Lee el siguiente capítulo (FILORETO 7) del libro "Filosofía en la calle" de Eduardo Infante y redacta luego una disertación sobre el problema planteado en dicho capítulo.
FILORETO 7 - ¿SIRVE DE ALGO REZAR?
¿Alguna vez has rezado para encontrar la fuerza y la luz con
las que superar una dificultad que la vida te plantea? Quizá alguna vez le
hayas pedido a Dios que te ayudase con algún problema, incluso puede que reces
de manera habitual. Pero también es posible que, para ti, sea una pérdida de
tiempo, y que consideres la fe como una especie de superstición propia de
sociedades primitivas.
Lo cierto es que mucha gente reza y, si vas a ser uno de
ellos, primero tienes que asegurarte de que Dios existe. Si resulta que la
divinidad a la que vas a invocar es tan sólo una invención humana, tu oración
tendría el mismo efecto que solicitarle ayuda a Harry Potter para afrontar tus
problemas. Tomás de Aquino (1225-1274), uno de los teólogos cristianos más
brillantes, se percató de que la fe cristiana tiene unos presupuestos, de los
cuales el más importante es la existencia de Dios. Antes de ponernos a rezar,
es conveniente que nos aseguremos de que existe algún Dios, no vaya a ser que
estemos perdiendo el tiempo y desperdiciando la esperanza.
Pero ¿es posible demostrar la existencia de Dios? ¿Nos ayuda
la fe a tener una vida más plena? ¿La religión nos hace mejores o peores
personas? ¿Es Dios un espejismo? ¿Son compatibles la fe y la razón?
Mi Dios es tan
perfecto que existe
Ha habido filósofos
que han intentado demostrar la existencia de Dios y sus razonamientos han
pasado a la historia por la polémica que han suscitado. El argumento que más
controversia ha causado lo construyó un monje benedictino del siglo XI que
llegó a ser arzobispo de Canterbury. Anselmo (1033-1109) fue un amante de la
libertad, como todo buen filósofo ha de serlo, y hay varias anécdotas de su
vida que así lo atestiguan. La primera de ellas nos cuenta que, en cierta ocasión,
un maestro se le quejó de lo poco que aprendían sus alumnos y de lo vagos que
eran. (¿Te resulta familiar esta queja?) Anselmo respondió: «Si plantas un
árbol en tu huerto y lo cercas por todos los lados, de suerte que no pueda
extender las ramas, tendrás al cabo de un tiempo un árbol inútil de ramas
torcidas […] Pues así es como tratas a tus alumnos […] con amenazas y golpes, y
privándolos del privilegio de la libertad».
Anselmo fue uno de los primeros en oponerse a la esclavitud.
Otra anécdota nos cuenta que un día se encontró con que un niño había atado a
un pájaro de un pata y lo fastidiaba dejándolo volar para luego tirar del hilo
y hacerlo volver atrás. Anselmo cortó el hilo y sentenció lo siguiente: «El
pájaro escapa, el niño llora y el padre se alegra».
Pero veamos cómo este monje benedictino intentó probar la
existencia de Dios. El argumento se conoce con el nombre que siglos después
utilizó Kant para referirse a él: el argumento ontológico. Siempre que lo
explico en clase, mis alumnos se quedan con la sensación de que les saco un
conejo de una chistera, porque intuyen que hay un truco pero no saben cuál es.
¿Estás preparado para ver salir el conejo de la chistera? Expongo la versión de
Descartes de este argumento porque es la más sencilla y simple: la idea de Dios
es la de un ser perfecto. Si Dios no existiese le faltaría algo tan importante
que dejaría de ser perfecto. Por tanto, Dios necesita existir para ser
perfecto. De la misma manera que al examinar la idea del triángulo deducimos
que la suma de sus ángulos ha de ser necesariamente 180°, al analizar la idea
de Dios deducimos que necesariamente tiene existencia… ¡Tachán! Imagino que
ahora entenderás lo polémico que ha sido este argumento. Hay filósofos que lo
consideran válido y otros que ven en él una falacia como la copa de un pino. De
todas formas, aun aceptando el argumento, no probaría que el Dios que existe es
el mismo en el que cree Anselmo. Para comprobarlo, suelo pedir a mis alumnos
que realicen el siguiente ejercicio:
• Invéntate un Dios.
• Incluye entre sus atributos la perfección.
• Usa el argumento ontológico para demostrar que tu Dios
existe.
Cuando termines el ejercicio puede que llegues a la misma
conclusión que Jenófanes de Colofón (570-475 a. C.) Este filósofo griego,
después de viajar de acá para allá y de conocer muchas y muy diferentes
culturas, escribió:
“Chatos, negros: así
ven los etíopes a sus dioses. De ojos azules y rubios: así ven a sus dioses los
tracios. Pero si los bueyes y los caballos y leones tuvieran manos, manos como
las personas, para dibujar, para pintar, para crear una obra de arte, entonces
los caballos pintarían a los dioses semejantes a los caballos; los bueyes,
semejantes a bueyes; y a partir de sus figuras crearían las formas de los
cuerpos divinos según su propia imagen: cada uno según la suya.”
Mi Dios existe porque tú existes
Tomás de Aquino
(1225-1274) no aceptó el argumento de Anselmo y desarrolló cinco pruebas que se
basan en la idea de que sólo Dios puede ser la causa de ciertos efectos que
percibimos en el Universo. Uno de ellos, por ejemplo, nos invita a reflexionar
sobre el hecho de que nada en el Universo es causa de sí mismo. Todo ser recibe
su existencia de otro distinto a él, que a su vez la recibe de otro y así se
crea una cadena de seres que se causan los unos a los otros. Tú, por ejemplo,
no decidiste un buen día empezar a existir, sino que fueron tus padres los que
te dieron la existencia y a ellos, a su vez, tus abuelos y, así sucesivamente,
hasta que, si nos remontamos al principio, nos encontraremos con un ser que es
la causa de todos los seres, pero que a su vez no tiene ninguna. Si existe el
Universo, también ha de hacerlo su creador… Si existe un cuadro que no se ha
podido pintar a sí mismo, también ha de hacerlo un pintor… ¡Tachán! El conejo
ha vuelto a salir de la chistera. El problema de estos argumentos diseñados por
Tomás de Aquino y conocidos como las «cinco vías» es que se basan en una imagen
del Universo y en una física que están ya superadas.
Un diseñador inteligente, un Boeing 747 y un ojo humano
Muchos creyentes argumentan la existencia de Dios de una
manera muy parecida a como lo hacía Tomás de Aquino: defienden que ciertas
características del Universo y de los seres vivos se explican mejor por la
existencia de una causa inteligente que por un proceso ciego como la selección
natural. El Universo tiene que haber sido diseñado por alguien. El astrofísico
británico Fred Hoyle (1915-2001) hizo el cálculo de la probabilidad de que
hubiese vida en la Tierra y el resultado es de alrededor de 1 entre 1040000. Es
decir, la probabilidad de que la vida en la Tierra surja por azar es comparable
a la misma que existe de que un tornado pase sobre un montón de chatarra y
monte un Boeing 747. La vida tal como la conocemos depende, entre otras cosas,
de al menos dos mil enzimas diferentes. ¿Cómo pudieron unas fuerzas ciegas
combinar los elementos químicos correctos para construir esas enzimas?
Otra prueba de la existencia de Dios sería tu ojo, porque
una cámara tan compleja y maravillosa no puede ser fruto del azar. Tu ojo se
parece a un telescopio de la más alta calidad, con una lente, un foco ajustable
y un diafragma variable para controlar la cantidad de luz. No hay duda de que
el ojo parece haber sido diseñado; ni los mejores ingenieros de Tesla podrían
hacer un trabajo tan sofisticado. Pero, entonces, ¿cómo pudo este instrumento
maravilloso haber evolucionado por casualidad a través de una sucesión de
eventos azarosos? Sin duda, hay un Dios responsable de éste y otros
espectaculares diseños.
Al filósofo escocés
David Hume (1711-1776) nunca le convencieron este tipo de argumentos. En el
Diálogo sobre la religión natural, una obra que le causó muchos problemas,
defiende la idea de que del hecho de que este Universo «parezca» estar diseñado
por Dios no podemos deducir que en efecto sea fruto de su intervención y, por
tanto, que Dios exista. Este tipo de argumentos se basan en una analogía: se
comparan dos cosas diferentes, se señalan algunas semejanzas entre ellas y se
concluye que cierta característica de una debe estar presente también en la
otra; porque si dos realidades son parecidas en uno o más aspectos, entonces lo
más probable es que también existan entre ellas otras similitudes. Un ejemplo
de razonamiento por analogía es éste:
• Cuando administramos adrenalina a un gorila se incrementa
su ritmo cardíaco.
• El sistema circulatorio de los gorilas es similar al de
los seres humanos.
• Por lo tanto, la adrenalina debe incrementar el ritmo
cardíaco de los humanos.
Como puedes observar en este ejemplo, tenemos datos
empíricos de los dos casos que se comparan: los gorilas y los humanos. El
problema identificado por Hume es que el número de casos observados del
supuesto diseñador inteligente es cero (hemos avistado muchos gorilas,
especialmente en las reuniones de vecinos, pero de momento, que se sepa, nadie
ha visto a Dios); por tanto, este argumento es una analogía que no debemos
aceptar.
Jugar al póker con
Dios
El filósofo y
matemático francés Blaise Pascal (1623-1662) era una auténtica máquina en los
juegos de azar; los ganaba todos. Su gran contribución a la matemática fue el
cálculo de probabilidades, que desarrolló para ganar siempre en cualquier juego
y no para que los estudiantes de bachillerato resolviesen problemas absurdos y
desconectados de la vida en sus exámenes. La afición de Pascal al juego era tan
grande que se enfrentó al problema de la existencia de Dios como si fuese una
apuesta. Imagina que estás en un casino, en plan James Bond, con una copa de
dry martini en una mano y una ficha de juego en la otra. Frente a ti hay una
especie de ruleta francesa, pero sobre la mesa, en vez de apuestas al rojo y al
negro, tienes otras a «Dios existe» y «Dios no existe». La idea de la que parte
Pascal es que no tienes forma de saber a priori si Dios existe o no, de la
misma manera que es imposible saber antes de un partido Madrid-Barcelona quién
es el que va a ganar: hasta que estires la pata, no conocerás si ganó el equipo
de los ateos o el de los creyentes. Tienes un 50 % de probabilidades de acertar,
pero eso no significa que tengas que apostar a lo loco, porque si analizas
cuidadosamente las posibilidades caerás en la cuenta de que una de las dos es
más ventajosa que la otra:
• Si apuestas a «Dios
existe» y no aciertas, tras tu muerte realmente no pierdes ni ganas nada. De
hecho, ni te enterarías de que has perdido.
• Si apuestas a «Dios existe» y ganas, te toca la lotería
porque vas al cielo de por vida a disfrutar, a olvidarte de trabajar y a no
pagar más impuestos.*
• Si apuestas a «Dios no existe» y ganas, tampoco obtienes
realmente nada porque no te vas a enterar de que acertaste. Recuerda que si hay
algo seguro es que no existe un cielo para ateos
. • Si apuestas a «Dios no existe» y pierdes, ganas una
tortura en el infierno, un sitio que el filósofo inglés Bertrand Russell
definió como «un lugar donde la policía es alemana; los conductores de
automóviles, franceses, y los cocineros, ingleses».
La conclusión a la que deberías llegar si tienes dos dedos
de frente es que ser ateo no merece la pena. Pascal está de acuerdo con muchos
en que ir a misa, dar limosna y seguir el resto de las normas que nos impone la
Iglesia es un rollo, pero es la mejor inversión que podemos hacer porque hay
poco que perder y mucho que ganar. La cuestión es que parece ser que Pascal no
tuvo que esperar a su muerte para comprobar que había ganado. Cuando ya estaba
fiambre le encontraron una hoja de pergamino cosida a la ropa con un texto que
se conoce como el Memorial, en el que cuenta que una noche de 1654 tuvo una
experiencia religiosa en la que se encontró con Dios y descubrió que nada tenía
que ver el Dios de los filósofos con el de la fe, porque a Dios no se llega por
la razón, sino por el corazón. No se puede demostrar a Dios como si se tratase
de un teorema matemático, porque a Dios se lo siente. El Dios del Antiguo
Testamento es el Dios del poder; el del Nuevo Testamento es el Dios del amor, y
el Dios de los filósofos es una idea que se descubre a través del ejercicio de
la razón. Este Dios aparece al final de un razonamiento como la conclusión
final de un problema de matemáticas.
Tomar una taza de té
con Dios
En el otro lado del
ring nos encontramos con un grupo de filósofos que creen que es imposible
demostrar que Dios exista. Entre todos ellos destaca, con el calzón azul de la
Universidad de Cambridge, el capitán de los ateos, el filósofo, escritor y
matemático, el premio Nobel de Literatura: Bertrand Russell (1872-1970). En
1952, una revista le encargó un artículo en el que expusiese su opinión y sus
argumentos con respecto al problema de la existencia de Dios. Allí Russell
expuso el que sería conocido como «el argumento de la tetera». Por supuesto, el
artículo no fue publicado y cuando lo leas entenderás por qué:
“Si tuviera que
sugerir que entre la Tierra y Marte existe una tetera china girando alrededor
del sol en una órbita elíptica, nadie sería capaz de rechazar mi afirmación si
hubiera tenido la precaución de añadir que la tetera es demasiado pequeña
incluso para que la capten nuestros telescopios más potentes. Pero si yo dijera
que, dado que mi afirmación no puede ser rechazada, es intolerable la
presunción por parte de la razón humana de dudar de ella, se pensaría que estoy
diciendo tonterías. Si, sin embargo, la existencia de dicha tetera estuviera
afirmada en libros antiguos, se enseñara como sagrada verdad cada domingo y se
inculcara en las mentes de los niños en la escuela, la vacilación para creer en
su existencia sería signo de excentricidad y quien dudara de ella merecería la
atención de un psiquiatra en un tiempo ilustrado o de un inquisidor en tiempos
anteriores.”
Dios es un ser fruto
de una esquizofrenia colectiva transmitida de generación en generación por la
religión. Pero no corresponde al ateo refutar su existencia, muy al contrario,
es el creyente el que tiene la responsabilidad de demostrar lo que afirma. Si
alguien afirmase que existen duendes y hadas, estaría obligado a presentar
pruebas de ello, y si para zafarse de esta engorrosa responsabilidad te dijese
que eres tú el que debes demostrar que no existen, debes hacerle ver que está
utilizando una retorcida y manipuladora retórica. Recuerda que es el que afirma
quien está obligado a demostrar sus aseveraciones.
No hay razones para
creer en Dios, por eso creo
El filósofo danés Søren Kierkegaard (1813-1855) estaba de
acuerdo con Russell en que no hay ninguna razón para creer en Dios, pero para
él ésta era precisamente la clave para ser un auténtico creyente. La fe es una
experiencia irracional: no se puede comprender, tan sólo se puede sentir y vivir.
La fe es una pasión, es un «salto al vacío» que siempre estará acompañado por
la duda. Para tenerla es necesario dudar. Si pudieses captar a Dios con tus
sentidos o probar su existencia mediante la razón, no tendrías fe sino
evidencia. Tener fe no es creer en la inmortalidad, sino en algo absurdo. La fe
nos pone ante un precipicio y nos invita a saltar.
En la película Indiana Jones y la última cruzada (Steven
Spielberg, 1989), el famoso arqueólogo de ficción tiene que pasar por una serie
de pruebas para hacerse merecedor del Santo Grial y poder salvar con él la vida
a su padre. En una de ellas se encuentra frente a un precipicio y un viejo
libro le indica que tiene que realizar un salto de fe para cruzarlo. En cuanto
levanta el pie y da el paso, toca suelo firme. Donde sólo parecía haber vacío,
surge un nuevo camino que conduce a la salvación. Para Søren Kierkegaard,
aunque no hay razones para tener fe, creer da sentido y significado a la vida.
La fe es una razón para vivir. Las personas creyentes sienten una plenitud en
sus vidas y una fortaleza que no conocen aquellos que no pueden creer. Como te
diría Kierkegaard: debes encontrar una verdad que sea cierta para ti, una idea
por la cual puedas vivir y morir.
La película francesa De dioses y hombres (Xavier Beauvois,
2010) narra la vida de unos monjes cistercienses que viven en un pueblecito de
las montañas del Magreb en armonía con sus hermanos musulmanes. La guerra civil
estalla en Argelia y el ejército los invita a huir porque no puede
garantizarles su seguridad ante los continuos ataques de grupos
fundamentalistas. Los monjes deciden renovar su compromiso con el pueblo y
aceptar su destino. En la cinta hay una escena que ilustra la idea que
Kierkegaard tiene de la fe. Una adolescente del pueblo acude a uno de los
monjes para preguntarle por el amor.
“—Pero ¿cómo sabes si estás enamorado de
verdad? —pregunta la joven.
—Algo en tu interior
se emociona —responde el viejo monje—. La presencia de ese ser lo descontrola
todo y hace que el corazón normalmente se dispare. Y… hay una atracción, un
deseo… Es algo muy bello. Así que no hay que hacerse demasiadas preguntas, es
algo que surge sin más. Estás normal y de repente llega la felicidad, la
esperanza de la felicidad. Pasan muchas cosas. En fin, es una turbación, una
gran turbación, sobre todo la primera vez. […]
—¿Tú has estado enamorado?
—Sí, varias veces, hasta que un día conocí
otro amor, uno aún mayor. Así que acepté la llamada de ese amor, hace mucho tiempo
ya, más de sesenta años.”
Razones poéticas para
creer en Dios
La filósofa española
María Zambrano (1904-1991) rezaba todos los días porque para ella no eran
incompatibles el pensamiento y la fe. Para Zambrano existen dimensiones del ser
humano que no se pueden explicar mediante la razón científica. Si queremos
conocer plenamente lo que somos, debemos sumergirnos en nuestra alma. Para
llevar a cabo ese viaje a las profundidades de nuestra alma se requiere otro
tipo de razón que Zambrano llamó «razón poética». No sólo la biología o la
historia explican al hombre, sino que la poesía también lo hace: un poema puede
definirnos con la misma fuerza que una teoría científica. Razón y poesía no son
incompatibles, porque el ser humano no posee una única dimensión. No sólo
tienes un cuerpo o una razón, sino que también posees una dimensión espiritual.
«Lo divino» es una necesidad en el ser humano, aunque hay que entenderlo en su
sentido más amplio y no reducirlo al dios de una religión concreta. Si quieres
llegar a realizarte, deberás desarrollar todas tus dimensiones, incluida la
espiritual. El ser humano es un proyecto y sólo podemos completarlo con la fe:
Dios es una necesidad para el hombre; sin Él no podemos llegar a realizarnos
plenamente. Razón y fe se complementan. La filosofía lleva a Dios porque nos
invita a preguntarnos por Él. Al buscar respuestas a estas preguntas, la
práctica de la filosofía nos conduce a descubrir en nuestro interior al Dios
que todo ser lleva dentro.
El espejismo de Dios
El biólogo evolutivo Richard Dawkins (1941) publicó un
ensayo en 2006 titulado El espejismo de Dios en el que se declaraba
abiertamente ateo, defendía que creer en Dios es tan irracional como creer en
duendes y postulaba que las religiones han sido la causa de los mayores males
del hombre.* En el prefacio de esta polémica obra, Dawkins te invita a salir de
una vez del armario:
“Sospecho —bueno;
estoy seguro— que existen montones de personas allá afuera que han sido criadas
conforme a una religión u otra, y que están infelices con ella; no creen en
ella, o están preocupadas por las maldades que se hacen en su nombre. Personas
que sienten vagos impulsos de renunciar a la religión de sus padres y desean
poder hacerlo, pero simplemente no saben que renunciar es una opción. Si es una
de ellas, este libro es para usted, ya que tiene la intención de volverlo
consciente de que llegar a ser ateo es una aspiración realista, además de
valiente y espléndida. Usted puede ser un ateo feliz, equilibrado, moral e
intelectualmente satisfecho.”
Cuando una persona sufre delirios, denominamos a esto locura.
Si mucha gente sufre el mismo delirio, lo llamamos religión. Dawkins trata la
creencia en Dios como una hipótesis científica más y la somete a análisis. La
primera idea que expone es que no le corresponde al ateo demostrar la
inexistencia de Dios, sino que debe ser el creyente el que presente las
pruebas. Si tú afirmas que crees en las hadas, eres tú el que está obligado a
ofrecer pruebas. ¿Qué evidencias hay de la existencia de Dios? Ninguna. El
agnosticismo tampoco es una opción. Imagina que alguien dedujese que, como no
se ha podido demostrar la existencia o inexistencia del Ratoncito Pérez,
debemos concluir que puede que exista o no, y que en el fondo es una opción
personal.
Las teorías científicas van haciendo cada vez más
innecesaria la hipótesis de Dios. Por ejemplo, la teoría de la evolución por
selección natural demuestra que no se necesita ningún creador para explicar el
origen de la vida en la Tierra.
Pero la religión, además de ser una hipótesis falsa, es la
fuente de grandes males: los fanatismos, la homofobia, el machismo, el rechazo
continuo de la ciencia… En Estados Unidos se usó la Biblia para justificar la
esclavitud, con el argumento de que los pueblos africanos eran descendientes de
Cam, el hijo que Noé maldijo. El Génesis cuenta que Cam pilló a su padre
borracho y desnudo, y salió a contárselo a sus hermanas. Cuando Noé se enteró
de esto, lo maldijo a él y a toda su estirpe y dijo que serían esclavos de los
descendientes de su otro hijo. Gracias a esta bonita historia, los pueblos europeos
se sintieron legitimados para masacrar y esclavizar a los africanos. Deja de
rezar, abandona esta locura compartida y comienza a ser plenamente feliz, o no.
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