dudara de ella merecería la atención de un psiquiatra en un tiempo ilustrado o de un inquisidor en tiempos anteriores.”

 Dios es un ser fruto de una esquizofrenia colectiva transmitida de generación en generación por la religión. Pero no corresponde al ateo refutar su existencia, muy al contrario, es el creyente el que tiene la responsabilidad de demostrar lo que afirma. Si alguien afirmase que existen duendes y hadas, estaría obligado a presentar pruebas de ello, y si para zafarse de esta engorrosa responsabilidad te dijese que eres tú el que debes demostrar que no existen, debes hacerle ver que está utilizando una retorcida y manipuladora retórica. Recuerda que es el que afirma quien está obligado a demostrar sus aseveraciones.

No hay razones para creer en Dios, por eso creo

El filósofo danés Søren Kierkegaard (1813-1855) estaba de acuerdo con Russell en que no hay ninguna razón para creer en Dios, pero para él ésta era precisamente la clave para ser un auténtico creyente. La fe es una experiencia irracional: no se puede comprender, tan sólo se puede sentir y vivir. La fe es una pasión, es un «salto al vacío» que siempre estará acompañado por la duda. Para tenerla es necesario dudar. Si pudieses captar a Dios con tus sentidos o probar su existencia mediante la razón, no tendrías fe sino evidencia. Tener fe no es creer en la inmortalidad, sino en algo absurdo. La fe nos pone ante un precipicio y nos invita a saltar.

En la película Indiana Jones y la última cruzada (Steven Spielberg, 1989), el famoso arqueólogo de ficción tiene que pasar por una serie de pruebas para hacerse merecedor del Santo Grial y poder salvar con él la vida a su padre. En una de ellas se encuentra frente a un precipicio y un viejo libro le indica que tiene que realizar un salto de fe para cruzarlo. En cuanto levanta el pie y da el paso, toca suelo firme. Donde sólo parecía haber vacío, surge un nuevo camino que conduce a la salvación. Para Søren Kierkegaard, aunque no hay razones para tener fe, creer da sentido y significado a la vida. La fe es una razón para vivir. Las personas creyentes sienten una plenitud en sus vidas y una fortaleza que no conocen aquellos que no pueden creer. Como te diría Kierkegaard: debes encontrar una verdad que sea cierta para ti, una idea por la cual puedas vivir y morir.

La película francesa De dioses y hombres (Xavier Beauvois, 2010) narra la vida de unos monjes cistercienses que viven en un pueblecito de las montañas del Magreb en armonía con sus hermanos musulmanes. La guerra civil estalla en Argelia y el ejército los invita a huir porque no puede garantizarles su seguridad ante los continuos ataques de grupos fundamentalistas. Los monjes deciden renovar su compromiso con el pueblo y aceptar su destino. En la cinta hay una escena que ilustra la idea que Kierkegaard tiene de la fe. Una adolescente del pueblo acude a uno de los monjes para preguntarle por el amor.

 “—Pero ¿cómo sabes si estás enamorado de verdad? —pregunta la joven.

—Algo en tu interior se emociona —responde el viejo monje—. La presencia de ese ser lo descontrola todo y hace que el corazón normalmente se dispare. Y… hay una atracción, un deseo… Es algo muy bello. Así que no hay que hacerse demasiadas preguntas, es algo que surge sin más. Estás normal y de repente llega la felicidad, la esperanza de la felicidad. Pasan muchas cosas. En fin, es una turbación, una gran turbación, sobre todo la primera vez. […]

 —¿Tú has estado enamorado?

 —Sí, varias veces, hasta que un día conocí otro amor, uno aún mayor. Así que acepté la llamada de ese amor, hace mucho tiempo ya, más de sesenta años.”

Razones poéticas para creer en Dios

 La filósofa española María Zambrano (1904-1991) rezaba todos los días porque para ella no eran incompatibles el pensamiento y la fe. Para Zambrano existen dimensiones del ser humano que no se pueden explicar mediante la razón científica. Si queremos conocer plenamente lo que somos, debemos sumergirnos en nuestra alma. Para llevar a cabo ese viaje a las profundidades de nuestra alma se requiere otro tipo de razón que Zambrano llamó «razón poética». No sólo la biología o la historia explican al hombre, sino que la poesía también lo hace: un poema puede definirnos con la misma fuerza que una teoría científica. Razón y poesía no son incompatibles, porque el ser humano no posee una única dimensión. No sólo tienes un cuerpo o una razón, sino que también posees una dimensión espiritual. «Lo divino» es una necesidad en el ser humano, aunque hay que entenderlo en su sentido más amplio y no reducirlo al dios de una religión concreta. Si quieres llegar a realizarte, deberás desarrollar todas tus dimensiones, incluida la espiritual. El ser humano es un proyecto y sólo podemos completarlo con la fe: Dios es una necesidad para el hombre; sin Él no podemos llegar a realizarnos plenamente. Razón y fe se complementan. La filosofía lleva a Dios porque nos invita a preguntarnos por Él. Al buscar respuestas a estas preguntas, la práctica de la filosofía nos conduce a descubrir en nuestro interior al Dios que todo ser lleva dentro.

El espejismo de Dios

El biólogo evolutivo Richard Dawkins (1941) publicó un ensayo en 2006 titulado El espejismo de Dios en el que se declaraba abiertamente ateo, defendía que creer en Dios es tan irracional como creer en duendes y postulaba que las religiones han sido la causa de los mayores males del hombre.* En el prefacio de esta polémica obra, Dawkins te invita a salir de una vez del armario:

“Sospecho —bueno; estoy seguro— que existen montones de personas allá afuera que han sido criadas conforme a una religión u otra, y que están infelices con ella; no creen en ella, o están preocupadas por las maldades que se hacen en su nombre. Personas que sienten vagos impulsos de renunciar a la religión de sus padres y desean poder hacerlo, pero simplemente no saben que renunciar es una opción. Si es una de ellas, este libro es para usted, ya que tiene la intención de volverlo consciente de que llegar a ser ateo es una aspiración realista, además de valiente y espléndida. Usted puede ser un ateo feliz, equilibrado, moral e intelectualmente satisfecho.”

Cuando una persona sufre delirios, denominamos a esto locura. Si mucha gente sufre el mismo delirio, lo llamamos religión. Dawkins trata la creencia en Dios como una hipótesis científica más y la somete a análisis. La primera idea que expone es que no le corresponde al ateo demostrar la inexistencia de Dios, sino que debe ser el creyente el que presente las pruebas. Si tú afirmas que crees en las hadas, eres tú el que está obligado a ofrecer pruebas. ¿Qué evidencias hay de la existencia de Dios? Ninguna. El agnosticismo tampoco es una opción. Imagina que alguien dedujese que, como no se ha podido demostrar la existencia o inexistencia del Ratoncito Pérez, debemos concluir que puede que exista o no, y que en el fondo es una opción personal.

Las teorías científicas van haciendo cada vez más innecesaria la hipótesis de Dios. Por ejemplo, la teoría de la evolución por selección natural demuestra que no se necesita ningún creador para explicar el origen de la vida en la Tierra.

Pero la religión, además de ser una hipótesis falsa, es la fuente de grandes males: los fanatismos, la homofobia, el machismo, el rechazo continuo de la ciencia… En Estados Unidos se usó la Biblia para justificar la esclavitud, con el argumento de que los pueblos africanos eran descendientes de Cam, el hijo que Noé maldijo. El Génesis cuenta que Cam pilló a su padre borracho y desnudo, y salió a contárselo a sus hermanas. Cuando Noé se enteró de esto, lo maldijo a él y a toda su estirpe y dijo que serían esclavos de los descendientes de su otro hijo. Gracias a esta bonita historia, los pueblos europeos se sintieron legitimados para masacrar y esclavizar a los africanos. Deja de rezar, abandona esta locura compartida y comienza a ser plenamente feliz, o no.


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